spanish.china.org.cn | 03. 12. 2018 | Editor:Eva Yu | [A A A] |
Por Jorge Fernández
Un mundo mejor no se construye con el beneficio de un país por encima de los demás, ni tampoco se materializa por azares del destino.
El acuerdo alcanzado entre China y Estados Unidos (EE. UU.), que establece no imponer más tarifas arancelarias, supone más que la conclusión al conflicto, la suspensión temporal a una fricción comercial que ha confrontado durante meses a las dos economías más grandes del planeta.
En el marco de la Cumbre del G20, celebrada en Argentina, Xi Jinping y Donald Trump mantuvieron una cena de trabajo en la que acordaron no imponer nuevos aranceles sobre más productos. Así, inicia un periodo de 90 días en el que las partes buscarán medidas que conduzcan a la conclusión definitiva de estas desavenencias.
Si bien cada una de las partes posee razones legítimas para albergar insatisfacciones, la forma en la que EE. UU. se ha conducido, que evidencia únicamente el tan reprobable lema de América Primero, ha forzado a China a responder en represalia para minimizar los daños de un conflicto comercial que ha tratado de evitar a toda costa.
Más aún, estas desavenencias, que podrían conducir a escenarios críticos si se alteran negativamente las cadenas de suministro, ya tuvieron su primera víctima en Papúa Nueva Guinea, en donde la Cumbre de la APEC terminó sin un comunicado de líderes por primera vez en 30 años.
El enfoque de Donald Trump carece de objetividad científica para observar el acontecer histórico que ha definido la realidad de hoy. Hoy, a 10 años de haber estallado la crisis financiera internacional, la inestabilidad sigue acechando y estremeciendo a las economías más débiles. Sumir al mundo en los mismos apuros por un enfoque irracional, subjetivo y equivocado es irresponsable y fracasa en entender al mundo como una comunidad de futuro compartido.
Es precisamente un enfoque de desarrollo y beneficio globalizado el que hace que China conceda tanta importancia al G20. La tan anhelada estabilidad financiera internacional llegará únicamente con la participación de la comunidad de naciones, bajo un enfoque de progresos conjuntos y de participación constante de cada uno de los miembros.
El lema del G20 de este año, ‘Construyendo consenso para un desarrollo equitativo y sostenible’ evidencia la necesidad de un mundo unido y participativo, en donde se propongan opciones y soluciones que eviten que los Estados revivan el catastrófico escenario de la década pasada. Un mundo mejor no se construye con el beneficio de un país por encima de los demás, ni tampoco se materializa por azares del destino.
El presidente de China, Xi Jinping, envió una señal contundente en el discurso pronunciado frente a los líderes del G20. Sin un enfoque orientado a la apertura, a la asociación a la innovación y a la inclusión será sumamente difícil construir un mundo en el que el desarrollo sea equitativo y sostenible. Pero sobre todo, si no se maneja a la economía mundial de forma responsable, los pueblos del mundo tardarán mucho tiempo en disfrutar de una vida feliz.
China, que este año cumple 4 décadas de reforma y apertura, ha atestiguado en carne propia las dificultades implícitas en una economía cerrada y los grandes beneficios que hay en una economía abierta. Hoy, impulsado por el espíritu del socialismo con características chinas de la nueva era, el gigante asiático profundiza el proceso de reforma y apertura, invita a la comunidad de naciones a incorporarse al tren de desarrollo chino y a trabajar por la construcción de una comunidad de futuro compartido.
En voz de Xi Jinping, “los miembros del G20, debemos seguir con atención la corriente histórica subyacente a fin de trazar el rumbo hacia el futuro. En la incesante búsqueda de desarrollo y progreso del ser humano, la evolución hacia la apertura y la integración entre los países es imparable a pesar de los altibajos en la economía mundial”.
La economía mundial no puede ni debe estar supeditada a los designios de uno o varios países, sino que debe someterse a los intereses de todos y cada uno de los miembros de la comunidad. Hoy, de cara a las amenazas del proteccionismo y el unilateralismo, es fundamental la defensa de un sistema comercial con base en el derecho y la legalidad. Y para ello, el fortalecimiento del sistema a través de la reforma de la Organización Mundial del Comercio (OMC) es un hecho impostergable.
China ha defendido en repetidas ocasiones la necesidad de un sistema financiera justo, equitativo y democrático en el que todos los países, sin importar ideologías o tamaños, tengan cabida y participación.
La Cumbre del G20 ha sido el foro para rubricar el compromiso de China por un sistema financiero equilibrado, vitalizado por la apertura y el libre comercio, y garantizado por un estado de derecho que someta la arbitrariedad y abusos de un Estado o un grupo de Estados sobre la mayoría.
Las desavenencias entre China y EE. UU., estimuladas por el enfoque equivocado de Donald Trump, no solo ponen en peligro a la comunidad de naciones, sino que evidencian con claridad que sin una reforma al sistema financiero internacional, más conflictos como este sucederán en el futuro. Ante este sombrío escenario, hoy resulta crucial fortalecer las bases jurídicas con las que se maneje responsablemente a la economía del planeta. La reforma a la OMC es el mejor comienzo.