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spanish.china.org.cn | 02. 10. 2019 | Editor:Liria Li Texto

70 años que han cambiado el mundo

Palabras clave: 70 años, cambios, China, mundo


Por Mauricio Castellanos

 

El objetivo inicial era estabilizar el país después de la cruenta guerra. Eso implicaba refundarlo, partir de cero, y eso fue lo que se hizo el 1 de octubre de 1949. Con Mao Zedong a la cabeza, el Partido Comunista de China (PCCh) se dio a la tarea de lograr que la nación china viviera en paz, se afianzara y lograra la prosperidad. A partir de entonces, el mundo ha sido testigo más que del surgimiento de un pueblo, del renacer de una antigua potencia, que en solo 70 años, y apoyada exclusivamente en su propio modelo de desarrollo socialista, está a punto de convertirse en la primera economía del planeta.

Es difícil encontrar el factor clave, pero no porque no haya suficientes sino precisamente por lo contrario, porque son numerosos y no es fácil identificar cuál es el más determinante. Sin embargo, no parece descabellado decir que si el partido y el Gobierno no se hubieran lanzado de lleno a derrotar la pobreza, cualquier intento por lograr que China llegara al lugar en el que hoy está, habría sido en vano.

La guerra contra ese flagelo, que se aceleró notoriamente después del XVIII Congreso Nacional del PCCh y cuya victoria ya se ve en el horizonte, ha pavimentado el camino para que China se haya desarrollado al punto de ser hoy una fuerza motriz vital para la economía global.

También fue trascendental el lanzamiento, cuarenta años atrás, de la política de Reforma y Apertura, que les dio a los chinos la posibilidad de explotar todo su potencial innovador y tener hoy en día a disposición de todos los países, sus avances más destacados en materia de ciencia y tecnología.

Avanzando a paso firme en la construcción integral de una sociedad modestamente acomodada, China llegó a tener la fortaleza para dar una mano al mundo. Poco a poco su participación se empezó a sentir en diversas áreas, por ejemplo la asistencia humanitaria y la seguridad, gracias a unas fuerzas armadas sólidas y que saben que tienen el poderío para hacer mucho más que defender la soberanía y la integridad nacionales.

Pero pese a su creciente fortaleza, China se ha mantenido fiel a su esencia, y por eso no ha dejado de ver a los demás países en desarrollo como hermanos, como iguales por los cuales no teme hablar y cuyos intereses no duda en defender en la palestra internacional, donde ronda cada vez más amenazante la sombra del unilateralismo y el proteccionismo, y donde los poderosos no cejan en su empeño por sacar ventaja de aquellos que no tienen cómo hacerles frente.

Ahora bien, consciente de que el derecho a desarrollarse es para todos, China propuso la Iniciativa de la Franja y la Ruta, reviviendo los senderos abiertos siglos atrás por sus comerciantes y poniéndolos al servicio de todos quienes quieran aprovecharlos. Hoy ese grupo lo componen más de 150 países y organizaciones que han firmado el memorando de entendimiento con el que han otorgado su respaldo a la iniciativa. El multilateralismo y la integración se niegan a ceder terreno ante el aislamiento.

Como toda gran empresa, la construcción de una sociedad modestamente acomodada y, a más largo plazo, de un país socialista moderno, próspero, fuerte, democrático, avanzado culturalmente y armonioso, no ha estado exenta de errores y actuaciones indebidas por parte de algunos de sus protagonistas. Pero el ensayo y error han probado ser más efectivos que la inacción propia de otros sistemas, y para hacer frente a los efectos secundarios del extraordinario desarrollo de China, el partido y el Gobierno no han dudado en reconocerlos y atacarlos, siendo las dos muestras más fehacientes las luchas contra la corrupción y la contaminación, cuyos resultados son ampliamente conocidos y reconocidos.

En siete décadas es mucho lo que el mundo ha cambiado y evolucionado, pero nadie puede discutir que el país que ha avanzado a un ritmo más acelerado es China. Y de hecho, los cambios experimentados por este país asiático han tenido profundas repercusiones en el resto del planeta, tanto en el mundo desarrollado como en el Sur.

La República Popular China está celebrando 70 años, pero no solo son sus 1.400 millones de habitantes y su diáspora extendida por el mundo quienes están de plácemes. Los países industrializados que han dejado atrás la mentalidad de la Guerra Fría y han aprendido a respetar, y a aprovechar, el progreso de China, también celebran. Y mucho más lo hacen los del tercer mundo, aquellos que ven en ella no a un rival ni a un abusivo hermano mayor, sino a un modelo y a un compañero de viaje siempre dispuesto a darles la mano.

Quienes se oponen a China pierden el tiempo. El presidente Xi Jinping lo resumió en la ceremonia previa al desfile de celebración: “No hay una fuerza que pueda sacudir los cimientos de esta gran nación. (...) No hay una fuerza que pueda detener el avance del pueblo chino y de la nación china”.

Un país saludable que celebra su fundación y, en dos años, la del partido que lo ha guiado hasta donde está. El resultado de las primeras siete décadas es más que positivo. De seguir las cosas como van, y todo hace prever que así será, las próximas siete serán aún mejores, no solo para China sino para todo el mundo. 

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