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spanish.china.org.cn | 22. 01. 2021 | Editor:Elena Yang Texto

Es momento de nuevos aires en la relación chino-estadounidense

Palabras clave: relación chino-estadounidense, Biden


Por Jorge Fernández


La Administración Trump desplegó un estilo de gobernanza que puso la credibilidad, la imagen y la reputación de las instituciones de la Unión Americana por el piso.


Con la ceremonia de investidura de Joe Biden se abre una oportunidad para dar fin a un periodo de rumores inventados y comentarios viperinos contra China. La cúpula política estadounidense ocupó los cuatro años del mandato para atacar una relación bilateral, que tiene repercusión con todo el mundo, a niveles verdaderamente aterradores. La Administración Trump desplegó un estilo de gobernanza que puso la credibilidad, la imagen y la reputación de las instituciones de la Unión Americana por el piso. La Administración Biden tiene ahora la oportunidad de recomponer su diplomacia, y como parte de ella, la vinculación con China, que redunda en el interés de todos.

Un ejercicio necesario es entender qué hizo mal la Administración Trump y tomarlo como referencia para no repetirlo nunca más. La prueba implica que una galería de horror, sustentada en la fabricación de mentiras, salta inmediatamente a la vista. No, China no inventó ningún virus, no ha cometido crímenes de lesa humanidad ni presenta una amenaza para la seguridad del mundo. La minuciosa tarea de denostar al Estado, a los chinos y la autoridad del partido gobernante, refutada de principio a fin con hechos científicos y fácticos, refleja el craso error de una política exterior que tomó a China como un rival estratégico al que había que parar a toda costa. Y el precio a pagar fue elevado para Estados Unidos, para China y para el mundo entero.

Era natural que una confrontación entre las dos economías más grandes del planeta trajera consigo daños para ambas partes. Si a esto sumamos la tradición estadounidense, que con Trump se elevó a niveles exponenciales, de entrometerse en los asuntos de China, al final a quien se perjudicó severamente fue a la relación chino-estadounidense y a todos aquellos relacionados directa o indirectamente con ella. La administración anterior no escatimó esfuerzos o recursos en reprimir y calumniar a un Estado con el que tiene relaciones altamente completas y dinámicas. Y al no ajustarte esto a los intereses básicos de ninguna de las partes, entonces el resultado fue catastrófico para todos.

Lamentablemente, para conducir a las relaciones chino-estadounidenses por la senda correcta es necesario emprender muchos trabajos preparatorios. De cara a la debilidad institucional que ahora padece Estados Unidos, primero es necesario que este ejecute acciones que reparen su propia credibilidad, su desmembrada imagen y, sobre todo, su maltrecha reputación, pero no a costa de pisotear la dignidad de los demás Estados. La historia al final emitirá un veredicto sobre sus propias capacidades. Mientras tanto, la importancia para terceros de una relación como la chino-estadounidense ha quedado más que clara. Cualquier acción que no se ajuste a los intereses de los pueblos chino y estadounidense puede generar movimientos negativos contra terceros, y por ello mismo, el mundo debe ser un anexo inseparable de la ecuación China-Estados Unidos.

Los ataques contra China, a saber, las calumnias, las mentiras, la discriminación, la injerencia en los asuntos internos, deben terminar. La Administración Biden tiene la oportunidad de recuperar lo perdido y de subsanar los errores del pasado sirviendo a la aspiración del pueblo estadounidense sin menoscabar los intereses del chino ni los de terceros. Las primeras palabras de Biden como presidente bien pueden llevarse al terreno de las relaciones internacionales: Es momento de abrir las almas en lugar de endurecer los corazones, pero por encima de esto, de mostrar tolerancia, humildad y de estar dispuesto a ponerse en el lugar de otros. Aplicar esto a los principios diplomáticos estadounidenses puede cambiar el rumbo de la relación con China y la construcción de un nuevo orden internacional posterior a la pandemia.

Estados Unidos debe olvidarse de una vez por todas de persistir en la mentalidad de la Guerra Fría o de mantener la estremecedora visión de “primero yo y después el mundo. La búsqueda de la grandeza por medio del unilateralismo o de la construcción de un Estado sin diálogo ni cooperación con el mundo están condenados al fracaso. China y el mundo, especialmente los países en desarrollo, han demandado a la Unión Americana a participar con la comunidad de naciones, bajo un diálogo entre iguales, a conversar para atender las preocupaciones de todos, y a construir conjuntamente medidas que garanticen la estabilidad estratégica del mundo, la paz y la seguridad de uno y de todos a la vez.

Hoy más que nunca, bajo un contexto desolador causado por la pandemia, las relaciones chino-estadounidenses poseen una importancia estratégica para el mundo. Corresponde a ambos Estados, en consecuencia, trabajar para materializar los intereses fundamentales de sus propios pueblos, y por añadidura, de aquellos con los que la relación bilateral tiene una estrecha conexión. China en este aspecto ha sido coherente, constante y transparente. Dos países de la talla de China y de Estados Unidos tienen mayor capacidad y fuerzas para materializar la idea de una comunidad de destino común para la humanidad. Sobre la base de principios como la apertura, la tolerancia y los beneficios universales, ambos países pueden trabajar con mayor eficiencia para construir conjuntamente un sistema mundial regido democráticamente en el que los pueblos del mundo disfruten todos por igual. Esa es la aspiración de China, pero para conseguirla, necesita de un cambio de actitud en Washington.

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