spanish.china.org.cn | 15. 02. 2022 | Editor:Eva Yu | Texto |
Por Jorge Fernández
Frente a fuerzas abyectas que intervienen violentamente en la soberanía y los asuntos internos de los Estados, la democracia en las relaciones internacionales, nucleadas en torno a la ONU y fortalecidas con el derecho internacional, ofrece una luz para guiar a las naciones rumbo a la construcción de un mundo justo y de paz.
En las relaciones internacionales, el derecho a hablar y a ser escuchado, a presentar sugerencias y debatirlas, es la base de la democratización, un ideal por el que China ha luchado y ha defendido bajo el marco de la Carta de la ONU. Hace 50 años, la Nueva China logró con el apoyo de los pueblos del mundo revertir una fuerza imperial que le negó, desde su fundación, el derecho a hablar y a ser escuchado.
Hace cinco décadas el mundo atestiguó la recuperación del escaño legítimo de la Nueva China en la ONU, que reconoció de facto al Gobierno de Beijing como el único representante legítimo de la República Popular China (RPC) en la ONU. Acabó finalmente la infame acción del Gobierno de Estados Unidos quien, a través de la coerción y el uso militar, hizo rehén al mundo para obligarlo a reconocer como legítima a una facción perdedora atrincherada en la isla de Taiwán.
La victoria de China en la ONU fue una victoria del pueblo chino y de los pueblos del mundo, pero por encima de esto, fue la victoria de la democracia sobre una fuerza hegemónica, injusta, bélica e inmoral, rechazada por designio universal. Hoy hace 50 años los representantes de todos los países, nucleados en torno a la ONU, colocaron a la RPC en el lugar que justamente le correspondía ocupar, apoderado anteriormente por una facción, envalentonada por Estados Unidos, que no representaba absolutamente a nadie.
Es lógico, en consecuencia, que la RPC, desde el marco de la ONU, enfile todas sus baterías por transformar las estructuras disfuncionales y antidemocráticas que en un pasado no tan remoto, la condenaron injustamente al ostracismo en las relaciones internacionales. Negarle a un país el derecho a un desarrollo basado en sus propias condiciones nacionales, o imponerle un sistema a través de la fuerza militar solo porque contraviene conceptos paternalistas de cómo debe gestarse el progreso, no solo es ignominioso y deleznable, sino que repite el mismo oprobio con el que se le juzgó a la Nueva China.
El presidente de China, Xi Jinping, ofreció el 25 de octubre un discurso que sintetiza el trabajo que China ha desplegado como miembro de la ONU, y en el que está contenido cómo la recuperación del escaño legítimo de la Nueva China ha representado una poderosa fuerza para la edificación de un mundo de paz, justo y equitativo, en oposición a la hegemonía y la política de poder, los cuales trastocan la soberanía, la seguridad y los intereses de desarrollo de las naciones débiles.
“Una revisión del pasado puede iluminar el camino a seguir. En el nuevo punto de partida histórico, China perseverará en el camino del desarrollo pacífico siempre como constructor de la paz mundial, en el camino de la reforma y apertura siempre como contribuyente al desarrollo global, en el camino del multilateratismo siempre como defensor del orden internacional, y en el camino de la cooperación solidaria siempre como proveedor de bienes públicos”, aclaró el mundo el presidente Xi Jinping en su discurso.
Estos 50 años en el seno de la ONU, como refiere el presidente Xi Jinping, han atestiguado cómo el país ha avanzado a pasos acelerados por un camino de desarrollo pacífico e integrador, marcado por el beneficio compartido y el énfasis en generar un beneficio de calidad y duradero para toda la humanidad. Ese lapso ha atestiguado también la adopción del camino de la reforma y apertura, una decisión que no solo ha traído consigo el desarrollo de China misma, sino el del orbe en su conjunto. Que China persista en seguir el camino del multilateralismo y en defender el orden internacional es buena para ella misma y para el progreso de la humanidad.
Estas cinco décadas son tiempo suficiente para una reflexión no solo de lo que China ha logrado desde el seno de la ONU, sino de aquellas viciadas estructuras, desafortunadamente aún existentes, que le negaron el derecho a la palabra. El mundo no yace sobre una base estática que acepte dócilmente las arbitrariedades unilaterales de una fuerza superior. “Ninguna civilización en el mundo es superior o mejor que otras, y cada civilización es especial y única en su propia región”. China ha luchado ingentemente por dar pleno juego al dinamismo que caracteriza a nuestro tiempo, marcado por el multilaralismo y la cooperación. El dinamismo del mundo se alimenta de la diversidad y nadie, por muy fuerte que sea, puede imponer o definir criterios para homologar al mundo a su imagen y semejanza.
Frente a fuerzas abyectas que intervienen violentamente en la soberanía y los asuntos internos de los Estados, la democracia en las relaciones internacionales, nucleadas en torno a la ONU y fortalecidas con el derecho internacional, ofrece una luz para guiar a las naciones rumbo a la construcción de un mundo justo y de paz. La victoria de China en la ONU fue una victoria del mundo que, fortalecido con el espíritu de una democracia en las relaciones internacionales, incorporó a una poderosa fuerza para el cambio positivo. En las condiciones actuales, el mundo necesita a China, una figura que, justificada en su propio pasado, busca con todas sus fuerzas y energías la creación de un sistema en el que las relaciones entre Estados esté basada en la justicia, la equidad y la paz.