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spanish.china.org.cn | 15. 02. 2016 | Editor: Elena Yang [A A A]

A caballo entre dos calendarios

Palabras clave: China, año nuevo, fiesta de la primavera

Por Isidro Estrada

 

En el Año del Mono de Fuego del horóscopo chino, un “laowai” sopesa los asombros y virtudes que llegan de la mano de la Fiesta de la Primavera

 

Los extranjeros que por largo tiempo hemos residido en China, nos hemos adaptado a vivir y vibrar al conjuro de dos calendarios contiguos: el Gregoriano, que rige para la mayor parte del mundo actual - sobre todo en Occidente -, y el Lunar, que marca pautas de vida en zonas de Asia y en lugares donde la presencia china resulta significativa.

De tal suerte, los “gregorianos” en China habitamos en un ambiente dual, al menos en lo que a festividades de Año Nuevo se refiere. Aún con el olor a jolgorio pegado a las ropas, tras celebrar nuestra Nochebuena, Navidad, Nochevieja, Año Nuevo y Día de Reyes, entramos en cuestión de días en la denominada Fiesta de la Primavera, o Año Nuevo chino. Fiestas van y fiestas vienen.

Esto implica gozar de una francachela que comienza el 24 de diciembre – según hábitos occidentales – y se puede extender, con breves pausas mediante, hasta el 20 de febrero del año siguiente, al observar, desde finales de enero, las costumbres chinas que datan de miles de años. Es decir, que al vivir en China tenemos el raro privilegio de pasarnos casi dos meses sumidos en ambiente festivo, saltando de una celebración a otra.

Es por ello que me atrevo a hablar de la “resaca china”, que implica intentar despegarse en lo físico y espiritual de tan prolongado período de asuetos casi continuados, para devolvernos íntegros a nuestra rutina habitual, como trabajadores, estudiantes o en la ocupación que mejor se avenga al talante o circunstancias de cada individuo. Y me consta que no es fácil lograr la readaptación. Tras las fiestas, lo común es confundir los lunes con los domingos, o las noches con los amaneceres. A más de uno he visto en las oficinas donde he trabajado tragando digestivos, o con cara de sueño, pasada una semana del fin de la Fiesta de Primavera.

La mayor movilización humana del mundo

Y es que la celebración china equivale a una multiplicación con creces de las fiestas occidentales. Como casi todo lo que acontece o se relaciona con China, sus feriados asumen un tono mayúsculo: todo es voluminoso, despampanante, pantagruélico, como si el mundo se fuera a acabar al día siguiente.

La mejor muestra de lo que aquí afirmo – algo que me sigue asombrando tras casi 20 años en el país - es el incesante desplazamiento de millones y millones de chinos de un punto a otro del país en apenas unos días, cuando se aproximan o concluyen los días feriados. Así lo atestigua en primer lugar el servicio de trenes interprovinciales, a los que se han ido sumando aviones, embarcaciones, autobuses y hasta motocicletas, según mejoran las condiciones económicas del país.

Pero si bien quedo estupefacto por la capacidad local para asimilar esta movilización millonaria de cada año, no menos me conmueve identificar en ese masivo desplazamiento la raigal ansia china por preservar y honrar los lazos familiares, imponiéndose a separaciones y coyunturas.

Aunque los “gregorianos” en China reparamos con frecuencia en la habitual falta de muestras de afecto y cariño entre familiares y amigos – sobre todo en público -, debemos por fuerza admitir que en el país asiático “la sangre llama” cada febrero. Lo demuestra la desesperación con que cada ciudadano chino pugna por conseguir boletos de tren, o cualquier otra forma de viajar en la ocasión, para juntarse con padres, hermanos, cónyuges, hijos y otros allegados. La cena familiar es una ocasión sagrada. Y cuando alguien no puede estar presente, por imponderables del destino que incluyen la muerte, los comensales le reservan un sitio en la mesa en ausencia. Querer y añorar al pariente, de cerca o de lejos, es parte del ritual chino en cada Año Nuevo Lunar.

Brindis con el Mono de Fuego en La Habana

Creo que el mono del horóscopo chino ejerce un hado particular sobre mí. Algo así como una orden de alejamiento. En las dos ocasiones en que el simpático animal ha presidido la celebración lunar desde que viajé a China por primera vez, en 1995, me he encontrado de vuelta por un tiempo en mi país natal, Cuba. En consecuencia, en 2016 decidí esperar el Año del Mono de Fuego en el Barrio Chino de La Habana.

Allí, junto a los ancianos chinos naturales – a quienes se denomina como huaren en su país natal -, y rodeado de sus descendientes de sangre mezclada, degusté los platillos cubano-chinos preparados para la ocasión, presencié la esencial Danza del Dragón y la exhibición de artes marciales que la Escuela de Wushu del barrio presenta en cada Fiesta de la Primavera.

Debo confesar que en mi Habana nativa añoré degustar las gachas que en China se consumen en el octavo día del mes lunar, denominadas laba en mandarín. La primera vez que las probé, estando en Pekín, no me hicieron mucha gracia. Para un caribeño como yo, un potaje que se respete debe tener un sabor fuerte con su pizca de sal, apuntalado por una buena dosis de comino, aceite de oliva y algún embutido como chorizo. El potaje de laba, empero, es una espesa combinación de granos con tendencia al sabor dulzón. Una vez lo rechacé; en 2016 extrañé su presencia.

Más allá de añoranzas de ocasión, sin embargo, lo mejor de mi visita al Barrio Chino habanero fue el contacto directo con los huaren y los descendientes. Allí dialogué en cálido intercambio con figuras imprescindibles en el intento de rescate del patrimonio chino en Cuba. Sentados a la mesa “lunar” estuvieron entre otros la licenciada Irmina Ng, de la Universidad de La Habana, y los investigadores y animadores culturales Julio Hun y Carlos Alay.

Estos dos últimos han desempeñado un papel central en la devolución de la Danza del León a dicha barriada, luego de décadas de lamentable ausencia de la misma. La singular coreografía, cuya interpretación marca la llegada del Nuevo Año Lunar, sirve a los chinos y sus descendientes en cualquier punto del planeta para ahuyentar a los malos espíritus. Alay y Hun han publicado un enjundioso y ameno estudio sobre el tema en forma de libro (La Danza del León Chino en Cuba, a cargo de la Editorial Extramuros), que no dudo en recomendar a cualquier interesado en el tema.

Concluida la modesta pero entusiasta reunión, me marché sin haber probado los tradicionales jiaozi, (ravioles rellenos), que no los hubo, y ajeno esta vez a las estridencias y colorido con que los fuegos artificiales repletan esta temporada en China. Hondo en mi interior portaba, eso sí, la calidez y fruición con que un pueblo lejano nos ha trasladado su cultura milenaria, hasta hacerla parte integral de lo autóctono cubano. Legados así son un buen escudo ante cualquier contratiempo o revés. Capaces incluso de neutralizar los tropiezos que según pronósticos vendrán de la mano del Mono de Fuego este año.

 

Entregar sobre rojos con dinero (hongbao) es una tradición de la Fiesta de la Primavera en China y sus comunidades de ultramar.

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