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spanish.china.org.cn | 20. 06. 2016 | Editor: Eva Yu [A A A]

Un arbitraje con el que pierde asia y gana EE. UU.

Palabras clave: Un arbitraje con el que pierde asia y gana EE. UU.

Por Mauricio Castellanos

Un arbitraje con el que pierde asia y gana EE. UU.

Da la impresión de que el saliente gobierno de Filipinas no hizo bien sus cálculos y pecó de ingenuo a la hora de tomar la decisión, irresponsable y temeraria, de interponer su demanda ante el Tribunal Permanente de Arbitraje de La Haya en relación con la disputa que sostiene con Beijing sobre el Mar Meridional de China.

De otra forma es difícil entender cómo pudo haber optado por una estrategia que desde el comienzo estaba condenada al fracaso y, por lo tanto, no le iba a representar ganancia alguna. Muy al contrario, era obvio que los resultados iban a ser negativos para las relaciones bilaterales y para todo el vecindario asiático. Sólo podía haber un beneficiario, paradójicamente uno que poco y nada tiene que ver con Asia. Con todo y eso, Manila cerró los ojos y se lanzó al vacío.

Hoy la región y el mundo parecen estar más pendientes de un fallo intrascendente que del hecho de que el efecto real de la demanda presentada por Filipinas, envalentonada por el respaldo de Estados Unidos, lejos de solucionar la disputa la ha agravado, y ha elevado las tensiones a niveles no vistos en muchos años.

Con el discurso engañoso de querer lograr una región estable y pacífica, EE. UU. sedujo a Filipinas y la puso a trabajar en función de los intereses de su “pivote asiático”. Su propósito evidente de frenar el ascenso de China claramente no lo ha logrado, pero uno más, el de desestabilizar la región para justificar su presencia en ella, sí.

Como firmante, el 4 de noviembre de 2002, de la Declaración sobre la Conducta de las Partes en el Mar Meridional de China, Filipinas sabía que el único camino para resolver sus diferencias con China era llegar a un consenso a través del diálogo y la negociación. Sabía, también, que un arbitraje no se puede solicitar de manera unilateral sino que es necesario contar con la aquiescencia de la otra parte. Es más, sabía, como todo el mundo, que en 2006 China había adherido a la cláusula de reserva de la Convención de la ONU sobre el Derecho del Mar (UNCLOS, por sus siglas en inglés), con lo que el Tribunal de La Haya quedaba imposibilitado para dirimir el asunto, por cuanto es atinente a la soberanía. Y, como si todo esto fuera poco, en 2011 los dos países se habían comprometido a solucionar sus disputas territoriales a través de negociaciones.

Todos estos elementos permiten entender que la demanda interpuesta el 22 de enero de 2013 por Filipinas no tenía futuro, y dan mucho que pensar, primero sobre la capacidad de sus gobernantes para honrar la palabra empeñada, y segundo sobre lo que puede haberles ofrecido EE. UU. a cambio de prestarse a una estratagema tan perjudicial para los lazos con su vecino y, en particular, para la estabilidad regional.

Como es ampliamente conocido, China ha tenido la soberanía sobre el Mar Meridional, las islas Nansha y sus islas y aguas adyacentes desde tiempos de la dinastía Han, hace ya más de 2.000 años. El hecho de que en la época moderna la zona haya sido ocupada y usufructuada por otros no cambia la historia.

Hoy que China tiene los medios para hacer respetar su territorio, quienes se han aprovechado y beneficiado de su antigua debilidad buscan el patrocinio de fuerzas externas para tratar de regresar a ese pasado de ganancias fáciles a costa de bienes ajenos. Hoy que China está ejerciendo su soberanía, nadie habla de que desde 1947 Filipinas empezó a considerar como propio un territorio que no le pertenecía, ni de que desde la década de los 70s comenzó a recuperar tierras allí mismo.

EE. UU. y sus aliados en Asia acusan a China de “militarizar” su mar; construir capacidad para defenderse de los saqueos y agresiones a los que aquéllos estaban acostumbrados y quisieran perpetuar no es militarizar. Sí lo es, en cambio, que un país invada el espacio aéreo y marítimo de otro bajo el pretexto de realizar “patrullajes rutinarios” y “ejercicios de libertad de navegación”, o que despliegue el 60 por ciento de su fuerza naval en una región distante miles de kilómetros de su territorio.

Con las tensiones en su punto más alto en años, y ad portas de un veredicto que sólo servirá para reafirmar el poco respeto de Filipinas por la UNCLOS y terminar de enlodar la reputación del Tribunal de La Haya, que en vez de defender la ley internacional escogió ayudar a contravenirla, lo único que resta es esperar que el nuevo gobierno filipino, encabezado por el presidente electo, Rodrigo Duterte, adopte una actitud más madura y pragmática que la de su predecesor y asuma la responsabilidad que, como vecino asiático, le corresponde de ayudar a mantener la armonía y la paz.

El asunto del Mar Meridional de China compete sólo a los países de la región, y es entre ellos que debe solucionarse. Si las grandes potencias verdaderamente quieren ayudar, bienvenido será su respaldo al diálogo y la negociación. Su cizaña y sus barcos y aviones de guerra, no.

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