Hace un año, la prensa y funcionarios públicos de ambos países, alentados por los repetitivos encuentros entre los presidentes Xi Jinping y Enrique Peña Nieto, aseguraban que nunca la relación de China y México había gozado de tan mejor momento.

Hoy, esta relación que cumple ya 43 años, ha dado un giro drástico provocado por el trato que reciben firmas chinas en suelo mexicano, y dejando en evidencia que pese a los esfuerzos hechos por ambos gobiernos, aún falta mucho por hacer para que la relación descanse sobre una sólida estructura.

El desencanto que ha causado la cancelación de proyectos chinos en México, motivó al primer ministro de China, Li Keqiang, junto a otras organizaciones de gobierno, a solicitarle a México que brinde un trato justo a las firmas chinas que desean invertir en suelo mexicano.

La petición es matizada según la figura o institución que lo presente, aunque al final el mensaje es el mismo: México debe gestionar correctamente las implicaciones generadas por la suspensión de proyectos, al tiempo que deberá garantizar la protección de los derechos legítimos de las empresas chinas.

La preocupación china resulta comprensible bajo el contexto de una profundización de la reforma estructural, en la que la inversión china en el exterior es clave, y dentro de la cual el gobierno está ejerciendo un grado considerable de presión para que firmas chinas salgan de casa.

México ofrece a China oportunidades para la materialización de su proyecto en el exterior, principalmente por la oferta en materia de inversión para infraestructuras, y por la reforma energética impulsada por el presidente Enrique Peña Nieto, un campo seductor por el que China siente una gran debilidad.

Es paradójicamente en las oportunidades que ofrece este capítulo en la historia de China y México, que sale a la luz la debilidad estructural que existe en la relación bilateral de ambos países, un problema que por sorprendente que parezca, nace de la impreparación y la falta de un entendimiento y conocimiento sistemático.

La diplomacia presidencial y el voluntarismo para destrabar viejas rencillas resultó exitoso, pero al momento de materializar las ricas perspectivas implícitas en la relación, las instituciones reflejaron insuficiencia para amortiguar las fricciones naturales y lógicas de los intercambios.

A China le faltó considerar que en México, como quizás también en otros estados latinoamericanos, el juego político implícito en sistemas democráticos, al que se suma la compleja relación entre gobiernos municipales, estatales y federales, puede generar falsas expectativas o espejismos para la concreción de proyectos de inversión.

Contar con el consentimiento presidencial no garantiza la concreción de un proyecto, especialmente en sistemas políticos en los que el poder legislativo ejerce un contrapeso sistemático al poder presidencial.

Pero más allá de la comprensión de un juego político, China y México cojean del mismo pie: La falta de conocimiento de los códigos y regulaciones jurídicas y comerciales, no sólo para potenciar sus intereses, sino para defender y proteger sus intereses en el exterior. China y México siguen siendo terra ignota.

La palabra “crisis” en idioma chino está formado por la combinación del carácter wei (危), que significa peligro, y ji (机), que significa oportunidad. Ambos ideogramas revelan la esencia dialéctica del pensamiento cultural chino, que busca el beneficio de una situación adversa.

La reversión del giro que ha tomado la relación China-México podría iniciar con la creación de un grupo bilingüe y binacional en temas legales, integrado por chinos y mexicanos, que sostenga desde una base de derecho una relación que promete un alto grado de compenetración, bajo un contexto de importantes reformas estructurales.