En medio del ruido rítmico del tren en marcha, se rompe el alba. Al abrir la cortina, me sorprendió un verdor infinito. No se trata de un verdor oscuro del bosque que lleva a la gente a una tranquilidad profunda, ni tampoco de un verdor congelado del mar que despeja a la gente. Este verdor es la respiración de la primavera y el vigor con el que crecen los seres del universo.
Crecía desde niña en el sur, pero viví diez y tantos años sin percibir su hermosura. Hoy en día, luego de acostumbrarme a lo vasto y lo baldío del norte y experimentar un largo invierno, descubrí que el verdor del sur del río Yangtsé ofrece a la gente realmente un júbilo de vida.
El verdor, en caballones, se extiende ordenadamente al final del firmamento, levemente ondulante conforme a pendientes topográficos. En medio de la gran extensión del verdor están incrustados patios con flores de melocotones alrededor. Lo que hace imaginar a la gente que tal vez cada familia campesina es llamada a entonar los colores, quienes colocan su casa sutilmente en este campo verde.
Marzo es la temporada en la que se abren las flores de colza. Su brillantez es digna de opacar todas las flores bajo el cielo. Las flores de colza, en grandes extensiones, no son mimadas ni atractivas, pero forman una escena efervescente. El cielo azul, el campo verde, las aldeas grises, las flores de melocotones rojas y las flores de colza de color dorado, cada color induce a sonreír sin darse cuenta. En este estado de ánimo, conocí Yangzhou.
La gente antigua prefería la letra “Yan” (llovizna). Los versos de Hemeizi: “La llovizna envuelve un campo verde, llena la ciudad de brisas de bruma, y despierta a las flores amarillas de ciruelo”, reproducen un cuadro de un verdor de las hierbas en la temporada de llovizna que se hace cada vez más tenue conforme a la lejanía. La expresión habitual de “llovizna del sur” describe vívidamente el paisaje borroso bajo la llovizna al sur del río Yangtsé. Y la atmósfera formada por las flores abiertas bajo la llovizna en Yangzhou es algo difícil de imaginar para la gente que no se han estado allí.
En esta llovizna, que rodea todas las calles de Yangzhou, asoma con frecuencia un alero volante color gris en medio de árboles verdes; y alrededor de las casas, se divisan grupos de bambúes verdes; sobre un pequeño río zigzagueante que corre silenciosamente, se tropieza con un pequeño puente de forma curvada; a ambas orillas los sauces lucen un verdor claro, tal como están cubiertos por una vela delgada; y entre las ramas de sauce, saltan unas flores de color rojo. Todo esto no es una presentación de algún paisaje, sino un panorama de disfrute cuando se pasea por Yangzhou. La hermosura de Yangzhou es totalmente natural que uno percibe desde adentro.
La urbanización de Yangzhou tiene un pronunciado rasgo que reside en la coordinación perfecta entre el estilo antiguo y el presente. Puede suceder que al lado de la parada de transporte público, está erguido un pórtico de no se sabe qué dinastía; el gran almacén moderno en que se venden artículos de marcas mundialmente prestigiosas tiene un aspecto de un edificio de dos pisos de estilo antiguo, y los afiches de publicidad en las paredes coinciden perfectamente con el estilo arquitectónico del complejo. Tal vez Yangzhou siempre es así, al mismo tiempo que se conserva lo clásico, se moderniza sigilosamente.
En marzo, temporada en que vuelan arenas en el Norte, esta antigua ciudad del sur ya está sumergida en un ambiente primaveral. En el aire húmedo, flamea un tenue sabor de hierbas, y varias ramas de bambú en la ventana cubren el estanquillo. Los peatones de la calle son holgados y tranquilos, su apariencia apacible te advierte que aquí es marzo en Yangzhou.