spanish.china.org.cn | 15. 02. 2022 | Editor:Eva Yu Texto

Un modelo democrático que sí funciona

Palabras clave: libro blanco China, democracia

 


Por Jorge Fernández

 

La lucha de Estados Unidos para replicar su “modelo democrático” en países con experiencias históricas distintas contraviene, en su sentido más elemental, valores democráticos de carácter universal.


Aunque sería un paso monumental en la historia humana que los Estados Unidos reconocieran que no tienen el monopolio de la democracia —pensamos que la cumbre de Biden apunta a reiterar que sí lo tienen—, difícilmente lo harán, so pena de aceptar que muchos de sus ataques verbales, sanciones y empresas bélicas han sido lanzados desacertadamente contra regímenes que descansan sobre bases genuinamente democráticas.

Los Estados Unidos han perdido su camino democrático por demostrar que poseen algo que no tienen y que nunca podrán tener porque no existe: ¡La patente de la democracia! La tarea por la que se han empeñado, infructuosa a perpetuidad, ha costado a la humanidad guerras, sufrimiento, división y pobreza. Y así seguirá hasta que no reconozcan, de una vez por todas, que la democracia es un valor común que le pertenece a todos y que no puede ser tratada como la patente de un producto al que hay que registrar.

Washington asume equivocadamente que el camino hacia la democracia debe ser idéntico al suyo y esto, a lo largo de los años, ha desgastado el progreso humano y ha trastocado la paz. La historia —la de Estados Unidos, una historia de agresiones en nombre de la democracia— ha demostrado que trazarle al mundo una ruta arbitrariamente no solo es antidemocrático sino imposible de alcanzar. La cúpula política estadounidense no acepta —o quizás si lo hace, pero reconoce que esto contravendría a sus intereses hegemónicos— que hay cuantiosas formas de hacer valer la democracia e innumerables rutas para llegar a ella. Monopolizar la definición de un concepto tan rico y dinámico conduce indefectiblemente a menoscabar, paradójicamente, lo que hacen otras democracias.

El libro blanco China: democracia que funciona,publicado por la Oficina de Información del Consejo de Estado, arroja luz sobre los procesos que China despliega para satisfacer los deseos de su populosa sociedad. Valores universales como el derecho a la paz, a una vida mejor, a la justicia social y al desarrollo colectivo, entre otros, son comentados como aspiraciones alcanzadas por las instituciones de un país que, paradójicamente, ha sido señalado como antidemocrático por Estados Unidos.

Todos y cada uno de los miembros de la comunidad internacional tienen el derecho a buscar su propio camino rumbo a la materialización de los ideales democráticos, y en esta búsqueda nadie, por poderoso que sea, tiene derecho o autoridad para imponer y mucho menos publicitar el modelo idóneo de lo que debe ser una democracia. Hacerlo es, por el contrario, arbitrario, dictatorial y ¡antidemocrático!

En la democracia popular de proceso completo con peculiaridades chinas, en donde la aplicación de principios democráticos abunda, la voluntad de la enorme sociedad china ha sido materializada y sus intereses más básicos han sido defendidos en medio de diferentes momentos de historia. Ninguna de las así llamadas “democracias de Occidente”, con base en su sistema institucional y burocrático, ha logrado emular mínimamente el desarrollo acelerado de China ni la defensa desplegada por el Partido Comunista de China contra la pandemia en aras de la defensa de los derechos humanos de su población.

Es natural, en consecuencia, que hoy entre los 1.400 millones de habitantes haya una confianza por las instituciones chinas, las cuales en su conjunto han ejecutado procesos democráticos que resultan, a su vez, del estudio científico de sus propias experiencias históricas. La democracia aplicada por China, huelga decir, está lejos de ser un calco de terceros países.

La lucha que Estados Unidos ha emprendido para replicar su modelo en países con experiencias históricas distintas contraviene, en su sentido más básico, valores democráticos de carácter universal. La democracia, tal y como el caso chino lo evidencia, es de naturaleza diversa, se enriquece con el avance de los tiempos y se elige con base en los principios que materializan intereses generales con mayor eficiencia.

Imponerle a otros puntos de vista y modelos “democráticos” por medio de la fuerza no solo transgrede los ideales de un valor común de la humanidad, sino que desvela la naturaleza de un sistema político hegemónico que, disfrazado de democracia, somete a todo aquello que amenaza sus propios intereses. El que Estados Unidos, un país sin autoridad moral y legitimidad democrática, auspicie una cumbre por la democracia alimenta la división y la incordia en el concierto de naciones.

La segmentación del mundo en “nosotros” y “ustedes”, la imposición de modelos políticos por medio de la fuerza, el cohecho de los medios de comunicación en aras de intereses políticos, y el abandono de los derechos humanos de los grupos humanos son acciones incompatibles con la democracia, y esto, paradójicamente, es lo que Estados Unidos ha venido haciendo y hoy rubrica con su llamado a unificar criterios en torno a su “modelo democrático”.

La unión por encima del antagonismo, la justicia por encima de la anarquía, la equidad por encima de la parcialidad, el desarrollo por encima del retroceso y el bien colectivo por encima del interés de unos cuantos, son en su conjunto la base de la lucha que China emprende por la construcción de una comunidad de destino común. La democracia se manifiesta de muchas formas, y en virtud de las acciones emprendidas y resultados cosechados en las últimos décadas, China, a diferencia de Estados Unidos, es una democracia que sí funciona.

 

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