Inevitablemente asociamos el espacio de los libros a un lugar más o menos cerrado, pues desde niños hemos acudido a bibliotecas encerradas entre cuatro paredes y hemos asociado el placer de la lectura a un rincón privado de nuestras casas, y no está mal que así sea.

Estas costumbres solían romperse en verano, cuando el buen tiempo nos incitaba a salir al exterior con nuestros libros, pero eso era algo que quedaba a la elección de cada uno.

Los tiempos modernos han hecho que los límites entre los espacios dedicados a las diferentes actividades de ocio se difuminen, ayudados en parte por las nuevas tecnología, que traen también nuevas costumbres. Así que no es raro ver cómo el mundo de los libros toma espacios que tradicionalmente no le han pertenecido, y vemos aflorar bibliotecas en las calles, los parques e incluso las playas. Y sin paredes, todo al aire libre. Porque, aunque durante mucho tiempo nos hayamos empeñado en ello, el placer de la lectura no está reñido con el de disfrutar del aire libre.

Bookyard, construido por Massimo Bartolini para el festival de arte belga PISTA: Una conversación Ciudad Contemporáneo de Gante.