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spanish.china.org.cn | 14. 04. 2020 | Editor:Teresa Zheng Texto

El fracaso de las delirantes afirmaciones sobre la COVID-19 de Washington

Palabras clave: COVID-19, Estados Unidos

El director del Instituto Nacional de Alergias y Enfermedades Infecciosas, Anthony Fauci, mientras el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, rechaza una pregunta durante una sesión informativa no programada después de una reunión del Grupo de Trabajo de Coronavirus en la Casa Blanca el domingo, en Washington DC.


Nos enfrentamos a un verdadero vandalismo internacional.

Washington ahora ataca a Beijing desde tres direcciones. Primero, acusa al gobierno chino de "ocultar la epidemia" inicialmente, lo que permitió el descontrol de la crisis y "el daño a Estados Unidos y al mundo".

En segundo lugar, Washington ha mancillado la reputación de China al señalar que ha manipulado el "número real de muertes" y que de alguna manera es más alto que la cuenta oficial. Este es un claro intento de desviar la atención de la sorprendente cifra de decesos en Estados Unidos, de engañar a la gente para que piense que son más honestos que China, en lugar de reflexionar sobre su incumplimiento del deber o incluso su mal accionar.

En tercer lugar, Washington exhorta a algunos abogados a presentar demandas contra el gobierno chino, con afirmaciones ridículas y exacerbando el sentimiento contra China en Estados Unidos. El país ha recurrido al nacionalismo extremo con la esperanza de salvarse a sí mismo.

China se ve obligada a una guerra innecesaria e inútil para refutar las observaciones delirantes de Washington. No debemos preocuparnos por esto, ya que hay dos razones por las cuales esta parodia fracasará.

Primero, el desempeño de China en la lucha contra la epidemia está bien organizado y los logros han sido enormes. Es de conocimiento general. Teniendo en cuenta la grave propagación mundial de la COVID-19, la comunidad internacional juzgará de manera justa el rol de la ciudad de Wuhan en la victoria contra el virus.

Wuhan fue la primera en informar sobre la epidemia y en tomar drásticas decisiones para su control. Cuando los países europeos y Estados Unidos comenzaron a lidiar con ella, ya sabían mucho sobre su virulencia y el canal de transmisión. Prevenidos, solo necesitaban sopesar los riesgos entre la contención total y la minimización del daño a la economía. Si los países no han podido tomar todas las decisiones correctas, ¿cómo pueden enfocar su culpa en Wuhan?

Ya el 3 de enero, China comenzó a informar a la Organización Mundial de la Salud (OMS) y a las naciones y regiones relevantes sobre el brote de neumonía. Los médicos chinos y las autoridades administrativas recopilaron y acumularon conocimientos sobre el virus desde entonces. El 20 de enero, China confirmó la transmisión entre seres humanos del coronavirus y la hizo público. Completar este proceso a partir de evidencia no fue tarea fácil.

Los científicos chinos han mantenido contacto cercano con la OMS y la comunidad médica internacional. Han publicado varios artículos sobre el virus en las revistas médicas más prestigiosas del mundo y han compartido datos con todos sin reservas.

Wuhan emitió un aviso de bloqueo de la ciudad en las primeras horas del 23 de enero, una decisión que impactó a todos. Por primera vez en la historia de la humanidad, una metrópolis de más de diez millones de habitantes cerraba sus puertas hacia el exterior.

Una ensordecedora sirena de alerta al mundo.

China trabajó duro para aniquilar el virus a través de una paralización sin precedentes de la actividad económica nacional.

Washington claramente sabía lo que venía en su camino. La enfermedad había estallado en varios países y regiones asiáticas y las naciones europeas cayeron una tras otra. ¿Cuánta información necesitan los encargados de las políticas en Estados Unidos antes de recobrar la cordura y priorizar la epidemia? ¿Son sordos o ciegos?

Vemos grupos políticos con una falta increíble de inteligencia y reacción. Algunos altos funcionarios, senadores y trabajadores influyentes de medios de comunicación sostuvieron públicamente que la COVID-19 era una mera influenza de bajo riesgo para el pueblo estadounidense. El súper martes, el punto álgido de las elecciones primarias, tuvo lugar el 3 de marzo como estaba previsto. ¿Quién puede decir hoy cuántas personas resultaron contagiadas durante el proceso? Algunos políticos estadounidenses y expertos de la televisión restaban importancia a la epidemia y a principios de marzo todavía le decían a la gente que no se preocupara. ¿Cómo se atreven a culpar a China de su ridícula respuesta frente a la infección? ¿No tienen vergüenza?

La segunda razón es que las mentiras eventualmente saldrán a la luz. El partidismo estadounidense es uno de los ángulos donde estas falacias perderán ímpetu. Hay muchas pruebas de que el Partido Demócrata quiere demostrar la debilidad e incapacidad de la administración Trump en la lucha vírica. Los principales medios de comunicación que lo apoyan también coadyuvan a este fin. Con las presidenciales a cuestas, los demócratas no permitirán que el gobierno republicano eluda suresponsabilidad.

La epidemia todavía está en su apogeo en Estados Unidos. En los últimos días, unas 2000 personas mueren a causa del virus diariamente. La ira pública generará una mayor presión sobre los políticos. Cada vez es más difícil para las élites y sus partidarios inventar mentiras para engañar al público y echar por tierra el derecho internacional. Ya no hay justificación frente a las muertes masivas.

Por supuesto, dada la formación de una atmósfera hostil hacia China entre la sociedad estadounidense y la iniciativa de la élite política de reprimir al país asiático, seguro recibirán apoyo. China debe hacer frente con prudencia a una guerra de propaganda iniciada por Washington y mostrar los hechos al mundo lo mejor que pueda. No importa cuán poderoso sea el poder blando de Estados Unidos, no puede vencer a los hechos ni a la moralidad. Las élites gobernantes en Washington viven en una fantasía en la que piensan que tergiversando la verdad y difundiendo calumnias tienen carta blanca para calificar lo que es bueno de lo que es malo.


El autor es editor en jefe del Global Times.


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