Por Jorge Fernández

La VII Cumbre de las Américas pasará a la historia por la reunión que los presidentes de Cuba y de Estados Unidos, Raúl Castro y Barack Obama, celebraron en el margen de la reunión. El apretón de manos de los dos jefes de estado abre un nuevo espacio, precedido por décadas de hostilidad, en el que la absolución de culpas será una nueva constante en América Latina.

Y es que la nueva relación de Estados Unidos con Cuba, iniciada con el proceso de normalización, lleva implícito también el replanteamiento de la política exterior de otros estados americanos que, arrastrados por un resabio de la Guerra Fría, profundizaron el aislamiento de esta isla del Caribe.

Durante décadas, salvo contadas excepciones, los estados americanos, encabezados por Estados Unidos, tuvieron un trato injusto contra Cuba. Ahora que la Administración Obama ha reconocido el error, el coro de “mea culpa” hará eco con diferentes tonos y matices en otros estados americanos.

Esta insólita reunión también abre otro capítulo para las relaciones de Estados Unidos con los estados latinoamericanos, ahora que el tema de Cuba, escabroso durante medio siglo, está sobre las vías de la normalización.

El cambio de actitud hacia Cuba sugiere un nuevo enfoque para las relaciones de Estados Unidos con toda la región, especialmente en el terreno político y comercial. Y este reordenamiento en los enfoques, llevado al terreno de las relaciones transpacíficas, generará nuevas condiciones con China, primer y segundo actor económico regional, después de Estados Unidos.

China ha ofrecido alternativas económicas inéditas a los estados americanos, alternativas que han madurado y han conducido a la rúbrica de asociaciones estratégicos e integrales. El Foro China-CELAC, plataforma de cooperación a ambos lados del Pacífico, desvela el interés de ambas orillas del Pacífico por mantener una estrecha colaboración.

Así, una reorientación de la política exterior de Estados Unidos hacia América Latina, bajo un contexto en el que las relaciones económicas y políticas de los estados americanos se estrechan gradualmente con el gigante asiático, genera dudas sobre la actitud de Estados Unidos para mantener intacta su zona de influencia.

Los lazos entre China y América Latina no son nuevos y datan de un pasado remoto. Nada más los intercambios entre organizaciones públicas, partidos políticos y gobiernos, iniciados tras la fundación del estado moderno chino en 1949, han dejado una estructura diplomática sólida y positiva a ambas orillas del Pacífico.

Durante los años de la Guerra Fría, las desavenencias entre Estados Unidos y la extinta Unión Soviética llevaron a Washington a ejercer una coerción injusta que obligó a otros estados latinoamericanos a aislar a Cuba de la comunidad regional de naciones.

Hoy en día, bajo un contexto en el que los países de América Latina buscan la construcción de marcos de crecimiento inclusivos, sostenibles y de cooperación con China, la coerción o violación de los principios soberanos equivaldría a cometer y a obligar a otros a incurrir en errores como los que cometió Estados Unidos con Cuba.