Por Manuel Pavón Belizón
El informativo oficial de las siete de la tarde en la televisión nacional china suele regalar casi a diario a sus espectadores una sucesión de primeros planos de los más altos líderes del Partido. Algo que llama la atención en esas imágenes es la escasez de rostros femeninos.
“La mujer sostiene la mitad del Cielo”, dijo Mao Zedong, tras un pasado marcado por la sumisión institucional de la mujer al padre, al marido y al hijo, sucesivamente, junto con otras “tradiciones” como el vendaje de los pies.
Desde esa época hasta hoy, la situación de la mujer en China ha mejorado enormemente y su avance en la esfera pública es ostensible e imparable. Sin embargo, queda camino por recorrer, tanto en lo institucional, como en lo cotidiano, donde a pesar de los ingentes avances, subsisten algunos aspectos sutiles que, quizá forma inconsciente, perpetúan cierto modelo de mujer.
En las instituciones públicas, se ha constatado en los últimos años un crecimiento significativo en el porcentaje de mujeres en puestos gubernamentales, especialmente en las instancias administrativas provinciales, municipales y distritales: según cifras oficiales, hasta 2010, el 87,1 por ciento de las administraciones de nivel regional o provincial contaron con vicegobernadoras, y el 89,4 por ciento de los gobiernos municipales tenían en sus filas mujeres en cargos de alcaldesa o vicealcaldesa, y en los niveles de distrito, la cifra fue de 86,2 por ciento. No obstante, si bien las cifras pueden parecer excelentes, hay que señalar que en China los gobiernos suelen contar con numerosos ‘vices’, a veces más de una decena, por lo que el poder real de éstos resulta más limitado. En algunos casos, el cargo tiene una naturaleza principalmente simbólica.
La escasez de mujeres en cargos de verdadero calado, como los del gobierno central, es, sin embargo, llamativa. Si uno echa un vistazo a la lista de los 25 miembros del Politburó del PCCh, se topará con una letanía de nombres masculinos y sólo una mujer, Liu Yandong. Y si reducimos la lista al ‘sancta sanctórum’ del PCCh -los nueve miembros del Comité Permanente-, el número de mujeres se reduce simplemente a cero.
Este desequilibrio no pasa desapercibido ni siquiera para el propio gobierno. El 8 de agosto del pasado año 2011, el Consejo de Estado lanzó un ‘Plan de Desarrollo de las Mujeres Chinas 2011-2020’, con el objetivo de “continuar impulsando la participación de las mujeres en la administración de los asuntos estatales y sociales”, según se indicaba.
El plan establece el objetivo de alcanzar ciertas cuotas mínimas para mujeres en cargos públicos de base de aquí a una década; para entonces, la proporción femenina debería ser de al menos 30 por ciento en los comités aldeanos y “entorno al 50 por ciento”, según el plan, en los comités vecinales. Sin embargo, para los niveles superiores de la administración –central, provincial o municipal-, el documento se limita a constatar la voluntad de avanzar, pero no establece objetivos, cifras ni plazos concretos.
La excusa del peso de la tradición confuciana en China ya no vale cuando un número cada vez mayor de países de su entorno cuentan o han contado con mujeres en los más altos puestos de gobierno, incluyendo la primera ministra Han Myeong-sook en la muy confuciana Corea del Sur, o la jefa de gobierno tailandesa, Yingluck Shinawatra. Otros países asiáticos como India, Sri Lanka o Kirguizistán también están gobernados o han sido gobernados por mujeres en los últimos años.
No obstante, también hay excepciones: Wu Yi, quien formó parte del anterior politburó del PCCh (también entonces la única mujer) y ostentó el cargo de viceprimera ministra hasta 2008. Conocida como ‘la dama de hierro china’, fue señalada en 2007 por la revista Forbes como la segunda mujer más poderosa del mundo, por detrás de la canciller alemana Angela Merkel.
Casos como el de Wu Yi siguen siendo una excepción en el mundo predominantemente masculino del poder en China. Las razones de esta situación difícilmente pueden ser institucionales, ya que la legislación china, al menos en la teoría, reconoce la total igualdad de las mujeres en todos los ámbitos.
Las razones para que, en la práctica, las mujeres cuenten con menos presencia en las altas esferas del poder son más profundas y se hallan sutilmente difuminadas en la sociedad china.
¿El peso de la historia?
