En Suiza, en un idílico valle, se está proyectando la construcción de un gigantesco rascacielos de 381 metros de altura, lo que lo convertiría en el más alto de Europa. El propietario de un spa en Vals, un pueblo en medio de los Alpes, ha encargado el proyecto al arquitecto estadounidense Thom Mayne.

Pero los habitantes de Vals y los ecologistas suizos no están de acuerdo con el proyecto. Un rascacielos tiene sentido en áreas urbanas con alta densidad de población que exigen construir en vertical, pero ninguno en medio de los Alpes.

El proyecto del hotel se presentó hace dos días en Zurich con la siguiente y delirante premisa: “1.000 residentes, 1.000 ovejas y 1.000 camas de hotel. Este ratio mágico es el secreto del ambiente relajado del valle de Vals. La discreción está asegurada en todas partes”.

Según dice el estudio de arquitectura encargado del proyecto, el edificio no sólo no destrozará el paisaje, sino que será “un acto minimalista que reivindica el lugar y ofrece al espectador una perspectiva refractada del paisaje”. En otras palabras, que con un truco de luz, la torre se mimetizará con el paisaje.

Pero en realidad, según los detractores, la sombra de la gigantesca torre se proyectará sobre el pueblo y sobre el valle como un monumento dedicado a la codicia de los hoteleros.

“Queremos construir uno de los cinco mejores hoteles del mundo”, dice el promotor. El público, sin duda, serán millonarios de Asia y Oriente Medio, los únicos que podrán pagar los entre 800 y 20.000 euros que costará pasar la noche en una de sus 100 suites.