No hay contratiempo ni rival que detenga al Barça. Entumecido por un viaje precipitado en tren y autobús, destemplado porque el calentamiento se redujo a 15 minutos, malmirado porque el Reyno de Navarra le calificó de burgués al no entender por qué no cogieron el AVE por la mañana y maniatado buena parte del encuentro porque Osasuna presentó una ristra de trampas sugerentes, el Barça tiró de Messi para resolver los entuertos. Leo no entiende de contrariedades. Pide el balón y aclara el campo. Juega, marca y gana.
Camacho escudriñó al dedillo al Barça para anestesiar su juego, para instalar un sinfín de minas sobre el césped. Argucias tácticas para contrarrestar el pie azulgrana. Pero si bien desactivo el juego plástico del Barça, no pudo contener su pegada y eficacia de cara a puerta. Sobre todo del equipo que escogió Guardiola ?por primera vez en sus 144 partidos repitió alineación de forma consecutiva?, que suma cuatro duelos este año con un saldo de 18 goles a favor por uno en contra. Messi, siempre como enganche y futbolista de entre líneas, fue el detonante.
Osasuna expresó su voluntad de antisistema azulgrana desde el arranque, sin ningún delantero centro ?allí actuó Soriano, medio centro por definición y media punta desde hace dos cursos? en la nómina de titulares, sin ningún futbolista que pudiera hacerse el remolón a la hora de ejecutar la presión. Siempre adelantada, con la única idea de evitar la salida de la pelota limpia del rival. Lo padeció Puyol, que no atinó a conectar con la siguiente línea, y desconcertó a Valdés, que ejecutó dos pases tan imprecisos como inciertos que le costaron un susto y por poco no se convirtieron en gol. Puyol salvó uno y Soriano erró el otro al intentar una virguería, una vaselina con la zurda, pierna que peor gobierna.
El invento rojillo, en cualquier caso, duró poco. Antes de alcanzar el entreacto, Pandiani hacía acto de presencia en la punta de ataque. Antes de finiquitar el duelo, había dos arietes. El entramado guerrillero de Osasuna era, sin embargo, más complejo. Desde instigar un partido de ida y vuelta ?con el juego directo para evitar del mismo modo la presión avanzada del Barça? a situar dos jugadores cerca del banderín de córner para evitar los saques de esquina en corto, como siempre propone el equipo de Guardiola. Desde la intensidad absoluta en cada parcela del campo, a atar en corto a Xavi e Iniesta para que no removieran el esférico a su antojo. Aunque los dispositivos incomodaron al juego coral y plástico del Barça, no resultaron fructíferos para poner en entredicho al adversario. Y menos desde que Messi, bien secundado por sus compañeros, encontró la mejor de las recetas: el juego veloz e interior.
Sin poder cocinar excesivamente las jugadas porque el contrincante encasquilló el fútbol, Sergio Busquets resultó capital. El medio centro ayudó en la salida a Piqué y, cuando superó la primera línea de presión, atendió a los desmarques de Messi, toda vez que Iniesta y Xavi no se sacudían de encima a sus lapas. La Pulga, revoltoso y como pez en el agua en los espacios cortos, rehusó la punta de ataque para moverse en la zona de tres cuartos, para encontrar los agujeros de entre líneas. Absorbido el balón, Leo se las ingenió para tirar pases interiores. Como ese que le ofreció a Villa, que remató con la bota torcida; como ese que le regaló a Pedro ?previa asistencia de Busquets?, que finalizó de primeras para batir a Ricardo. Fue un gol de toque, de finura entre tanto músculo.
No se repuso Osasuna del tanto, sin otra artimaña en su hoja de ruta, demasiado pendiente de coser la retaguardia. Tampoco le facilitó las cosas la cabeza de Piqué, que rechazó todo el juego aéreo que merodeaba por el área de Valdés, y menos le ayudó el exigido bajón físico, siempre corriendo tras la pelota. Fue entonces cuando se presentó el mejor Barça, el de pie refinado, que elabora las jugadas con paciencia infinita, que no entrega el cuero al rival ni por casualidad y que finaliza las jugadas en el área opuesta. Pedro, activo desde el costado, otorgó tanta profundidad como peligro hasta el punto de que le regaló un pase mortal a Messi al hueco que no se cobró el gol de chiripa, escupido el balón por el poste.
Pero Leo, inconformista y de afilada puntería, se resarció. Villa se puso el traje de Messi al lanzar un pase al hueco e interior sensacional, que La Pulga aprovechó para dar poco más de una asistencia a la red. Después marcó de pena máxima, en un penalti que logró tras ser derribado por Sergio. Una asistencia y dos goles de Messi, que desarticuló a Osasuna y añade otra muesca a su lista infinita de víctimas.
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