Hay que admitir que las dos naves pueden estar a años de ser rentables para sus fabricantes, pero el hecho de que una de ellas ya esté operando comercialmente y la otra esté casi lista para realizar su primer vuelo, es una poderosa inyección de ánimo tanto para los equipos que las desarrollaron como para el pleno de las industrias aeronáutica y aérea del país, que hoy ven que esa empresa que en su momento algunos calificaron de quijotesca es por fin una realidad.

Poner en duda la capacidad de China para concretar esta meta raya en la ridiculez, si se tiene en cuenta que, por ejemplo, el país ya tiene su propio programa espacial, bastante avanzado, por cierto. Como ya dijimos, el objetivo inmediato de producir sus propios aviones no es quitarle el lugar a los dos fabricantes más grandes y tradicionales, sino fortalecer sus propias industrias y brindar una alternativa a las líneas aéreas internacionales para las que aquéllos constituyen una opción que escapa a sus posibilidades. Alimentar parte de la abultada demanda con aviones de fabricación nacional (a un ritmo más rápido que el de sus pares estadounidense y europeo, casi insalvablemente condenados a los retrasos en las entregas) permitirá desarrollar a un ritmo saludable el sector aeronáutico y a la vez dará a las aerolíneas nacionales una identidad propia.

Llegar al punto de afectar seriamente la cuota de mercado de Boeing y Airbus requerirá de años, incluso décadas, de perfeccionamiento de los aparatos y de todo el proceso de producción. Esto, sin embargo, no es motivo de preocupación; felizmente, una de las principales virtudes chinas es la paciencia. Fin