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spanish.china.org.cn | 20. 08. 2020 | Editor:Teresa Zheng Texto

China y las perspectivas de recuperación latinoamericana

Palabras clave: China, América Latina, COVID-19

El 3er Foro de Ministros de Relaciones Exteriores China-ALC no se realizará hasta enero de 2021. Pero en julio, el consejero de Estado y canciller de China, Wang Yi, fue anfitrión junto con su par mexicano, Marcelo Ebrard, presidente pro tempore de la Comunidad de Estados de América Latina y el Caribe (CELAC), de una teleconferencia con una decena de ministros de exteriores latinoamericanos. La agenda giró en torno a la cooperación de China en la región para hacer frente a su crisis actual. La reunión concluyó con el compromiso de un préstamo de hasta 1000 millones de dólares para contrarrestar los efectos devastadores de la COVID-19 en Latinoamérica.

La región es el foco mundial de la pandemia. Con solo el 8 % de la población mundial, representa una cuarta parte de las muertes en el planeta, tres veces más de lo esperado. Según proyecciones del FMI, su economía sufrirá una contracción del 9,4 % en 2020, el peor desempeño entre sus pares en desarrollo. A la crisis sanitaria y recesión se suman conflictos sociales que sacudieron a muchos países en 2019.

Vastos sectores de las clases medias, creyentes de haber escapado de la trampa de la pobreza, vuelven a caer en ella. Históricamente, estos problemas sociales masivos han dado lugar a importantes reajustes políticos. Eso es lo que sucedió en la década de 1930 y no hay razón para pensar que ahora sea diferente. Los representantes de la llamada ola azul de gobiernos conservadores que llegaron al poder en este ciclo electoral se han mostrado incapaces de afrontar el desafío de la pandemia. Los gobiernos que no pueden cumplir con su deber primordial, es decir, defender y proteger la vida de sus ciudadanos, reflejan una incompetencia básica que merece el destierro prolongado de sus líderes al desierto político.

La tarea de los reemplazantes y del nuevo grupo de partidos y miembros progresistas que emergerán de la debacle actual será monumental. Su extensión se vislumbra en el hecho de que implicará la reconstrucción de economías y sociedades impactadas hasta la médula. No será suficiente crear los muchos puestos de trabajo perdidos, fomentar el surgimiento de nuevas empresas para sustituir a las caídas y corregir las numerosas desigualdades a la vista.

Lo que se necesitará es una reestructuración mucho más profunda de las sociedades atrapadas durante demasiado tiempo en la trampa de ingresos medios y en las que la desigualdad ha sido el sello distintivo. La noción de que cada cierto tiempo la región debe atravesar "décadas perdidas" en las que, al estilo de Sísifo, el pueblo sufre un tremendo retroceso social y económico, con el fracaso de muchos años de ardua labor, es inaceptable. Los niveles de miseria han vuelto a los del 2006.

Ofrece un rayo de esperanza el hecho de que, en un año bastante deprimente en el que se prevé que el comercio mundial caiga un 30 %, el comercio entre China y América Latina comience a repuntar. En julio de 2020, el intercambio bilateral con Chile alcanzó los $ 2260 millones, un aumento del 25,3 % respecto a julio de 2019, mientras que con otros socios comerciales, como Estados Unidos y Japón, cayó un 15 y 14 %, respectivamente. De enero a julio de 2020, las exportaciones chilenas sumaron $ 14 170 millones, un incremento del 10 % respecto al mismo período el año pasado. Algo similar ocurre con otros países de América del Sur: en junio, las exportaciones argentinas crecieron un 50 % respecto a 2019, y un 30 % en Brasil en comparación al mismo periodo.

Sea como fuere, hace mucho que se necesita un replanteamiento primordial de cómo la región enfoca su desarrollo y sus vínculos con el resto del mundo. Esto debe incluir, como mínimo, lo siguiente:

Primero, poner fin a la actual fragmentación regional, en la que la regla es básicamente "todos para sí". Esto se ha hecho especialmente evidente durante esta pandemia, en la que la coordinación intrarregional ha sido inexistente o lamentablemente inadecuada.

En segundo lugar, emprender un programa que agreguevalor a productos básicos y recursos naturales que exporta la región. La condición de "leñadores y portadores de agua", a la que parece condenada, no es propicia para el progreso y la prosperidad. Solo reproduce ciclos eternos de auge y caída de los 200 años de historia independiente de América Latina.

En tercer lugar, fortalecer la capacidad estatal y los recursos fiscales, de modo que se pueda establecer una red de seguridad social adecuada. Esto es clave para ofrecer un mínimo de subsistencia a las poblaciones, enfermas y cansadas de pasar por la vida como en un carrusel, con tantos altibajos.

En cuarto lugar, centrarse en el desarrollo sostenible en todos los ámbitos, en vez del modelo anticuado y contraproducente de "tala y quema", esquema económico extractivo seguido hasta ahora.

Si hay un lado positivo en esta crisis única en un siglo en América Latina, es que podría desencadenar al menos algunos de estos giros tan esperados en una región una vez más golpeada por la tragedia y el caos.


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