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spanish.china.org.cn | 23. 09. 2015 | Editor: Lety Du [A A A]

Una visita formal

Palabras clave: China, EE.UU.

Por Nicolás Giménez Doblas

 

Hay visitas que no se pueden hacer esperar. Entre las tazas de café y de té hay grandes palabras, palabras que, lejos de particularismos, hablan del mundo y los grandes retos que le conciernen.

No son enemigos, ni tampoco aliados. Como rivales, comparten una misma meta, distintos instrumentos para alcanzarla y, sobre todo, intereses comunes. Su relación es más protocolaria que amistosa: ambos se conocen, saben hasta qué punto pueden entenderse.

En la ceremonia que China celebró por todo lo alto en recuerdo del 70º Aniversario de la Victoria Antifascista, uno de sus protagonistas no acudió a la cita. Y no fue un descuido, no es que hubiese olvidado aquel negro pasado de penurias compartidas. No. Aquí no se está hablando ya de historia, se trata de política. Es un gesto, uno más, con el que Estados Unidos muestra su postura, poco proclive a admitir una posible supremacía del gigante asiático: el chicle de Barack Obama durante la APEC de 2014, o los comentarios hirientes de Donald Trump son señales de que inequívocamente China es una de las mayores inquietudes para los estadounidenses.

Es por medio de la economía por donde se puede hallar una vía que dé paso al diálogo. Esta intenta superar las fronteras, la política exterior, la historia, aunque se vea una y otra influida por las mismas y otros muchos factores. Lo que importa ahora es el crecimiento. Y en esa carrera por crecer, se erigen, China y Estados Unidos, colosales, gigantes cuyos hombros superan las nubes. Pero no están enfrentados entre sí: Rusia es el tercero en discordia. Hay quien ya ha señalado las similitudes con los antiguos Tres Reinos: un paso en falso, una mala estrategia, podría acarrear consecuencias nefastas para cualquiera de ellos. Las relaciones entre unas potencias de tal capacidad armamentística han mantenerse constantes, por responsabilidad, por el bien de todos.

Mas en la política actual, hay pocos imprevistos. Los intereses comerciales y financieros prevalecen de momento a casi todos los demás sucesos. Estados Unidos necesita las exportaciones de China, y China la tecnología de Estados Unidos. Eso es un nexo de unión, eso es lo que hay que incentivar. Proyectos en común como la Ruta de la Seda. De momento poco cabe esperar sobre esto último: la conexión por ferrocarril entre la Europa occidental y China está todavía lejos de alcanzarse a través de Oriente Medio. El tren, es un transporte más barato a la larga que el aéreo y más rápido que el marítimo, y sería ideal de no ser por la guerra y la inseguridad de determinadas zonas que hacen que el renacimiento de la antigua ruta lleve más tiempo que la distancia que ambiciona recorrer. Aunque quién sabe. Tal vez un progresivo enriquecimiento –no solo de los principales interesados, sino también de todas las regiones involucradas- favorecido por dicho proyecto acabe con los conflictos. Suele ser un factor determinante para bienquistar los ánimos. Pero la propia culminación de la Ruta de la Seda no es tan importante en sí misma, como lo es por su significado. La propuesta del Presidente Xin Jinping tiende un nuevo puente hacia el entendimiento si no político, al menos económico, que es el lenguaje universal, que no el inglés.

China quiere paz, necesita la paz para garantizar la estabilidad en su comercio exterior. Y para ello, ha de guardar el equilibrio con Rusia y Estados Unidos, con competitividad y ciertos pactos comunes para el bienestar de sus respectivos pueblos.

Probablemente todo momento durante la visita de Xin Jinping será digno de análisis, pero es improbable que haya un solo gesto reprobable por parte del gobierno estadounidense. Porque si hay en algo en lo que China ha destacado por encima de todo es la formalidad: a pesar de las escasas muestras de deferencia por parte de Estados Unidos, China insiste en asentar unas bases de cordialidad, que reflejan una seriedad y responsabilidad en consonancia con el estatus y los asuntos que tratan. Estados Unidos como invitado ha dejado que desear: ahora como anfitrión ha de ser ejemplar, y corresponder a China en el trato. El mundo depende en gran medida de la disposición de sus dirigentes.

Promover la paz, mantener el diálogo y, ante todo, hacer justicia al nombre del océano que los separa. El mar es grande pero la ambición es infinita: por ello hay que seguir trabajando en mejorar las relaciones e impulsar los proyectos comunes. Las tazas de café y té estarán distantes sobre la mesa, pero no hierven ni se enfrían.

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