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spanish.china.org.cn | 30. 11. 2016 | Editor: Eva Yu | [A A A] |
La siguiente anécdota es bien conocida: El 8 de enero de 1959, Fidel Castro entró en La Habana. La capital cubana ya había sido tomada por las columnas de Camilo Cienfuegos y el Che Guevara, y miles de personas aguardaban las palabras de aquel hombre barbado, vestido de verde olivo y calado con un quepis, cuya popularidad se había anticipado a su llegada como precede el humo al fuego. En la fortaleza Columbia, el Comandante se dirigió a sus entusiasmados compatriotas con un sentido discurso. Y antes de que terminase de hablar, una paloma blanca revoloteó sobre la multitud y fue a posarse, precisamente, en el hombro de Fidel Castro.
Pese a su origen judeocristiano, el inequívoco simbolismo de la paloma blanca con una rama de olivo en el pico es perfectamente universal. Posada sobre la guerrera verde olivo de Fidel, la paloma se convirtió en uno de los primeros elementos sobre los que edificar el mito. Y si un mito no es sino una narración maravillosa protagonizada por personajes de carácter divino o heroico, rodeados de extraordinaria admiración y estima, la presencia de la paloma blanca sobre el hombro de Castro vino a completar el aura de grandeza que el imaginario popular ya había decidido con antelación otorgar a los guerrilleros barbudos de Sierra Maestra, encabezados por Fidel Castro, que ocho días antes habían obligado a huir a Fulgencio Batista.
Fidel Castro falleció a los 90 años el pasado 25 de noviembre en La Habana, 57 años después de que aquella paloma divinizase simbólicamente su figura. Desde su muerte se han vertido océanos de tinta en todas las esquinas del planeta para analizar su vida, su obra y su legado, lo que no hace sino ratificar la trascendencia que ha tenido su figura, fundamental para entender la segunda mitad del siglo XX en un mundo polarizado por la Guerra Fría. Muchos de esos escritos han estado dirigidos a ratificar al mito, a perpetuar la leyenda. Muchos otros, a desmontarlo. También están, claro, los que buscan la equidistancia, el análisis frío y lo más objetivo posible a la luz de las cifras y los hechos.
Nadie duda de que Fidel Castro es uno de los personajes más relevantes de la historia reciente. A la estela de la Revolución Cubana, muchos otros movimientos de liberación tuvieron lugar a lo largo de toda América Latina, pero no solo. También a África, a Asia e incluso a Europa llegó su influencia. Se han publicado cientos de libros en docenas de idiomas que analizan cuanto hizo o dijo el Comandante en vida. Para pulsar con tino la importancia de lo que sucedió en Cuba, tal vez no esté de más recordar que por esos años menudeaban en toda América Latina, desde Guatemala hasta Argentina, los golpes de Estado y las guerras civiles.
Entretanto, Cuba consiguió éxitos impensables, entre los que siempre se destacan unos niveles educacionales sobresalientes, un sistema sanitario envidiable o un Índice de Desarrollo Humano de Naciones Unidas que para sí quisieran una buena parte de los países del planeta. Y todo ello con la oposición de EE.UU., el más poderoso de los enemigos, a una distancia tan corta que se puede recorrer en balsa, como bien saben muchos cubanos que, a pesar de todo, decidieron abandonar el país, tal vez el principal debe de la Revolución y del propio Castro, aunque posiblemente no el único.
La figura de Fidel, revestida de una coraza revolucionaria, sobrevivirá al paso del tiempo, de eso no hay duda. Otra cosa será cómo vaya evolucionando a lo largo de los años. El revisionismo de su propio pasado es algo a lo que ningún país consigue ni debería escapar. Tampoco Cuba. De momento, se ha ido el cubano más universal, un hombre del que quienes lo conocieron no dudan en destacar su intenso magnetismo, su muy bien ordenada inteligencia, su perspicacia y su entero compromiso con los valores socialistas de la Revolución.
Pero los mitos, los grandes mitos, se construyen con algo más: con cientos de intentos fallidos del enemigo para aniquilarle, con una vida sentimental tan secreta como activa, si es que eso es posible, con victorias épicas como la de Bahía de Cochinos, y sobre todo con símbolos. Símbolos como el de una inocente paloma blanca que revolotea sobre miles de personas para ir a posarse en el hombro adecuado en el momento oportuno.