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spanish.china.org.cn | 06. 07. 2020 | Editor:Eva Yu Texto

La experiencia de China demuestra que la segunda ola del​ nuevo coronavirus no tiene por qué ser un desastre

Palabras clave: China, COVID-19, medidas efectivas

 

Un artículo publicado en línea por el rotativo South China Morning Post toma el segundo brote de coronavirus en Beijing como una buena noticia, puesto que observa que las medidas desplegadas por la capital china ofrecen fórmulas para domar al patógeno, evitando quebrantos mayores por medio de experiencias que conducen a una mejor preparación y comprensión de la epidemia.

El texto explica que en la próxima ronda de batallas contra el nuevo coronavirus, los esfuerzos mundiales para evitar la propagación de la COVID-19 requieren de enfoques inteligentes y, sobre todo, de una mayor colaboración entre países y regiones.


Foto: South China Morning Post


A inicios de junio, la vida en Beijing ya había vuelto a la normalidad en la mayor parte de la urbe. Las calles y los restaurantes estaban abarrotados una vez más. Casi dos meses transcurrieron sin una infección que resultase de un contagio local.

El 11 de junio, un brote repentino de casos vinculados a un mercado mayorista trajo a la mente de las personas los dolorosos recuerdos de Wuhan en enero de este año. No obstante, a diferencia de nuestro primer encuentro con el virus en ese momento, ahora no hay un confinamiento urbano generalizado. Más allá de las áreas de alto riesgo, la vida sigue y el brote está en estos momentos bajo control.

Estos hechos hacen recordar que la COVID-19 se propaga silenciosamente y puede reaparecer en cualquier momento. Materializar la erradicación es virtualmente imposible, una aseveración respaldada por los rebrotes en todo el mundo, desde Australia y Alemania, hasta Israel y la República de Corea.

La buena noticia es que la experiencia de Beijing demuestra que podemos domar segundas olas en una forma que minimiza los quebrantos. Comparada con la primera ola de contagios, esto deja en claro que estamos entrando en una nueva era, en una fase prolongada de nuestra batalla contra el coronavirus, que ahora posee parámetros distintos al primero.

La primera diferencia es nuestro nivel de comprensión y preparación. Durante los primeros brotes, sabíamos poco y estábamos deficientemente equipados para hacer frente al virus. De cara a la incertidumbre, los confinamientos masivos eran la única forma de prevenir una catástrofe potencial.

Si bien hay aún algunas interrogantes, tenemos ahora una mejor idea de cómo el virus se propaga y cómo afecta a las personas. Ciudades como Beijing han desarrollado un sistema inmune de estructuras y mecanismos que pueden ponerse en acción cuando se requiera.

La segunda diferencia es cómo nuestros horizontes temporales han cambiado. Los primeros confinamientos eran en sí mismos carreras contra el tiempo para impedir contagios a cualquier cosa antes de que los sistemas sanitarios fueran rebasados. Ahora, sabemos que el virus recorre el mundo y permanecerá pululando hasta que una vacuna haga su aparición. Estamos más que conscientes del impacto de los confinamientos y cómo afectan nuestra habilidad a largo plazo para superar y recuperarnos de la pandemia. El reto al que ahora nos enfrentamos se parece más a la carrera en una maratón y ya no al pistoletazo de salida.

Estas nuevas condiciones cambian el cálculo de la gestión de la pandemia. Salvar vidas sigue siendo la prioridad, pero podemos y debemos pensar holísticamente sobre las acciones que ejecutamos para someter al virus.

Al tiempo que segundas olas se propagan por el mundo, el uso indiscriminado de los confinamientos solo exacerbará las consecuencias económicas de la pandemia. Ya nos enfrentamos a la peor recesión desde la II Guerra Mundial según el Banco Mundial con una proyección del PIB que observa una contracción del 5,2 por ciento este año. A nivel mundial, más de uno de cada seis jóvenes está desempleado por el coronavirus, según la Organización Internacional del Trabajo.

