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spanish.china.org.cn | 09. 05. 2020 | Editor:Eva Yu Texto

Donald Trump está sumiendo a Estados Unidos en la inmoralidad

Palabras clave: Donald Trump , Estados Unidos , COVID-19


Por Jorge Fernández

 

Las ambiciones políticas de Trump dejan en la indefensión al pueblo estadounidense.

 

Desde que asumió el cargo, Donald Trump ha usado el poder de la institución presidencial para convertir al sistema político en herramienta de sus propios intereses. El abuso de poder y la obstrucción del Congreso, ambos recurrentes en su gestión, terminaron a principios de este año en un proceso de destitución fallido que evidenció la victoria de las acometidas presidenciales contra los valores y las libertades de la democracia. Fue además la primera señal de la debilidad e indefensión de las instituciones estadounidenses ante la coacción de un hombre y su facción política. Hoy, en medio de la crisis sanitaria causada por la COVID-19, el sistema político de la Unión Americana ha pasado a ser escudo y arma para defender al jefe de Estado de los errores de su gestión.

 

El presidente busca gestionar los errores que condujeron a hacer de Estados Unidos el país con el mayor número de muertos e infecciones. El tiempo apremia para el mandatario bajo este asolador contexto, puesto que en los comicios de noviembre los electores podrían emitir un voto de castigo contra él y su partido. Es por ello que de la habilidad que Donald Trump demuestre para sacar provecho de sus crasos errores dependerá su reelección y la consecuente victoria del Partido Republicano. La estrategia a seguir, infundada y condenada en repetidas ocasiones por funcionarios de Beijing y por la prensa estadounidense, es hacer de China un chivo expiatorio y culpar al país asiático de la propagación del nuevo coronavirus y de sus estragos.

 

La campaña republicana de 2020 pretende desviar toda crítica contra Donald Trump haciendo de China el blanco de sus ataques. El protocolo a seguir quedó redactado ya en un memorándum del Comité Senatorial Nacional Republicano, distribuido recientemente, que aconseja a estrategas abordar el tema de la crisis sanitaria atacando violentamente a China. En esencia el escrito descansa en tres líneas de acción, a saber, que la mala gestión de Beijing causó la propagación del virus, que el Partido Demócrata es complaciente con el gigante asiático y que los republicanos harán pagar por medio de sanciones a la nación asiática por la pandemia. En pocas palabras, la reelección de Trump depende de acusaciones infundadas y críticas viperinas contra la dirigencia china.

 

El mundo coincide en que es la ciencia la que debe determinar el origen del nuevo coronavirus. Pero contrario a esta sincronía de pensamientos, la Administración Trump, contraviniendo toda ética y sentido común, está estigmatizando a China en sus enconados discursos políticos. Trump se ha asumido como juez y parte de una cacería en la que sus agencias están buscando la forma de inculpar a Beijing con teorías que afirman que el virus es resultado del accidente de un laboratorio en Wuhan, una acusación digna de un guión cinematográfico. Y así como esta, hay una galería de teorías infundadas que está siendo estructurada para fortalecer la imagen de un conspirador que busca con sus discursos espurios la reelección presidencial.

 

La retórica del presidente Donald Trump y del Partido Republicano asume como verdad absoluta que China mintió, ocultó y tergiversó los datos del coronavirus desde que comenzó la epidemia. En respuesta a esta idea anidada, la cancillería de Beijing y la prensa estadounidense han difundido información copiosa sobre la cronología de las alertas difundidas por China y los correspondientes acuses hechos por Estados Unidos, a la que se suma una serie de declaraciones de la comunidad científica estadounidense, que afirma que el virus no salió de un laboratorio. El equipo estratégico del mandatario ataca la verdad pensando que en la confusión se fortalecerá la imagen de su jefe, pero al final lo que resulta de esta trama de mentiras abiertas es una suerte de acrobacias circenses para convencer al electorado de que Trump debe continuar ocupando la silla presidencial.

 

Es en este entramado de confabulaciones que las instituciones de la Unión Americana operan como instrumentos para agigantar la imagen presidencial. Funcionarios de la Administración Trump se afanan en encontrar un sistema legal que haga pagar a Beijing por las pérdidas que la pandemia está generado. La realidad es que Trump ya dictó un fallo contra China y está a la espera de que sus agencias de espionaje redacten un plan ficticio con el que pueda exigirle a Beijing la reparación de daños. El mandatario apuesta a convertirse en una especie de héroe de caricatura cuya tarea es llevar ante la justicia a los culpables de la pandemia. Sin embargo, ese adalid de historietas es en realidad el alter ego de un villano que dejó deliberadamente que el virus se propagara desenfrenadamente por la Unión Americana.

 

Todavía es pronto para definir cómo se comportará el electorado estadounidense ante el plan que Donald Trump está urdiendo para seguir en la Oficina Oval. Lo que sí se puede asegurar ahora es que el presidente de Estados Unidos está cavando la fosa del prestigio de un país que se ufanaba de ser el máximo defensor de la democracia en el mundo. Las críticas sin fundamentos que el presidente y su equipo montan contra China no hacen más que evidenciar con mayor claridad la inmoralidad en la que ha caído el país norteamericano, por un lado, y la arrogancia y terquedad de un hombre que ha preferido desorientar y sacrificar a su pueblo antes que protegerlo y cuidarlo del nuevo coronavirus, por el otro lado.

 

Hay un peligro latente sobre los valores estadounidenses ahora que su mandatario ha volcado las instituciones nacionales para enaltecerse y atacar a China. La cancillería china ha dado muestras de una paciencia monumental al desmentir, una por una, las aseveraciones insostenidas lanzadas desde la Casa Blanca. Pero sancionar a China o exigirle el pago de indemnizaciones es otra cosa, y difícilmente Beijing se quedará de brazos cruzados ante el atropello que altos funcionarios de Washington están urdiendo en estos momentos. Por extraño que parezca, el predominio de la verdad o el de la mentira definirá el comportamiento que el sistema internacional asumirá en la etapa posterior a la pandemia.

 

 

 

 

 

 

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