Por EUGENIO ANGUIANO ROCH *
*Eugenio Anguiano Roch ha sido embajador de México en América Latina, Europa y Asia, donde representó a México dos veces en China. Se ha desempeñado también como profesor-investigador en la UNAM y en otras instituciones de enseñanza superior, tanto nacionales como extranjeras.
Este año en México se festejan dos importantes aniversarios; el bicentenario del “Grito” de independencia y el centenario del inicio de la Revolución Mexicana. En cuanto al primero, se trata del levantamiento que encabezó el cura Miguel Hidalgo y Costilla en la mañana del 16 de septiembre de 1810, mediante una arenga al pueblo de Dolores, ubicado en la actual provincia de Guanajuato, en el centro del país, para rebelarse contra la autoridad virreinal. Habrían de transcurrir once años más antes de que la lucha armada a la que convocaron Hidalgo y un puñado de oficiales criollos del ejército colonial, culminara con la proclamación de la independencia de México respecto a España, lo que no era el propósito original de los rebeldes, cuya acción formaba parte de la guerra de independencia española frente a la dominación francesa (1808-1814). Este movimiento de apoyo a Fernando VII de Borbón, llamado el Deseado o el Rey Felón, contra la intervención francesa, cundió en casi toda Centroamérica y coincidió con otras luchas libertarias en América del Sur.
El periodo de la guerra de independencia de México (1810-1821) coincidió con el reinado en China de Jiaqing (1796-1820), el quinto emperador de la dinastía Qing, de origen manchú, y aunque en ese entonces no había contactos directos entre el Virreinato de la Nueva España y el “Imperio del Centro” (Zhongguo), existía el vínculo indirecto de la Nao de China o el Galeón de las Filipinas, que de 1565 a 1815 efectuó viajes marítimos regulares entre Manila y el puerto de Acapulco, con lo cual llegaban mercaderías chinas a México, de donde se reexportaban a la metrópoli del imperio español; el pago de dichas mercaderías a China se hacía con plata mexicana, en lingote y en moneda.
Los primeros 80 años de la vida independiente de México fueron muy difíciles y, en ocasiones, trágicos. En 1847, el país recién independizado libró una guerra con Estados Unidos, nación que se hallaba en camino de convertirse en potencia mundial; el desenlace fue la derrota militar de México y la pérdida de cerca de 2 millones de kilómetros cuadrados, la mitad de su territorio. En 1862-1867, Francia intervino para apoyar la imposición de Maximiliano de Habsburgo (Austria) como emperador espurio en México. Finalmente, en 1876 llegó a la presidencia de México el general Porfirio Díaz, quien gobernó al país en forma autoritaria hasta 1911, con dos interrupciones: una de meses y otra de 4 años. Durante su régimen se sentaron las bases de la modernización del país y, entre otras cosas, se suscribió, en 1899, con China un Tratado de Amistad, Comercio y Navegación, mediante el cual quedaron establecidas las relaciones diplomáticas sino-mexicanas. Este histórico acuerdo fue firmado en la ciudad de Washington por Manuel de Azpíroz y Wu Ting-Fang, plenipotenciarios respectivamente del presidente Díaz y del emperador Guangxu, el penúltimo de la dinastía Qing.
En 1910 se celebraron con mucho brillo en México las fiestas del centenario del inicio de la independencia del país. El viejo dictador Díaz había ganado una reelección más, ello mediante las acostumbradas artimañas electorales, lo que en esa ocasión incluía el encarcelamiento de un candidato de oposición que ganaba popularidad y se llamaba Francisco I. Madero. Para las “fiestas patrias” del mes de septiembre llegaron al país delegaciones de muchos países de Europa y de América, además de Japón y de China por parte de Asia. China traería como obsequio para México un reloj que lleva inscritos cuatro caracteres chinos (hanzi), cuyo significado podría ser: “las voces de un mismo sentir hacen eco”. Este reloj se instaló en un monumento que forma parte inseparable de la fisonomía de la Ciudad de México.
Poco después de esas festividades, que ofrecían la imagen de un México supuestamente estable y en pleno desarrollo, estallaría un levantamiento armado en el norte del país, encabezado por el señor Madero y compañeros cercanos a él, contra la dictadura disfrazada de democracia que por más de 30 años gobernara México con el lema de “orden y paz.” El levantamiento ocurrió el 20 de noviembre de 1910, que es la segunda gran efeméride cuyo centenario conmemoramos este año los mexicanos.
Esa rebelión habría de ser la chispa de un incendio revolucionario, al igual que ocurrió en China el 10 de octubre de 1911, el cual envolvería a México por más de una década en una profunda revolución política y social, a un alto costo material y humano. Ella condujo a la salida del país de Porfirio Díaz y a la primera elección presidencial limpia, con la participación de la inmensa mayoría de los votantes, que llevó al triunfo abrumador del señor Madero. Dos años después, este gobierno electo democráticamente sería derrocado por un sanguinario golpe de Estado y con ello vendría una dramática guerra civil que se prolongaría hasta 1917, con una segunda intervención militar estadounidense de por medio. De este proceso saldría la Constitución Política, aún vigente en México, y en la década de los veinte se estructuraría el moderno Estado mexicano, no sin que antes se produjeran violentas luchas entre facciones políticas, aparición de caudillos de toda índole y una rebelión cristera (católica) sumamente sangrienta.
En esos años de torbellino revolucionario y guerra civil, se dieron encuentros esporádicos entre actores que, tanto en México como en China, moldearon el carácter de ambas naciones. De alguna manera, el traje Zhongshan llegó a Carranza y a los constitucionalistas mexicanos. En la primera reunión de la Internacional Comunista de 1919, en Moscú, se presentó Manabendra Roy, agitador político indio, súbdito del Raj británico y con credenciales de dos partidos comunistas entonces inexistentes: el mexicano y el chino. Estos y otros episodios de una era revolucionaria en México y en China, dos países distantes entre sí pero con interconexiones varias no obstante la entonces inexistencia de las telecomunicaciones, todavía esperan ser investigados a fondo por los historiadores.