Opinión>
spanish.china.org.cn | 06. 07. 2020 | Editor:Teresa Zheng Texto

El caos siembra discordia en un Día de la Independencia sin precedentes

Palabras clave: Estados Unidos, Día de la Independencia, caos

El 4 de julio de 2020 debe ser uno de los aniversarios del Día de la Independencia más confusos desde que Estados Unidos la obtuvo hace 244 años.

Su presidente, Donald Trump, pronunció un discurso ampliamente criticado, en el que señaló que las protestas en curso son una "revolución cultural de izquierda" diseñada para "derrocar la Revolución Americana". Sus comentarios fueron tildados como una alocución de campaña destinada a consolidar su base electoral blanca, y ofender deliberadamente a una parte de la población para complacer a algunos votantes. Sus opositores lo acusaron de no dirigirse a los estadounidenses e incluso de no limar asperezas.

La fiesta nacional de este año es realmente inusual. La superpotencia se ha convertido en uno de los países más frágiles de la pandemia. Su capacidad de control y su sentido humanitario han caído al límite más bajo de la sociedad humana. No importa la explicación que dé el Gobierno, esta situación dañará seriamente el orgullo del pueblo y el respeto mundial hacia el país.

Estados Unidos se debate inmerso en una política radical y ha perdido la calma y la estabilidad de una nación poderosa en su accionar. Estados Unidos ya no inspira a otros, sino que los obliga en casi todos los aspectos. El Estados Unidos de hoy consume recursos preciosos acumulados durante más de dos siglos.

En países en desarrollo como China, muchas personas lo solían considerar como un modelo a seguir; ahora, especialmente desde principios de 2020, los chinos han cambiado de opinión, al descubrir sus muchas debilidades institucionales e incluso la dura resistencia de la sociedad estadounidense al conocimiento científico. Hoy, el país vive su período más crítico en lo que respecta a su imagen internacional.

Sus divisiones internas superan con creces su pluralismo político, hasta llegar a ser un antagonista entre fuerzas distintas. El descontento por la discriminación racial a fines de mayo está fuera de control. Los conflictos entre diferentes sectores han resquebrajado su marco regulatorio básico y esto definitivamente no es una buena señal para una nación de su calibre.

Los cambios demográficos se acercan a un punto sin retorno, con una enorme presión sobre su estructura de valores. El concepto de "corriente principal" está cambiando.

¿Debería Estados Unidos ajustarse a ella y seguir revisando su código moral original, o debería insistir en la tradicional identidad nacional dominante de los blancos, el cristianismo y el idioma inglés? Una decisión difícil. Los ajustes son inevitables y cada cambio puede ser doloroso.

La situación desde inicios de 2020 muestra que Estados Unidos carece de poder político para unir a la sociedad. Algunas élites tratan de hacerlo y ganarse votos al intensificar la confrontación con China. Esto es nacionalismo extremo y un retroceso de la civilización política.

Lo más importante, frente a estos dilemas, es que el país está atrapado y confundido. Muy pocos grupos demuestran un compromiso sincero para salvar al país y la mayoría trata de obtener beneficios personales del caos.

¿Son estos problemas signos del declive de Estados Unidos? Es arriesgado predecir el futuro de un país de su valía. Pero si la gente realmente ve su caída en el futuro, los historiadores lo analizarán en profundidad y, posiblemente considerarán el 2020 como un hito en la curva descendente de la nación.

Al retroceder un siglo, China respetaba al "señor Democracia" y al "señor Ciencia" de Occidente. Así, Estados Unidos debería recuperar ese espíritu democrático y científico, abandonar la alienación de su sistema, eliminar los prejuicios cada vez más enraizados, restaurar su vitalidad y revivir la fuerte competitividad que lo llevó a la cima del mundo.


   Google+