Las decisiones para aislar ciudades a menudo son enmarcadas como una transacción cruda entre salud y bienestar. Mientras más se extienda la pandemia —hay que observar—, más borrosa se hace la distinción entre ambas.

Por un lado, los confinamientos también matan a las personas al irrumpir en los sistemas de salud y en las familias. Muertes evitables ajenas al nuevo coronavirus, que van desde el cáncer hasta el sarampión, están aumentando, al igual que las preocupaciones generadas por la violencia doméstica y la salud mental. Más aún, las restricciones impulsivas estrangulan la actividad económica y arrasan con las reservas que necesitamos para una batalla prolongada. Para los individuos, los ahorros comienzan a acabarse y la fatiga se acrecienta, asestando golpes a los niveles de conformidad. Los fondos estatales para el tratamiento y la prevención comienzan a menguar.

La optimización de nuestras energía para esta nueva y prolongada fase de la pandemia significa que hay que considerar la salud, la economía y las dimensiones sociales en su conjunto. Más que aplicar medidas arrolladoras, esfuerzos para enfrentar a cada uno de los nuevos casos deben ser abordados en atención a los riesgos. Un enfoque calibrado nos permite poner bajo la mira los recursos en las zonas críticas y suministrar energías cuando sea posible para superar las batallas particularmente difíciles que se avecinan.

Y por lo que respecta a un enfoque calibrado, la respuesta de Beijing señala dos ingredientes claves. El primero es la información. Cuando los estrategas caminan a ciegas, un planteamiento único es la única opción. Por el contario, los datos permiten un enfoque angular. Beijing realizó pruebas a cerca de 2,3 millones de residentes en una semana y notificó a los ciudadanos en riesgo por medio de mensajes de texto. Cada uno de los más de 300 subdistritos de la ciudad fueron categorizados según el riesgo, con 41 considerados de riesgo medio o alto en lo más acuciante del brote. Cuarenta urbanizaciones fueron aisladas. En otros lugares de la ciudad, la vida y los comercios pudieron continuar con ciertas precauciones.

Mecanismos sociales receptivos fueron el segundo ingrediente de una respuesta calibrada. El gobierno, el sector privado y organizaciones sin fines de lucro colaboraron conjuntamente, difundieron información y actuaron según los datos. Los equipos de base aplicaron medidas relevantes para las personas en las urbanizaciones, edificios y organizaciones. Otras ciudades, entre ellas Hong Kong, Seúl y Singapur han mostrado también que soluciones guiadas por la información pueden detener tempranamente los brotes con menos quebrantos que los confinamientos masivos. Las investigaciones emprendidas por la Organización Internacional del Trabajo señalan que las horas de trabajo perdidas pueden ser recuperadas en un 50 por ciento con exámenes efectivos y sistemas de rastreo.

Los beneficios de un enfoque calibrado no deberían ser descartados por países que carecen de recursos. Forzados a elegir entre el riesgo de la apertura y los costosos cierres, muchos países en desarrollo encontrarán que la segunda es una opción inaceptable conforme pasa el tiempo. Esto causará un sufrimiento local y creará zonas de reinserción potencial para otros países.

Cada país tendrá que diseñar su propio sistema por medio de la aplicación adaptada de las mejores prácticas a las condiciones locales, pero la comunidad internacional debe hacer más para elaborar herramientas relevantes y compartir experiencias disponibles.

La vida en Beijing está volviendo a la normalidad tras la Fiesta del Bote de Dragón. Las últimas dos semanas revelan qué tan lejos hemos llegado en nuestra lucha y el camino que aún nos falta por recorrer. En la siguiente etapa, los esfuerzos mundiales contra la pandemia requieren de enfoques más inteligentes y una mayor colaboración. Cuando hablamos de esta carrera contra el coronavirus, no hay país que pueda cruzar la línea final en solitario.

 

 

Texto original en :

https://www.scmp.com/comment/opinion/article/3091232/chinas-experience-shows-coronavirus-second-wave-need-not-be

 

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