Resulta elocuente que en China, un país con una historia milenaria, sólo haya existido una emperatriz: Wu Zetian (武则天, 624-705). Hasta hace relativamente poco, el reinado de esta soberana era visto de forma predominantemente negativa por los historiadores chinos, debido a su dureza con los enemigos, su ambición de poder –que la llevó a fundar su propia dinastía, Zhou- o por haber tenido demasiados amantes, los mismos atributos que resultaban comprensibles e incluso admirables en un emperador hombre (quienes, no olvidemos, contaban institucionalmente con cientos de concubinas), pero que, al parecer, chirriaban demasiado en una mujer. Curiosamente, la estela de piedra de la tumba de Wu Zetian, donde normalmente se grababan los méritos y se cantaban alabanzas al difunto Hijo del Cielo, fue dejada en blanco, como si su reinado hubiera sido algo vergonzoso e indigno de memoria.
Es frecuente en la historiografía china que las mujeres poderosas sean reflejadas de forma negativa, como es el caso de la Emperatriz Dowager Cixi, convertida en símbolo de la decadencia y corrupción de la dinastía Qing, a la que se culpa de muchos de los males del país a finales del siglo XIX y que, según algunos relatos, aconsejó al final de su vida nunca más dejar a una mujer tomar las riendas de la nación. Más recientemente, Jiang Qing, la esposa de Mao, acabó convirtiéndose en el chivo expiatorio de ciertas acciones de su marido, por lo que fue juzgada, junto con la célebre ‘Banda de los Cuatro’. De esta tendencia a responsabilizar selectivamente a las esposas de las decisiones de sus maridos gobernantes hay variados ejemplos, como Imelda Marcos –zapatos inclusive- en Filipinas o Elena Ceauşescu en Rumanía.
Halagos de doble filo
En la actualidad, la forma en la que algunos medios de comunicación tratan noticias relacionadas con mujeres que ostentan altos cargos contribuye a veces a generar ciertos estereotipos que presentan a la mujer como un ser por naturaleza poco indicado para ejercer el poder. Por ejemplo, en un reportaje de 2011 sobre la cónsul ecuatoriana en Guangzhou, Mariella Molina, una web local titulaba: “Entrevistamos a la cónsul más hermosa de Guangzhou: la política no es un juego de hombres”. El reportaje se abre con un elogioso desglose de sus atributos físicos, y se cierra aclarando: “No es una estrella famosa, sino la única mujer cónsul de Guangzhou”.
Con frecuencia, las entrevistas y reportajes sobre mujeres en altos cargos se dedican insistentemente a glosar detalles sobre el físico y la vida doméstica de la entrevistada, con preguntas sobre la supuesta “dificultad” de conciliar sus “obligaciones” familiares y laborales. Sobra decir que este tipo de preguntas nunca se plantean cuando el entrevistado es un hombre.
Muchos prejuicios hacia las mujeres suelen subsistir bajo apariencias amables y halagadoras. Las actitudes paternalistas, los cumplidos y piropos que suelen dedicárseles conforman una idea de la mujer como un ser preciado y delicado, adorable y frágil que difícilmente encaja con las durezas del poder.
Otro fenómeno muy ilustrativo de las dificultades que se le plantean a una mujer que quiera ascender en la escala del poder es el de las mujeres doctoras. El simple hecho de tener un título de doctorado puede suponer para una mujer una dificultad añadida en caso de querer encontrar una pareja sentimental, ya que los hombres pueden sentirse “intelectualmente inferiores”, según explican algunos sociólogos chinos. De esta forma, la realización personal y profesional de una mujer queda supeditada más o menos indirectamente a la de su marido.
Hay otros factores dignos de mención, como la política del hijo único, que, según los expertos en población, está generando un “déficit de mujeres”; o la importancia de las conexiones interpersonales para ascender a puestos de mayor rango, que se cultivan a veces en contextos en los que las mujeres se prodigan con menor asiduidad.
En otoño de este año, tendrá lugar el gran relevo de la década en la cúpula del Partido; con casi toda seguridad, veremos de nuevo un Politburó y un comité permanente dominados por hombres. Tristemente, seguirá siendo más fácil incrementar el número de mujeres en los órganos del gobierno que cambiar ciertas ideas y sensibilidades asumidas por el común de la sociedad. El cambio debe llegar de arriba abajo; por ello, una mayor presencia femenina en los órganos máximos del Partido podría inducir cambios muy significativos en la sociedad.