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spanish.china.org.cn | 18. 03. 2020 | Editor:Eva Yu Texto

Las instituciones del Estado chino frente a la propagación de COVID-19

Palabras clave: China, COVID-19

 

 

Por Jorge Fernández


¿De qué se le acusa a China? ¿De desplegar una estrategia que hasta ahora es la más eficiente? ¿De salvar vidas y bloquear la propagación del virus?


Si las hienas y los chacales pudiesen escribir, lo harían como esos periodistas y escritores que con toda brutalidad y afán destructivo buscan, cueste lo que cueste, embarrar porquería a China en tiempos de coronavirus. Dicho esto, habrá que pedir perdón al reino animal por tan denigrante comparación, puesto que si algún rastrero o carroñero tuviese el don de la letra, no usaría su inteligencia para hacer del descrédito una vulgar forma de llamar la atención.Para los chinos, que han dado todo de sí para contener la propagación de COVID-19, la difamación es un esputo en el rostro de sus muertos y el más abyecto intento de sabotaje en sus trabajos de prevención y control. ¿De qué se le acusa a China? ¿De desplegar una estrategia que hasta ahora es la más eficiente? ¿De salvar vidas y bloquear la propagación del virus? Por todo esto, al Partido Comunista de China le han arrojado todo tipo de inmundicias —y vítores—desde el extranjero.

Entender esa obsesión —o escrupulosa fascinación— con China bien merece una reflexión. Hace un par de días, en un breve texto sobre el miedo a la muerte, Mario Vargas Llosa —en un párrafo que simplemente no venía a colación—, soltó un comentario lapidario: “Nada de esto podría estar ocurriendo en el mundo si China Popular fuera un país libre y democrático y no la dictadura que es.” El comentario, calco de aquellas consignas tan populares en los años de la Guerra Fría, cuando la antigua Unión Soviética y Estados Unidos se disputaban la supremacía mundial, no es para nada fortuito y representa el temor que muchos albergan hacia China.

Parece que no importa qué diga China sobre la naturaleza pacífica de su ascenso, hay sectores que le tienen miedo. Vargas Llosa escribe sobre el pavor a la muerte, pero con China anidada en un lugar de su mente, que al igual que la pandemia en muchos, a él le causa terror. Reconozcámoslo, la capacidad de China para enfrentar la epidemia se está midiendo con la incapacidad de otros para controlarla, y esto a Occidente le causa escozor. El Partido Comunista de China, otrora objeto de repudio durante la Guerra Fría, ha hecho las cosas mejor, y ya ni qué decir del comportamiento de su gente que, de cara a una emergencia sanitaria, ha demostrado la madurez que no han manifestado las sociedades de Estados Unidos o de Europa.

En medio del brote, las instituciones del Estado chino, su capacidad de respuesta, la movilización  social, el liderazgo del Partido Comunista de China y la respuesta popular, revelan que el sistema chino, conocido como socialismo con peculiaridades chinas, está más desarrollado que el de “los países libres y democráticos” para enfrentar este tipo de retos. Concienciarlo a nivel colectivo conduce naturalmente a fortalecer las instituciones del Estado, tanto dentro como afuera de las fronteras. El coronavirus ha estimulado el sentido de pertenencia y orgullo de los chinos hacia su patria. O, mejor dicho, la contundente eficiencia de China para su contención. A día de hoy, los logros ocupan el tema de las conversaciones privadas, y esto, a su vez, es una reacción involuntaria a los titulares de la prensa de Occidente, que no deja de reportar la rápida propagación de COVID-19 por el mundo.

Dice la sabiduría popular que de ardor mueren los quemados y de envidia los amargados.  Tristemente cierto. Los críticos vociferan desde el encierro —ahora obligado—, que China respondió con lentitud y hermetismo para alertar al público sobre la gravedad del nuevo coronavirus. Pero desechan con toda malicia las limitaciones humanas para responder con velocidad instantánea ante un virus entonces desconocido. Wuhan fue un conejillo de indias y las instituciones del Estado revirtieron en un tiempo récord, ahora por muchos codiciado, la lentitud inicial en esa localidad—está por demostrarse y castigarse la posible negligencia y errores humanos—. Pero, ¿es que acaso no hay alguien con lucidez suficiente para ver que China puso a los muertos y a los enfermos en una pandemia que nunca debió ocurrir? Lo único que al mundo le tocaba hacer era prepararse y desplegar planes de acción para enfrentar al virus. En vez de ello, se perdió tiempo valioso asegurando que el momento Chernóbil de China había llegado.

¿Qué evidencian los ataques contra China? En general, una falta de compasión ante una tragedia que hace un par de meses evolucionaba a ritmo trepidante en casa. Los críticos se lanzaron a la yugular en el momento más inoportuno, cuando no había tiempo para el duelo porque había que controlar el virus y cuidar a los enfermos. Ahora las cosas se han revertido. El SARS-CoV-2 se propaga desenfrenado por el mundo, mientras que China, por el contrario, cuenta con los dedos el número de infecciones diarias. Ahora que la dirigencia y la población se están dando un respiro, y ahora que las instituciones del Estado han evidenciado con datos duros su fortaleza, el plan de acción para Occidente está terminando de cuajar.

“La dictadura política”, como algunos llaman sardónicamente al socialismo con peculiaridades chinas, abofetea a críticos con guante blanco y les extiende a sus sociedades, devoradas por el pánico, ayuda para enfrentar al enemigo. Socorrer a aquellos que comparten el mismo planeta es parte de los principios que hay en la visión de una comunidad de futuro compartido. Esto lo ha corroborado la ministra de Exteriores española, Arancha González Laya, quien llamó a su homólogo chino Wang Yi para solicitar suministros sanitarios y equipamiento de protección. China accedió. Esta llamada diplomática, dicho sea de paso, coincidió con el día en el que Vargas Llosa llamó insensatos a aquellos que ven a China como un buen modelo. No sabemos si la ayuda que China extiende a otros países termina de igual forma en manos de hienas y chacales, o de algún otro rastrero o carroñero, pero ojalá que esta asistencia—si hay en el universo algún poder divino—sirva para dotarlos ya no de inteligencia, pero sí, al menos, de un poco de compasión humana.


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