Otra de las consecuencias que trae consigo el cambio climático es la posible liberación de virus y bacterias, congeladas durante miles de años, que podrían originar peligrosas epidemias.

En circunstancias normales, cada verano se derrite 50 cm de las capas superficiales de permafrost, la capa de hielo permanente, pero debido al efecto de los gases invernaderos que dan pie al calentamiento global, ahora el deshielo es mucho mayor.

Estos lugares helados reúnen las condiciones perfectas para que los virus y bacterias permanezcan vivos durante millones de años: frío, carencia de oxígeno y oscuridad. Al fundirse el hielo, los microbios pueden propagarse y volver a infectar a los animales o a los seres humanos, quienes después de tanto tiempo ya no cuentan con las defensas para hacerles frente.

Así, un estudio de 2007 dio con el virus de la gripe española de 1918 en cuerpos enterrados en fosas comunes en la tundra de Alaska. En 2014, los científicos revivieron dos virus conservados en el permafrost durante 30.000 años, con un tamaño mucho mayor al de los modernos. Al poco de descongelarse, volvieron a ser infecciosos, pero por suerte solo atacaban a las amebas.

En una cueva de México se descubrió una bacteria de hace 4 millones de años conocida como Paenibacillus sp. LC231, resistente al 70% de los antibióticos. Dado que ha permanecido aislada durante tanto tiempo, dicho aguante debió haber surgido de alguna manera.

Por el momento, no se ha conocido algún caso de infección grave, pero la amenaza se mantiene latente a medida que los efectos del cambio climático se hacen más agudos.