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spanish.china.org.cn | 21. 09. 2016 | Editor: Lety Du | [A A A] |
Por Isidro Estrada
Con su visita a Cuba, la primera de un primer ministro de China a la isla caribeña - a finales de septiembre -, Li Keqiang consolidará una relación que se recupera y crece por días, además de propiciar mayor retroalimentación entre la reforma china y la actualización cubana.
A Li Keqiang lo esperan en La Habana como al familiar que llega de lejos después de larga estancia: Con cálidos abrazos y golosinas hechas en la cocina de abuela. Y no es para menos. Es el primer ministro de China que recibirá Cuba en 56 años, desde que los dos países decidieran establecer relaciones diplomáticas, allá por el lejano 1960. Y más aun: se trata de dar la bienvenida al jefe de Gobierno del actual segundo mayor socio comercial de Cuba. Como para lanzar la casa por la ventana, según decimos los cubanos, tan dados a la hipérbole, pero también a ofrecer de corazón cuanto poseemos al huésped que nos visita.
De este contento ya se hizo eco el canciller cubano, Bruno Rodríguez, cuando declaró a la agencia Xinhua que la visita “significará un paso de avance en las relaciones bilaterales, suscitará toda nuestra atención y será sin lugar a dudas un éxito”. En su entusiasmo fue secundado por Rodrigo Malmierca, ministro de Comercio Exterior y Inversión Extranjera, quien subrayó que los dos países han estado trabajando de consuno para preparar esta importante visita, “que es expresión del excelente estado de las relaciones entre nuestros países y del potencial que tenemos para seguir potenciando la cooperación económica”.
El hecho de que la comitiva de Li Keqiang esté integrada por cien funcionarios, da fe de la importancia que se confiere a esta visita, la cual se producirá tras el paso del grupo por EE.UU. – incluida una comparecencia del jefe de la delegación en la ONU - y una estancia oficial en Canadá. La “pausa cubana”, además, será propicia para que los huéspedes chinos se alejen del frío norteño y se relajen en alguna cálida playa caribeña, donde les será más grato calcular modos de dar un nuevo impulso a un intercambio económico bilateral, que ya frisa los 2.000 millones de dólares.
“Y no basta”, dice a rajatabla el académico chino Xu Shicheng. Conocedor a fondo de los entresijos de los nexos de su país con la nación antillana, el analista insiste en que esa cifra todavía dista de reflejar el nivel que los intercambios chino-cubanos han alcanzado en años recientes.
No pretendo impugnar el nivel de conocimiento de causa del profesor Xu, pero me gustaría enfatizar que, de cualquier modo, el guarismo implica un aumento exponencial. Téngase en cuenta que hoy Cuba es el mayor beneficiario de inversión china en el área del Caribe. También que la cifra pertinente registró 1.596 millones de dólares de enero a septiembre de 2015, tras ligeros descensos en años anteriores, en especial en 2014, al parecer por disminución de envíos de níquel cubano a China.
El registro del año pasado supuso un 57% de incremento con respecto a 2014. Desde otro ángulo sí pienso, como el académico Xu, que estos aumentos no trasladan una idea cabal de cuánto se ha diversificado la relación económica bilateral. Pero a reservas de todo el potencial que queda por explorar, una visita a la historia, nos deja claro que los lazos comerciales - y la relación en su integralidad- viven sus mejores días.
El gran salto adelante de los lazos chino-cubanos
Hubo un tiempo en que el comercio entre los dos países se verificaba con talante casi exclusivo de trueque. Cuba ofrecía sobre todo azúcar refinada, a cambio de la cual China le enviaba, en primer lugar, arroz. De 1960 a 1965, según registros chinos de la época, estos acuerdos promediaron apenas 150 millones de dólares anuales, alcanzando un pico de 224 millones de dólares en el 65. En aquel entonces China también era el segundo socio comercial de Cuba, superada sólo por la antigua URSS.
Pero no se trataba sólo de comercio. La solidaridad y buena voluntad también hicieron acto de presencia. Cuando en octubre de 1963, Cuba sufrió el devastador paso del huracán Flora por la parte oriental de la ínsula, China ofreció sin demora donaciones de cinco mil toneladas de grano y tres mil toneladas de carne de cerdo, junto a un voluminoso cargamento de medicamentos, ropa, calzado y objetos de escritorio. Súmese que el ofrecimiento se hizo justo cuando China se recuperaba del desastroso Gran Salto Adelante (1958-1961). Los entonces primero y vice primer ministros, Zhou Enlai, y Li Xiannian, respectivamente, se encargaron en persona de tramitar el envío.
El propio Zhou Enlai se encargaría de confirmar esta inclinación a ir más allá de convenios y protocolos si se trata de la Isla un año más tarde, al recibir al comandante Ernesto Che Guevara en Beijing. “Si Cuba encara cualquier dificultad”, dijo Zhou a su huésped argentino-cubano, “por favor, háganos saber. No vacile. No repare en nuestras posibilidades para satisfacer sus necesidades. Si no podemos entregarle lo que necesita ahora, haremos nuestro mejor esfuerzo para suministrárselo el año próximo, o el siguiente”.
Entiendo que la esencia de ese espíritu de buen samaritano ha logrado persistir en el tiempo, haciéndose presente asimismo en la actualidad, cuando China – ya segunda economía del orbe - privilegia relaciones comerciales de “ganancia total compartida” (win-win), y buena parte de su entramado económico se ha descentralizado y se rige por las leyes del mercado.
A finales de enero de 2015, durante la XXVII Comisión Intergubernamental entre los dos países, celebrada en La Habana, China acordó aplazar el inicio de pago de un crédito otorgado a Cuba en el plano de la colaboración económica y técnica, en consonancia además con el carácter “blando” de buena parte de los empréstitos pactados, a lo que se suman múltiples donaciones chinas a la Isla. En 2010, los dos países ya habían acordado una renegociación de la deuda por diez años y nuevas líneas de crédito sin interés.
Los lazos chino-cubanos rebasan el mero acercamiento en busca de la ganancia neta.
En lo personal, como cubano de larga residencia en China, me congratulo del creciente aumento de la confianza bilateral, tras haber atestiguado los años de alejamiento mutuo, en la cúspide del período de Guerra Fría, de 1966 a 1983. Pero soy de los que confían en que toda reconciliación genuina – como en los viejos matrimonios, que aun en la distancia temporal mantienen latente el posible reacercamiento – porta en sí misma un buen sabor a segunda oportunidad.