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spanish.china.org.cn | 30. 04. 2020 | Editor:Teresa Zheng Texto

Un millón de casos para una superpotencia abrumada

Palabras clave: COVID-19, Estados Unidos

Profesionales médicos de Estados Unidos piden equipos de protección personal en el Centro Médico de UCLA en Santa Mónica, California, el lunes. Dado el aumento de las infecciones, los recursos médicos escasean en el país y causa tensión entre hospitales y médicos.


El número de casos confirmados con COVID-19 en Estados Unidos superó el millón el martes, el único país en el mundo en hacerlo. Además, registra más de 56 000 fallecidos. El lunes, los contagios a nivel internacional sobrepasaron los 3 millones, lo que significa que uno de cada tres pacientes es estadounidense. El Gobierno ha fallado a su gente y al planeta.

Estados Unidos alberga a más de 300 millones de habitantes. Si la misma proporción de infecciones hubiera ocurrido en China, con más de 1400 millones de personas, 4 millones habrían padecido el virus, más o menos 50 veces más que la cifra real de casos. Si eso hubiera sucedido, la epidemia en todas las provincias chinas habría sido peor que en Hubei. El nivel del tratamiento médico en China es más bajo que el de los Estados Unidos y es posible que el país hubiera colapsado.

El pueblo chino no permitirá que su país sufra tal ritmo de contagios como en su par norteamericano. Estados Unidos no está sumido en el caos porque su gente haya aceptado voluntariamente tal destino, sino porque está demasiado desesperada para luchar.

Los estadounidenses ven cómo avanza imbatible el virus a nivel nacional, porque sus políticos eluden la responsabilidad y se culpan mutuamente con la intención de reabrir los negocios en medio de una crisis mayor.

Las organizaciones sociales han demostrado su incapacidad para frenar el coronavirus, mientras que los políticos sólo tienen en mente las elecciones, y la sociedad es incapaz de movilizar una batalla nacional contra la COVID-19. Los estadounidenses dependen de ellos mismos.

Se supone que Washington debe hacer lo siguiente. Primero, disculparse con su gente y admitir un manejo inadecuado de la epidemia. Segundo, aprender sus lecciones y tomar medidas decisivas para luchar contra el virus y reducir las infecciones y muertes. Tercero, impulsar la cooperación internacional y crear las condiciones para una ofensiva global contra el mal.

Sin embargo, el Gobierno no ha hecho ninguna de esas cosas. Los demócratas no han servido como una fuerza de apoyo para unir a la sociedad en este momento crítico, y en su lugar se han enfocado en los comicios y han colocado sus intereses políticos por encima de esta tragedia mortal. Esto ha causado gran dolor al pueblo estadounidense.

La democracia norteamericana se ha polarizado. No ha asumido su responsabilidad en este momento crítico e histórico, ni ha fomentado la unión de su pueblo. Estados Unidos libra una batalla caótica contra el virus, con grandes pérdidas y pocas ganancias. El número de infecciones ha alcanzado el millón y la tarea de prevención y control sigue siendo un desastre.

Todavía hay una gran incertidumbre con lo que pase en el futuro. Culpar a China es un truco muy bajo; sólo ayuda al gobierno federal y al Partido Republicano a desviar la atención pública y obtener ciertos beneficios electorales. No hace nada por la situación vírica, ni lleva a una reflexión colectiva sobre las fallas. Tal coyuntura alude precisamente a una debilidad política del país.

El número de contagios y fallecidos seguirá creciendo. Los estadounidenses, especialmente los de menos ingresos, aún enfrentan una gran amenaza. Los ricos pueden refugiarse en casa y recibir un mejor tratamiento si llegasen a caer infectados, pero los pobres no tienen esa suerte y por ello sus tasas de infección y mortalidad son mucho más altas. Una superpotencia no debería encarar la crisis sanitaria de esta manera. Es hora de que Estados Unidos despierte.


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