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spanish.china.org.cn | 08. 09. 2021 | Editor:Estrella Zhang Texto

​El terrorismo volverá a cernirse sobre Washington si no aprende de sus errores

Palabras clave: terrorismo, Washington

Homenaje a las víctimas del 9/11 en la parte norte del Memorial y Museo Nacional del 11 de Septiembre en Nueva York. 

El mundo conmemorará 20 años de los ataques del 9/11. Este desgarrador ataque terrorista de Al Qaeda, liderado por Osama Bin Laden, fue el más mortal contra civiles en suelo estadounidense de su historia, con casi 3000 fallecidos y más de 6000 heridos. Los aviones secuestrados chocaron contra una serie de objetivos, entre ellos las Torres Gemelas del World Trade Center en Nueva York.

Fue un momento que cambió al mundo para siempre. Desató una guerra contra el terror de la administración de George W. Bush, que dio origen a más represalias en Afganistán e Irak.

El curso de los eventos llevó a muchos a especular sobre la marcha de un "choque de civilizaciones" entre "Occidente" y el "Mundo Islámico", descrito en el famoso libro del mismo nombre de Samuel L. Huntington en 1996. La obra argumentó que las identidades culturales y religiosas serían la principal fuente de conflicto en el mundo después de la Guerra Fría. A lo largo de dos décadas, el islamismo radical pasó a definirse como la "amenaza" número uno en Estados Unidos, inmersa en una política más amplia de difusión de la democracia y de la influencia del país en Medio Oriente, lo que llevó a su vez a otros conflictos en Libia y Siria.

Sin embargo, incluso cuando Washington ahora busca poner punto final a esta violenta saga, precisamente 20 años después del 9/11, con un retiro apresurado de Afganistán, su vínculo con el mundo islámico está lejos de terminar. De hecho, nunca hubo verdaderamente un "choque de civilizaciones", sino solo una reacción militante a la forma en que el imperialismo estadounidense, a lo largo de décadas, empujó, subyugó, dividió y desoló el Medio Oriente y el Mundo Islámico. Esto ha creado un círculo vicioso de guerras y radicalización en el que la respuesta estadounidense solo ha puesto los cimientos para la lucha que sigue. Su presidente, Joe Biden, apuntó a romper este nexo para concentrarse en China, pero existe una pobre creencia a que tenga éxito como lo estamos viendo con la ofensiva del Estado Islámico.

Los movimientos islamistas no son, a diferencia de la corriente oriental de los occidentales, un producto de la cultura o la civilización en los países musulmanes. Son, como todas las fuerzas políticas, el resultado del contexto socioeconómico que los crea. Tras el fracaso de los regímenes nacionalistas seculares en Medio Oriente, la ocupación de tropas estadounidenses en la región y su respaldo a Israel, el islamismo, como lo conocemos, surgió en los años 70 y 80 del siglo pasado como una reacción moderna a la hegemonía estadounidense.

Esto Washington nunca lo entendió. El ascenso del terrorismo y del extremismo no radica en la existencia de "villanos", como repite la narrativa estadounidense con frecuencia al mundo, es un producto y una reacción a su propia violencia en otros países. Ha quedado vago en su conciencia que la aparición de Al Qaeda y el EI en Irak y Siria fue consecuencia de su propia invasión brutal y el cambio de régimen en ese país, que minó la estabilidad y creó el caos al intentar imponer un sistema político que no se adaptaba a su realidad. Esto dio pie a un ciclo vicioso de guerra y radicalización.

Sin embargo, este es solo un ejemplo; la CIA lideró la caída de la democracia en Irán en 1953, sembrando las condiciones para la revolución a fines de la década de 1970;  la entrega de armamentos de Estados Unidos al islamismo como fuerza anticomunista en Afganistán fortalecería a los talibanes; el respaldo del cambio de régimen en Libia y Siria, así como su apoyo incondicional a la agresión israelí, reforzarían el ascenso de grupos extremistas.

En el mundo, su política exterior temeraria y grandilocuente no articuló un "choque de civilizaciones", sino la acumulación de agrupaciones violentas a través de la desestabilización política, social y económica.

En este caso, a medida que Biden baja el telón en Afganistán y la Guerra contra el Terror, existe poca evidencia de que las lecciones "se hayan realmente aprendido" o que las cosas puedan cambiar. Los ataques del EI contra blancos estadounidenses y represalias aéreas, el asesinato de civiles, así como la promesa de más bombardeos por parte de aliados como Gran Bretaña, son un recordatorio de la "guerra perpetua" y del continuo ciclo vicioso. Estas facciones son el Frankenstein de Estados Unidos, una creación propia fuera de control.

El EI no existiría sin la guerra de Estados Unidos en Irak, lo que muestra cómo estos desastres de política exterior no son solo algo que se puede abandonar caprichosamente, sino que conllevan consecuencias duraderas y, en este caso, mientras los republicanos, siempre listos para el ataque, califican a Biden de débil y buscan mayores ventajas de la máquina de guerra, es inevitable que la historia vuelva a repetirse. El espectro del terrorismo volverá a perseguir a Estados Unidos.


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