spanish.china.org.cn | 03. 07. 2020 | Editor:Teresa Zheng Texto

La vida de un uruguayo en medio del COVID-19

Palabras clave: Uruguay, COVID-19

No fue de un día para el otro, una invasión repentina, una interrupción sorpresiva. Lo veíamos venir. Primero desde lejos, como algo improbable, como un problema ajeno, como un asunto chino. Después un poco más cerca, como un problema que también le pertenecía a Occidente, cuando en Italia los casos aumentaban demasiado rápido día a día, cuando las medidas fueron drásticas en ciudades como Milán, uno de los focos de infección, cuando se expandió a España y a Alemania. 

Transporte colectivo en la ciudad de Montevideo. El uso de Tapabocas es obligatorio.


El COVID-19 todavía era lejano, pero no tanto. Y, entonces, llegó a Estados Unidos y a Colombia y a Perú y a Chile, y cuando quisimos ver estaba al lado, en Argentina y en Brasil. Su llegada a Uruguay era inminente. La Organización Mundial de la Salud ya lo había declarado como pandemia y no sabíamos cuándo, pero sabíamos que era una certeza y lo esperábamos como si fuese una profecía que estaba por cumplirse. Todos los días mirábamos atentos las noticias de la región especulando, sacando cuentas, pensando en qué pasaría, en qué haríamos si… 

El viernes 13 de marzo, el Gobierno hizo el anuncio oficial: había cuatro personas uruguayas que tenían el virus. Las cuatro habían llegado desde Milán, las cuatro estaban bien. Dos estaban en Montevideo y dos en Salto. El anuncio del Gobierno activó un pánico generalizado que empezamos a transformar en apocalipsis. En el correr del día, las góndolas de alimentos y productos de limpieza quedaron vacías, como si el final fuese inminente aun cuando el Gobierno no había hecho ningún anuncio de cuarentena obligatoria.  

Desde ese viernes no somos los mismos. Nos lavamos las manos más que antes, contamos los segundos del lavado o cantamos canciones para que sea efectivo. Usamos más alcohol en gel que nunca, nos saludamos con el codo y nos mantenemos distantes. Todas las noches esperamos las medidas actualizadas en las conferencias de prensa del Gobierno, hablamos de que en tres días los casos aumentaron a 50 y en menos de una semana ya teníamos 80. Hablamos de las fronteras, de las soluciones, de la ciencia, nos sentimos responsables de nuestra propia desgracia, compartimos teorías conspirativas acerca del inicio de todo, compartimos remedios caseros que no sirven para nada, estamos en estado de paranoia y alerta constante, creemos que no es tan grave hasta que caemos en la cuenta de la magnitud del problema. 

Dos policías realizan procedimiento con protección de barbijos.


El cambio en la vida cotidiana 

No, no fue de un día para el otro. Pero la cuarentena nos tomó como de un golpe con una crisis sanitaria que, mientras parecía lejana, la negábamos. Entonces nos sorprendió tanto por lo abrupto como por lo distinto, por su lado desconocido. Recibimos información todo el tiempo y por todas partes, mientras vemos cómo el mundo se paraliza y no hay tecnología ni dinero ni poder que pueda hacerlo funcionar otra vez. Hablamos de la paralización del fútbol, de la cancelación de los viajes, las vacaciones, de las salidas y reuniones sociales, de cumpleaños, de bodas, las clases de los niños y los universitarios. El uso obligatorio del tapabocas que lo veíamos lejano cuando mirábamos noticias de China, como que eso era impensable en Uruguay. 

Luego de que el Gobierno uruguayo logró estabilizar la situación ante el COVID-19 no habiendo más casos positivos diariamente y estableciendo protocolos, como que Uruguay volvió a la “nueva normalidad”, siendo el único país de América Latina en lograrlo, reabriendo las tiendas, los gimnasios, las actividades al aire libre, las clases universitarias, quedando en espera los espectáculos públicos, el fútbol, el cine. 

Un día en mi vida comienza a las 5 a.m. cuando me levanto, salgo a caminar con mis tres perros, Luna, Sofi y Mr. Hugo, y después les doy su desayuno. A las 5:30 leo por cerca de 30 minutos, para después prepararme el desayuno, escuchar el informativo y ducharme. 

A las 7 a.m. me tomo el bus, que en Montevideo es el único medio de transporte urbano, ya que no existe el metro. Obligatoriamente debemos usar tapabocas porque de lo contrario puedes recibir una multa de 40 dólares. Las ventanas de los buses deben estar abiertas, no importa si llueve o hace 7 grados, como en esta época de invierno. A las 8 a.m. entro a la oficina. Hace 26 años soy funcionario del Ministerio del Interior (Seguridad) y trabajo hasta las 3:00 p.m.  

Feria de alimentos en Montevideo. El uso de máscara es obligatorio para vendedores y compradores.


Durante ese lapso, como todo uruguayo, tomo mate como una suerte de colación. Al mediodía almuerzo algo que haya preparado en casa, ya que he estudiado gastronomía. Luego de la oficina retorno a mi casa, que son aproximadamente 20 minutos en bus. Tomo la merienda y a las 6:00 p.m. me voy a clases de kickboxing durante dos horas.  

Retorno a mi hogar, salimos a pasear con los perros, les doy la cena. A eso de las 9:00 p.m. ceno, mientras realizo trabajos con mi consultora MPA Consultores, estando en permanente contacto con clientes y amigos de China. Y a las 10:30 p.m. me acuesto a dormir, salvo que sea fin de semana y tenga alguna salida o actividad social.  

En estas épocas del COVID-19 extraño mucho viajar. Este año tenía pensado regresar a China. Espero que pronto pueda caminar nuevamente por las calles de alguna ciudad de tan hermoso y querido país. 


*Martín Piovano Andriolo es funcionario del Gobierno uruguayo y empresario. 


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