Llegué a China gracias a un convenio entre la Universidad Autónoma de Madrid y la Universidad de Estudios Extranjeros de Beijing, para trabajar como Lector de Español. Apenas sabía nada de su gran nación, y mucho menos de su lengua. Solicité el puesto porque deseaba conocer una cultura que fuese distinta a la europea y que resultase enriquecedora para mí. Pero China no solo me ha abierto sus puertas sino que además me ha envuelto con la ilusión y esperanza con las que se sacude el sueño el dragón cuando mira hacia su prometedor futuro. Han sido los estudiantes los que más se han volcado en este proceso, alentados por mostrarme la realidad china más allá de los tópicos, mostrándome tantas perspectivas nuevas sobre la vida como la solo la diversidad del gigante asiático puede contener. Algunos de ellos se han ofrecido a enseñarme, de manera desinteresada, la historia, las religiones o la filosofía de su pueblo. He ido a muchos lugares de un país inabarcable. Pero quizá lo más importante es que, como se extrae de las páginas de la novela de Viaje al Oeste, el trayecto es interior, personal, pero a la vez compartido.