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spanish.china.org.cn | 09. 03. 2016 | Editor: Elena Yang | [A A A] |
Por Juan Carlos Moreira
Desde el primero de marzo de este año, la violencia doméstica es un delito en China. Sin dudas, este ha sido un éxito de toda la sociedad, y en especial de las mujeres que han logrado con su activismo en la vida cotidiana y su labor cívico-divulgativa una justa victoria contra este dañino y nefasto comportamiento de la era de las cavernas.
La primera ley china contra la violencia doméstica ha logrado materializarse este año, después de un período de consultas populares, con el voto decidido de la Asamblea Nacional Popular (APN), sin embargo, el 40 por ciento de las mujeres chinas matrimoniadas han sufrido violencia o agresiones físicas en algún momento de su vida en pareja. Si le sumamos a esta realidad, la tradición de que los asuntos derivados de esta problemática se tienen que ventilar "puertas adentro", ya que son cuestiones privadas que solamente pueden ser esclarecidas entre familiares, no sería desmesurado imaginar una mayor cifra de casos que han pasado por alto. Está demostrado que la mejor forma de evitar la violencia doméstica es denunciarla a tiempo.
Sin embargo, la mayor dificultad para detener la impunidad en situaciones de violencia doméstica es el silencio al que la víctima es sometida, en ocasiones impuesto gracias a la dependencia ecónomica y psicológica que la ata al cónyuge abusador, mientras que, por otro lado, también pesa mucho la verguenza de hacer público el maltrato, denunciarlo y lograr que sea aceptado con el rigor legal correspondiente. En este sentido, China adolecía de un reconocimiento claro y definido que le otorgara dimensión ciudadana a la voz de las humilladas y humillados, obligados a convivir, silenciosamente y bajo el mismo techo, con la doble moral de su verdugo.
Afortunadamente, la nueva legislación china asume la violencia doméstica como "daño físico, psicológico o de otro tipo", es decir, a partir de ahora cuentan tanto los golpes como los insultos verbales.
Ahora bien, para que todo avance en paralelo en pro de la armonía familiar, junto a la necesaria ley que ya ha entrado en rigor y que se debe seguir perfeccionando, existen algunos detonadores sociales que encuban el germen de la terrible violencia doméstica y urge sean desactivados.
Por ejemplo, la forma en que actualmente se capitalizan las relaciones de pareja en China.
No es un secreto que cuanto menos desarrollada sea una zona, más dinero le costará el matrimonio al novio. De acuerdo a una investigación de Liu Yanwu, profesor de sociología de la Universidad de Wuhan, entre 1970 a 1980 las nupcias apenas suponía una carga para las familias rurales. Después, en la década de los 90, un matrimonio costaba el equivalente al salario de un trabajador durante tres o cuatro años. Sin embargo, a partir del 2000, el costo se ha disparado de manera alarmante. Hoy en día, un hombre de campo necesita trabajar durante veinte años para pagarse un matrimonio y si incluimos los gastos por la compra de vivienda, algo típico en las uniones de las zonas rurales, donde el novio tiene que proporcionar casa e incluso coche antes de poder casarse, llegaría al medio siglo de trabajo para cancelar esta única deuda. Sin dudas, todas estas fuertes condicionantes generan una serie de tensiones y presiones psicológicas sobre ambos cónyuges desde el inicio mismo de la relación, que impide y obstaculiza el natural desarrollo de su franca elección, basadas en el deseo, la identificación de intereses y la buena comunicación.
"El amor ahora no es cuestión de sentimientos tiernos, sino de dinero", asegura el profesor Liu.
Es cierto que para tratar de ponerle freno a la frenética subida de los costos del matrimonio, los gobierno locales han intentado regular, y en ocasiones prohibir los extravagantes regalos de pedida, aunque debido a la arraigada tradición, pocos han concientizado el peligro social que significa querer rentabilizar los sentimientos, pues tarde o temprano, de una manera u otra, el matrimonio calculado y negociado hasta el último detalle siempre tiende a ser una fuente permanente de tensiones entre los cónyuges, que puede desembocar en manifestaciones de violencia doméstica, algo evitable si el amor se encausara por otras vías más sólidas y espirituales.
En este sentido, existe otra preocupante derivación que es una fuente constante de violencia doméstica en China: los llamados hijos políticos. Aquellos jóvenes que comienzan a vivir en el seno familiar de la esposa, pero que nunca llegan a ser aceptados como parte integral del núcleo familiar. Este tipo de hombres se casará con un mujer que no tenga hermanos y permitirá que sus hijos lleven el apellido de la madre. Este "arreglo" por apego a la sobrevivencia de un apellido, acordado a partir de la falta de oportunidades y de riqueza del varón, en muchos casos ha generado profundos resentimientos que han desembocados en tragedias como la de Weinan, en la provincia de Shaanxi, donde un "hijo político" asesinó a su esposa y la acontecida en Huaiyang, provincia de Henan, donde un “hijo político” mató a siete miembros de la familia de su cónyuge, incluyendo a su esposa e hijo de 10 años. En los hogares disfuncionales en los cuales un cónyuge maltrata al otro, es común el maltrato a los niños.
El maltrato es una conducta aprendida que el ser humano posesivo repite porque obtiene un claro beneficio: la sumisión de su semejante. La violencia doméstica en China se presenta como consecuencia del machismo exacerbado, pero también como consecuencia de una extendida presión social donde al hombre, en muchas ocasiones, se le aplica sin piedad la implacable ley del embudo.
Otros de los graves motivos para el enfrentamiento violento es la falta de una comunicación efectiva, la ausencia de toma de decisiones conjuntas y la resistencia al divorcio, a sabiendas que la convivencia no puede prolongarse por más tiempo.
Para ganar terreno a favor de comportamientos racionales dentro del seno familiar, es necesario educar a las nuevas generaciones en el coraje de autoevaluarse honestamente, con el objetivo de que logren visualizar su verdadero comportamiento, sin excusas o autoengaños tan de moda por estos tiempos. Por eso, la inclusión abierta de la problemática de la violencia doméstica en los programas educativos de los jóvenes, la promoción de la equidad de género y el fructífero debate social sobre los factores de riesgo son herramientas importantes para lograr una mayor consciencia colectiva acerca de la necesidad de frenar la violencia doméstica y sus ramificaciones.
Hace apenas unos días, expertos en derechos humanos de la Organización de las Naciones Unidas (ONU) pidieron considerar los delitos de género desde la perspectiva de la tortura. Advirtieron que, a nivel mundial, existe una tendencia a desestimar los delitos de violencia de género y a minimizar las consecuencias de la violencia familiar.
"Cuando los países no ejercen la diligencia debida para proteger a las víctimas y prohibir y evitar los actos violentos, incumplen los compromisos asumidos bajo la Convención Contra la Tortura y otros instrumentos internacionales de derechos humanos", destacaron los expertos ante un panel de la ONU.
Con la sabia aprobación de la ley contra la violencia doméstica, China le ha plantado cara a la barbarie que ocurre en el espacio más sagrado que debe preservar una nación: el hogar familiar, célula fundamental para realizar el sueño chino de una vida próspera, en paz y unión.