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spanish.china.org.cn | 30. 11. 2016 | Editor: Elena Yang [A A A]

Fidel conciliador

Palabras clave: Fidel Castro, Cuba

Por Isidro Estrada

 

El fallecido líder cubano acompañó su prédica ideológica de una capacidad negociadora que con frecuencia se pasa por alto

 

Al abordar la personalidad de Fidel Castro, tanto admiradores como adversarios se limitan con harta frecuencia a asociar al ex presidente cubano, recientemente fallecido, a las pasiones que acompañaron su fervor revolucionario, para decirlo de manera sencilla; o solo otorgan relevancia a su indiscutible papel como adalid ideológico contra un viejo orden en busca de un nuevo y más equitativo sistema socio-económico; para ponerlo en perspectiva política y filosófica.

Y sí, Fidel es eso. Pero también ejerció con frecuencia como incansable y atildado negociador, un componedor de entuertos de fino olfato, negado a los extremismos y capaz de adelantar acontecimientos, al punto de convencer a muchos de que vivía acompañado de una especie de “sexto sentido” para prever el porvenir. Del estratega sosegado en la mesa negociadora quiero hablar esta vez.

Cuando se menciona a Cuba, y en particular a Fidel, emerge por antonomasia su perenne diferendo con los sucesivos Gobiernos de Estados Unidos. Se privilegia entonces la imagen socorrida del David frente a Goliath. O, si se trata de un enfoque hostil, se le atribuyen al dirigente artes de eterno provocador a los poderes establecidos en Washington, obviando que sus primeras aproximaciones a Estados Unidos estuvieron marcadas por el sosiego y el talante propositivo.

Con ese espíritu el entonces flamante primer ministro cubano visitó EE.UU. en abril de 1959, para solicitar un préstamo para el desarrollo. La respuesta de las entidades financieras norteamericanas fue condicionar la aprobación de fondos a que Cuba aceptara someterse a un paquete de “estabilización”. La misma ”estabilización” con que los banqueros del Norte habían sumido a Argentina en la depresión apenas cuatro meses antes, situación que se selló con un golpe de estado militar.

Con todo, Fidel no perdió la fe en la negociación. El 2 de mayo de ese mismo año se dirigió al Consejo Económico de la Organización de Estados Americanos (OEA), en Buenos Aires, donde urgió a los delegados a asumir con urgencia programas de desarrollo para toda la región latinoamericana, advirtiendo que de no hacerlo, se corría el riesgo de que la región quedara a merced de fuerzas políticas extremas. Apeló de nuevo a la buena voluntad de EE.UU., para que desembolsara 30.000 millones de dólares en ayuda regional en un plazo de diez años. Los asistentes, en particular los representantes estadounidenses, respondieron con tono de sorna, calificando de absurdo el pedido. Sin embargo, no habían pasado dos años cuando, en 1961, la entonces administración de John F. Kennedy, otorgaba 20.000 millones de dólares a América Latina, como parte de su iniciativa denominada “Alianza para el progreso”. Con este fondo, Washington no sólo intentaba evitar la radicalización cubana - que el propio Fidel había anunciando, y que estaba a punto de expandirse por el sub-continente -, sino que junto al desembolso de fondos regionales organizó la invasión armada contra la Isla, en abril de 1961, conocida como “Bahía de Cochinos” o “Playa Girón”. De tal suerte, EE.UU. daba un portazo a las comedidas propuestas iniciales de Fidel, y optaba por aplastar la revolución que aquél había liderado. No lo logró.

A partir de entonces - y a pesar del giro radical que imprimió a su proyecto político ante la agresividad estadounidense - Fidel Castro continuaría acudiendo, en público y en secreto, a la mediación en más de un conflicto o diferendo. Incluso mantuvo la puerta abierta durante años a un eventual reacercamiento con EE.UU., siempre que éste aceptara reconocer la soberanía cubana.

Este afán mediador también se hizo evidente en sus primeras aproximaciones a la nueva China, como afirma en sus memorias Wang Youping, embajador en La Habana de 1964 al 69. Convencido de la importancia del país asiático para el avance de la causa socialista en el mundo, sobre todo en las antiguas colonias y países del tercer Mundo, Fidel colocó todo su empeño en tratar de zanjar las diferencias que surgieron desde 1956, y perduraron por varios años, entre la entonces Unión Soviética y la República Popular China.

En Africa puso su capacidad diplomática a disposición del conflicto territorial entre Somalia y Etiopía, antes de asistir militarmente a la segunda contra la ambición geófaga de la primera, y apostó todo su capital político en las negociaciones de Londres, que concluyeron en 1988 con el Acuerdo Tripartito para Angola, elemento fundamental para dar el tiro de gracia al Apartheid en Sudáfrica y la concretar la independencia de Namibia.

En procura de equilibrios se identificó con la causa primigenia de las guerrillas colombianas, pero censuró métodos de la misma, como los secuestros; condenó la primera Guerra del Golfo, pero a la vez criticó las ambiciones de Saddam Hussein en Kuwait; simpatizó con la causa palestina, aunque señaló lo improcedente de los ataques indiscriminados contra civiles; apoyó al Irán revolucionario, aunque nunca se identificó con las propuestas negadoras del Holocausto y la causa judía de Ahmadinejad; asumió la defensa de la República Popular Democrática de Corea, aunque enfatizando la necesidad de que Pionyang deje de poner en peligro la seguridad de la península coreana. Estos son sólo algunos ejemplos al vuelo.

En el ámbito doméstico no podía ser menos. En 2000, luego de atestiguar la caída del Campo Socialista y de cara a nuevas realidade, definió el concepto de Revolución como “sentido del momento histórico” en un llamado a “cambiar todo lo que debe ser cambiado”.

Perfecto epitafio para un conciliador.

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