Por CARLOS ZARZA*
*El autor es director de la Comisión de Negocios Bilaterales de la Cámara de Comercio y Tecnología México China, y director de Operaciones de RVW-Neway
Fue hace aproximadamente 15 años, en aquel viejo aeropuerto de Beijing, cuando al llegar frente del mostrador de Air China para tomar un vuelo Beijing – Dalian, me di cuenta de que algo, tal vez no bueno, pasaba. Y no era por los gritos y la falta de orden en el mostrador, sino, claro, que el proceso para obtener el pase de abordar no estaba siendo normal. En aquel entonces, no era fácil encontrar a alguien que hablara inglés, aún en el aeropuerto internacional de Beijing, y todos los letreros, incluso los anuncios del aeropuerto, estaban escritos o se emitían en estricto mandarín.
Cuando fue mi turno, y después de varios intentos de comunicarme por señas, comprendí que el vuelo estaba demorado y que, una vez que cerraran la ventanilla, no habría manera de saber a qué hora saldría y desde qué puerta embarcaría. Me dio pánico. Así que tuve que tomar una decisión: identifiqué a una de las personas que estaba formada conmigo, me aprendí su cara y otros detalles (nada fácil en una época en que la vestimenta de todo el mundo era casi idéntica) y lo seguí a cualquier lugar que fuera, incluido el baño, sin dejarlo hasta que 6 horas más tarde estaba yo ya dentro del avión a Dalian. Para entonces, estoy seguro de que el del pánico era él, con un loco extranjero siguiéndolo hasta en sus momentos más íntimos.
Era una China antigua, con cero facilidades para los visitantes, sin adelantos tecnológicos, y salir de Beijing, Shanghai o Guandong hacia el interior, era una verdadera aventura, sólo posible con guía local.
15 años han pasado y los cambios experimentados han sido tales, que sólo alguien con la misma suerte que yo tengo de visitar China cada 3 meses durante este periodo de tiempo puede creerlo. Es como en esos documentales donde las tomas espaciadas desde el mismo ángulo hacen posible ver como pasa un verano en sólo diez segundos. China se ha convertido en uno de los países más modernos del mundo en una pequeña fracción de tiempo.
Pero China, ese país maravilloso y digno de una enorme admiración, ha cambiado no sólo en su aspecto, sino en la forma de hacer negocios. Antes, el nuevo empresario chino, con una fábrica recién “heredada” del Gobierno, anticuada y de baja eficiencia, esperaba ansioso a un socio extranjero que trajera recursos para nueva maquinaria, tecnología para mejorar la calidad y la eficiencia, y pedidos para hacer posible el crecimiento.
Actualmente, el empresario chino ya no necesita eso. Ahora tiene empresas modernas, dignas de ser envidiadas por su competencia en países del primer mundo, obtiene financiamiento fácil y de bajo costo, acceso a la tecnología, etc. Lo que sigue necesitando son los pedidos que permitirán que siga adelante la ahora costosa fábrica, con créditos, mano de obra cada vez más cara y muchos otros retos (en cuanto a la disponibilidad de materia prima, costo de energía y competencia de otros países emergentes), que lo han obligado a cambiar la manera de hacer negocios.
Pero, ¿significa esto que China ha perdido su atractivo como socio comercial? No, definitivamente. Lo que significa es que China ha evolucionado, que no podemos ver a China como la veíamos hace 15 años. Era aquella la China para comprar mucho más barato, la China para ir a poner una fábrica con un presupuesto corto, para encontrar un socio con los brazos abiertos. China era el aliado perfecto para enviarnos sus productos a precios que eran sólo una fracción de lo que solían ser.
Pero, ahora, eso se ha vuelto muy difícil. Casi cualquier cosa que uno pudiera pensar en traer de China, ya habrá muchos (incluso chinos) que lo estén fabricando aquí, y otros que en un tiempo corto lo vayan a hacer.
La evolución de China es precisamente su nuevo atractivo: un mercado creciente y con cada vez más poder adquisitivo y más refinado, que demanda productos novedosos. China ahora nos ofrece su mercado, cosa que antes le proporcionamos nosotros.
Pero China también es un mercado de empresarios exitosos que buscan nuevos horizontes para producir sus artículos en países con menos presiones de costos, como son los países latinoamericanos.
Es tiempo de buscar un socio chino para poner una fábrica, no en China, sino también fuera de China, en Latinoamérica, por ejemplo. Es ahora tiempo de que el empresario chino traiga su tecnología, sus recursos financieros, y de que el emprendedor latinoamericano aporte sus conocimientos del mercado, de la mano de obra local y de la manera de hacer negocios.
El mundo al revés, en quince años, pero con las mismas ventajas para ambas partes. Eso no significa que sea fácil. Es tan complicado como rentable para quien lo sepa descifrar.
Por ello, mi recomendación es que si usted tiene interés en hacer negocios con China, se acerque a verdaderos expertos en la materia. Gente con probada experiencia y capacidad para hacerlo. Aventurarse en solitario, es muy complicado y arriesgado. No se trata únicamente del idioma y las distancias, sino de las diferencias culturales y de pensamiento y, aunque con muchas coincidencias, estas sólo son identificables por un experto. Suena obvio el decir que los chinos piensan como chinos y los latinoamericanos como latinoamericanos, pero ello tiene consecuencias de mucho peso.
Por ello, le invito a que se acerque a la Cámara de Comercio y Tecnología México-China, donde los expertos le orientarán, cualquiera que sea su interés de intercambio entre estos dos países.
China evoluciona cada día, la manera de hacer negocios con China, también.