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spanish.china.org.cn | 10. 04. 2020 | Editor:Teresa Zheng Texto

EE. UU. obstaculiza la lucha mundial contra la COVID-19

Palabras clave: EE. UU., COVID-19

Una familia camina por Madison Avenue con máscaras protectoras durante la pandemia de COVID-19 el 8 de abril de 2020 en la ciudad de Nueva York.


El nuevo coronavirus es el enemigo común de la humanidad. Pero cuando la lucha global alcanza una etapa crítica, Washington provoca el conflicto sobre quién es el responsable de la pandemia, una segunda batalla de naturaleza política paralela a la que enfrenta el mundo contra el virus.

Estados Unidos es definitivamente insuperable en términos de bajo rendimiento en el manejo de la enfermedad. Con la mayor fuerza nacional y las mejores instalaciones de salud pública, la nación norteamericana no hizo nada para mitigar la presencia del patógeno en su territorio, convirtiéndolo en el nuevo epicentro de la pandemia. Hasta el momento, hay más de 430 000 infectados confirmados, con casos diarios de hasta 30 000 y casi 2000 muertes, las cifras más altas del planeta.

La pandemia ha erosionado todas las ventajas del país más desarrollado del mundo. Estados Unidos se ha convertido en el campo de exterminio del virus y también en una de las fuentes más peligrosas de contagios, con una gran cantidad de casos exportados a sus aliados, como Australia. Los reveses de la lucha antivírica estadounidense arrastrarán el proceso de contención mundial.

Se supone que Estados Unidos haga gala de su poderío económico y ayude a otras naciones en medio de una crisis de salud pública sin precedentes. Sin embargo, el virus probó ser superior. El país no es capaz de proporcionar suministros médicos urgentes a sus aliados y países gravemente afectados. Por el contrario, tomó material destinado a otras naciones. Un accionar que ha causado decepción entre la comunidad internacional.

Washington trata de protegerse al quedar inmerso en el dilema. No obstante, ha dejado un efecto destructivo en el mundo. En momentos en que la humanidad necesita más unidad, la Casa Blanca lanza una guerra ideológica para eludir su responsabilidad y fuerza una comunidad internacional dividida. Su egoísmo político ha quedado sin lugar a dudas expuesto.

Primero atacó a China, luego apuntó hacia la Organización Mundial de la Salud. Estos actos aplastaron la unidad mundial y la confianza en la lucha contra la pandemia, y provocaron un temor generalizado en el alcance de las repercusiones de la pandemia. Vivimos en un mundo desordenado y caótico.

La agresividad del virus, la polarización de la política estadounidense y la profundización de las divergencias internacionales han sumido a la humanidad en incertidumbres sin parangón. Un Estados Unidos confuso, irresponsable e impulsivo aumentó enormemente los riesgos que enfrenta el mundo.

Lo que es peor, Estados Unidos no participó en ninguna reflexión, y la incapacidad de su gobierno proviene del partidismo. El elemento anti-China en su opinión pública nace de la instigación de su administración y de algunos políticos. Esto ha desmoronado en gran medida su habilidad de corregir el curso.

El daño a la humanidad causado por un virus, sin importar su peligrosidad, solo permanece en el nivel físico. Pero la destrucción de Estados Unidos en términos políticos amplifica esta crisis y pone en riesgo la gobernanza global. Incluso si la pandemia retrocede, la humanidad tiene que encarar la turbulencia que vendrá después. Tales inseguridades van más allá de la imaginación de las personas, incluso con décadas de experiencia.

¿Puede el sistema democrático estadounidense dar cabida a políticas populistas? No lo sabemos. Para el pueblo chino, es vital mantener la estabilidad y los controles, acelerar la reanudación de actividades clave y prepararse para el peor de los escenarios.


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