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spanish.china.org.cn | 15. 05. 2017 | Editor: Elena Yang [A A A]

La leyenda de los fideos de arroz favoritos de Beijing

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La leyenda de los fideos de arroz favoritos de Beijing

El viejo maestro se quedó profundamente conmovido. El se quitó la emblemática gorra para agradecer a la gente con una reverencia, prometiéndoles que algún día volvería a servir los fideos, fuera dónde fuera.

Las mismas delicias y una leyenda renovada Diez meses más tarde, mi amiga Meili compartió un aviso en WeChat (aplicación de mensajería instantánea) junto con un comentario terminado en una docena de signos de exclamación:

”¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡¡Por fin! El abuelito está de vuelta!!!!!!!!!!!!!!!!!!”

El aviso dice, en tono de obvio júbilo, que el puesto del viejo Teng estará de vuelta, en el mismo callejón donde se encontraba la feria nocturna, a las 5 de tarde del 31 de marzo, la misma calidad y el mismo precio garantizados. “¡No se lo pierda!”

Y Meili, una joven orgullosa de ser beijinesa y gran aficionada a toda la cultura nativa, fue a la reapertura, acompañada de otros centenares de viejos amigos del maestro Teng y auténticos gourmets locales.

Ella esperó en la cola por una hora y media y regresó satisfecha después de comer una taza de fideos y otra del consomé de bolas de pescado.

”El sabor es el mismísimo. ¡Bravo!” fue su comentario como antigua cliente del negocio y conocedora de la buena comida.

Al día siguiente, monté en una bicicleta compartida al salir del trabajo y pedaleé a toda fuerza hacia Wangfujing. Me encontré con mi amigo Nico, chef y conocido blogger sobre la gastronomía, en la larga cola de espera fuera de la ventanilla, junto con otras 50 personas: Algunos se enteraron de los fideos de arroz del viejo Teng por las redes sociales, pero la mayoría, como nosotros, era fieles aficionados de este producto único y del espíritu del viejo maestro.

Pude observar al maestro, de 65 años de edad, ejecutar el procedimiento mágico de preparar los fideos, y de repente sentía que se me estaban saltando las lágrimas de felicidad.

Dentro de la cola, una señora de unos 30 años me contaba cómo solía venir para comer una taza cuando vivía en esta zona, y otro señor de bastante edad vino con su nieto para que el pequeño probara una delicia que no se hallaría en cualquier otro lugar... Unas parejas de jóvenes estudiantes vinieron por curiosidad, y unas amas de casa pidieron una noche de vacación a sus familias para invitarse a sí mismas una degustación bien debida...

Me contaban que, cuando era joven, el viejo maestro originario de Beijing fue mandado a encargarse de labores físicas a la lejana provincia de Yunnan en la frontera china con Vietnam, Laos y Myanmar, en un movimiento político en el que jóvenes estudiantes tuvieron que ir a las áreas rurales para recibir la reeducación campesina y trabajadora.

Entre las labores pesadas, Teng Beiling aprendió el secreto de la delicia indígena y la llevó de retorno a Beijing para recrear su propia receta a base de la tradición.

Durante 32 años, se dedicaba a perfeccionar los tres deleites de los fideos de arroz, el consomé con bolas de pescado, y el jugo de ciruela.

“No había pensado en hacer otras cosas”, me explicó el maestro cuando salió a fumar un cigarrillo y limpiarse el sudor. “A mi juicio, ha sido sumamente difícil hacer bien éstas tres”.

“Me han venido muchos empresarios a pedir colaboración, para que este negocio se expanda hacia una cadena nacional, y a todos les he dicho que no”, dijo con una sonrisa amplia en la cara.

“No tengo tanta ambición, de hecho. Me preocuparía por el sacrificio de la calidad y el cambio del sabor si se duplicara el negocio a una gran magnitud”, sostuvo el maestro, agregando que es más importante para él hacer las pequeñas cosas a la perfección que ganar mucho dinero pero fallar en los detalles.

“Niña, ¿aguantas el vinagre (“tomar vinagre” significa “estar celoso” en el mandarín)?” Me preguntó con una risa traviesa como un niño pequeño.

Sin mucho pensar (y por tener mucha hambre), pregunté, “Sí, por favor”, extendiendo las manos para recibir la taza.

Todos se rió y me daban ánimo, incluído el maestro, como si todos fuéramos amigos o familiares desde hace mucho, mucho tiempo. Me sentí (pues un poco avergonzada) contenta, segura y feliz, aun más cuando me puse a devorar los fideos, las bolas de pescado y engullir el jugo...

Al despedirme, me acerqué a la ventanilla par decirle al viejo maestro, “¡Estuvo riquísimo! ¡Muchas gracias, señor!”

”Si está rico, vente a menudo, mi hija!” Contestó el maestro, levantándose la cabeza de su obra artística, con la sonrisa perpetua.

Por supuesto iré cada cuando pueda. Y ¿tú?

 

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