La geoingeniería implica la intervención deliberada a gran escala en los sistemas naturales de la Tierra, a diferencia de la saturación accidental de la atmósfera con carbón. La geoingeniería está siendo ampliamente estudiada como respuesta al cambio climático, con una gama de técnicas como alternativas. Los proyectos solares pueden aumentar químicamente el brillo de las nubes, o construir espejos espaciales para reflejar la energía del sol. Incluso podemos mover el dióxido de carbono de la atmósfera con nuevos y prominentes bosques ( mismos que deben ser realmente prominentes) o añadiendo nutrientes a los océanos.

Hay mucha preocupación acerca de los riesgos involucrados con proyectos específicos, al igual que un gran escepticismo de todos estos proyectos en su conjunto. Algunos se preocupan de que incluso la investigación en geoingeniería legitime esta idea. Podemos también preguntarnos las motivaciones de sus simpatizantes; ¿por qué son tan recelosos del cambio social y no de una solución tecnológica? Como Doug Parr argumentó en 2008, los intentos de la geoingeniería para componer la naturaleza más que la sociedad no es más que “una expresión de desesperación política”.

Los esfuerzos para poner en consideración la ética y la política de la geoingeniería se han desarrollado por medio de los así llamados “Principios de Oxford” o, más recientemente, la Declaración de Berlín. Pero esto es aún un ejercicio político y académico en toda la extensión de la palabra, con un debate público limitado, aún cuando la Declaración de Berlín haya sido publicada por la revista Vice. Un error generalizado es asumir que el involucramiento público funciona como una tipo de relaciones públicas, legitimando la geoingeniería sin abrir espacios para el debate. En teoría, para tener un debate público provechoso en torno a la geoingeniería también debe haber uno sobre cambio climático, y eso es algo para lo que no necesariamente estamos preparados.