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spanish.china.org.cn | 21. 03. 2020 | Editor:Eva Yu Texto

Una lucha contra dos pandemias

Palabras clave: COVID-19, China, EE.UU., productos chinos

 

  

Por Jorge Fernández

 

El estigma contra China está llenando de calamidades al mundo.

 

La sabiduría popular aconseja que para no señalar por su nombre a alguien que ha cometido un error, mejor corear ‘A quien le venga el saco, que se lo ponga’. Pero en tiempos de emergencia sanitaria, en el que no pocos cretinos han salido de su letargo, las alusiones indirectas vienen sobrando. Los aludidos se encargan por sí mismos de refrendar su nombre. El mundo lucha contra dos pandemias, la del coronavirus y la de la estupidez humana.

 

Los destrozos causados por aquellos que padecen de entendimiento corto están resultando más perjudiciales que el nuevo coronavirus. Si desde un principio se hubiese desvinculado a la COVID-19 de una “insignia nacional”, estrategas de otras partes del mundo habrían afinado mejor sus planes para hacer frente al virus, en lugar de observar la epidemia como algo exclusivo de China. La sinrazón prevaleció y a los chinos se les etiquetó con una enfermedad.

 

Con base en esa lógica comenzó una inspección de todo aquello que fuera chino o que proviniera de ese país, como si otras naciones estuviesen dotadas de un poder divino que las descartara como propagadoras de COVID-19. El titular de un diario mexicano que rezaba “Toda persona procedente de China será caso sospechoso de coronavirus” causó indignación en la comunidad china de esa país. La consigna, por encima de evitar la propagación de un microorganismo, era bloquearle el paso a los portadores de un pasaporte.

 

El estigma que Estados Unidos propagó resultó igual que la fábula del necio que le escupe al cielo. Al cerrarle las puertas a los viajeros que se embarcaban en China con destino a la Unión Americana, el país norteamericano no solo lastimó las finanzas de sus propias aerolíneas, sino que también desperdició tiempo valioso que pudo haber empleado para impedir la propagación del nuevo coronavirus. El portazo que le ha dado a Europa y que muy probablemente le dé a México está repitiendo inútilmente la política del contrasentido y la sinrazón. ¡Es un virus, Sísifo!

 

Al presidente de Estados Unidos, Donald Trump, no parece importarle mucho ni el costo económico ni las vidas humanas. En pronunciamientos públicos hechos recientemente, el mandatario ha demostrado ser víctima de una de las dos pandemias, insistiendo en llamar “virus chino” al nuevo coronavirus. El jefe de Estado, imposibilitado de entender el daño que le ha causado a su país y al mundo etiquetar a China y a los chinos con el virus, está orillando ya no a su país sino a la comunidad de naciones hacia una calamidad económica de efectos devastadores.

 

El senador Tom Cotton de Arkansas ha prometido que responsabilizará a China por el nuevo coronavirus, y que impulsará una nueva legislación que prohibirá completamente la compra de productos farmacéuticos básicos de China. Independientemente del tipo de producto del que se trate, la lógica de la iniciativa descansa en la coartación del flujo de mercancías por provenir de un país al que se le acusa de causar la propagación de un virus infeccioso. Este razonamiento, contrario a todo pensamiento científico o racional, atenta contra las cadenas de valor en las que están integradas un amplio número de economías, y en las que China es un eslabón importante. Industrias como la automotriz podrían afectarse de la falsedad y la difamación, y causar estragos lacerantes a la economía de México o a la de Estados Unidos por igual.

 

Estamos atestiguando una campaña oficial en la que el estigma está siendo alimentado deliberadamente por las instituciones de un Estado. Geng Shuang, portavoz de la cancillería, al responder una pregunta que planteaba que productos chinos en el extranjero iban infectados con el nuevo coronavirus, no solo advirtió la irresponsabilidad sino también el daño que causan calumnias de esta naturaleza, especialmente ahora que China envía a países aquejados por COVID-19 materiales y equipamiento médico. Es evidente que el país está bajo el ataque de conspiradores que están urdiendo planes para sabotear a la industria productiva. El desprestigio contra China, productor de insumos y de partes clave en la producción de otros países, plantea un daño concatenado que afecta negativamente los intereses de todos, incluidos los estadounidenses.

 

China posee uno de los sistemas de fabricación más completos y diversificados de todo el mundo, y esto convierte a su sector productivo en una parte fundamental de los mercados internacionales. En cuanto los trabajos de prevención y control epidémicos comenzaron a arrojar resultados positivos, el país asiático reanudó su producción en atención a las necesidades operativas de otros países y regiones. Estas acciones, incluso aún con la epidemia de COVID-19 en casa, apuntaban a satisfacer demandas urgentes y a estabilizar cadenas industriales y de suministro. Si bien la epidemia tuvo repercusiones inevitables en la fabricación a corto plazo, lo cierto es que esta no sacudió el papel del gigante asiático en la maquinaria mundial. El estigma, por el contrario, sí puede hacer mella en la fabricación de China y afectar perniciosamente la estabilidad económica de todo el mundo.

 

La estupidez tomada como herramienta de ataque contra China está teniendo efectos devastadores en todo el planeta. La calumnia orientada a mermar el papel que China desempeña en las cadenas de valor cimbra las bases de la globalización misma, un proceso por el que la dirigencia nacional, junto con numerosos jefes de Estado, ha trabajado diligentemente para acelerar y fortalecer. Es obvio que el estigma que toma a China como su objetivo principal fortalece el unilateralismo, y de cara al repunte de sectores proteccionistas amparados en la acusación y la mentira, el escenario postpandemia pintará ruinoso para todos si no se acaba antes con esta peligrosa campaña. La lucha contra las dos pandemias debe librarse a toda costa y hasta el final.

 

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