La danza de exorcismo tiaowutu en la meseta Qinghai-Tibet
 

En el distrito de Tongren de la provincia de Qinghai vive la etnia tu, que habla mongol, de la familia de lenguas altaicas. Aunque esta etnia del norte de China se formó temprano en el siglo XIII, es poco numerosa, con procedencia directa de las tribus qiangs antiguas. Debido a los antecedentes históricos y factores geográficos y culturales, los tus de la aldea Nianduhu, localizada en una comunidad tibetana, hablan y escriben en tibetano y se casan con tibetanos. Pero con todo, conservan el habla y las costumbres propias, y aunque profesan el budismo tibetano, adoran también a los dioses del cielo y la tierra y mantienen la conciencia del tótem de los qiangs antiguos.

Los tus de la aldea Nianduhu efectúan dos ceremonias tradicionales importantes cada año. Una se llama tiaowutu (tigres saltantes) y se realiza el 20 del undécimo mes lunar para ahuyentar a los espíritus malignos.

¿Por qué practica el tiaowutu todos los años? ¿Por qué saltan como el tigre y no como otro animal? Eso tiene que ver con su tradición legada de los qiangs de idolatrar y tomar a este felino por tótem. Los qiangs antiguos creían que el tigre era capaz de expulsar los males y las enfermedades y traer al pueblo un nuevo año de paz y bienestar, debido a lo cual los tus siguen disfrazándose de tigres para espantar a los demonios y conjurar las epidemias en los hogares. Se practica el tiaowutu el 20 del undécimo mes lunar porque según la tradición en este “día negro” los diablos salen a causar daños, así que la gente precisa pedir ayuda a los dioses a través del tigre.

En la fecha, por la mañana temprano, el sacerdote de la ceremonia, un tocador de gong, ocho muchachos elegidos por la aldea para hacer de tigres, los maquillistas y los encargados del servicio se juntan en el Templo del Dios de la Montaña ubicado en la cima de ésta para emprender los preparativos.

En el salón del templo, del budismo tibetano y repleto de pendones de sutras y hadas (cintas de seda), es interesante ver que la imagen del dios de la montaña Amimaqin de la provincia de Qinghai, la del dios de la montaña Taizi de la provincias de Gansu y la del dios de la montaña Xiaqiong de la provincia de Qinghai están en el segundo plano, y la imagen de Erlangshen (divinidad de la etnia han, el grupo mayoritario de China), de tres ojos y adorado por los tus como guardián de la paz y la cosecha, es el dios principal y ocupa el lugar central. Así, está claro que el culto de los tus y los tibetanos guarda una íntima ligazón con la cultura tradicional de la etnia han que habita en las planicies centrales de China.

Durante el primer mes lunar (que cae entre enero y febrero del calendario gregoriano), la meseta Qinghai-Tíbet está en pleno invierno y nadie siente el calor del sol que brilla en el cielo. Pero los muchachos escogidos se desnudan de la cintura arriba, levantan las perneras, se dejan pintar con hollín de olla rayas de la piel del tigre en el rostro, el cuerpo y las extremidades por los pintores de la aldea y se atan los cabellos como el pelo erizado del tigre iracundo. Portan cuchillas cortas y largas en la faja y ramas de árbol gruesas provistas de papel blanco de conjuros en las manos. Ya listos los tigres sagrados, llamados wutus, el lawa (sacerdote), cucurucho de cinco budas en la cabeza, los conduce a arrodillarse ante las imágenes en el Templo del Dios de la Montaña. El lawa toca el tambor y recita oraciones rogando al dios amparar la aldea y autorizar a los wutus a exorcizar a las familias. Ahora el superior del templo les dan de beber aguardiente a los wutus sin cesar para que resistan el frío y entren en estado. Tras explicar el lawa la orden del dios, los wutus dejan de hablar porque ya son “tigres” verdaderos.

Antes de ir a la aldea, los wutus (dos mayores y seis menores) bailan la
danza de tigres con locura en la plaza enfrente del templo mostrando la fiereza de los “tigres sagrados”. Sus movimientos son tan arcaicos, grotescos, vigorosos y rudos que recuerdan plenamente la danza que sus antepasados aprendieron de los qiangs antiguos. En medio de los fuertes golpes del gong y el tambor, los wutus menores brincan adelante por turno con una sola pierna, alzan los brazos, los abren y cierran a la izquierda y la derecha o los mantienen quietos. Éstos son sus movimientos básicos. Los wutus se desplazan ora rápido ora lento y dan pasos grandes y pequeños dependiendo del tamboreo que hace el lawa según la necesidad y según el ánimo de los espectadores.

De súbito estalla una ráfaga de mosquetes y arcabuces, después de la cual los wutus menores paran de bailar y corren cuesta abajo para echar a los demonios en las casas de los vecinos. Mientras tanto, por su detrás aún bailan los wutus mayores a los toques del gong y el tambor, pero no tardan en bajar a la aldea también con el lawa y el tocador del gong.

Ahora las casas en la aldea, con puertas cerradas, están esperando a los “tigres” con vino, carne, tortas y frutas puestos en las mesas. Los wutus menores van a una casa, entran por encima de los muros, y tras buscar y matar a los demonios de habitación en habitación, disfrutan de las viandas, ensortijan las tortas en las ramas de árbol en las manos, y con grandes pedazos de carne aún sangrando entre los dientes, trepan al tejado para ir a otras casas. Entretanto, el lawa y compañía bailan patrullando los callejones para interceptar a los demonios escapados. Los vecinos, subidos a las azoteas, enganchan tortas en las ramas que tienen los wutus mayores en las manos o depositan ofrendas en los sitios por donde pasan, en señal de agradecimiento.

Luego de exorcizar las casas por varias horas, los wutus mayores y menores se reúnen detrás del porche de acceso de la aldea, y en eso estallan ráfagas de mosquetes, arcabuces y triquitraques, anunciando el fin de la expulsión de los demonios. Ahora los wutus dejan de brincar y corren afuera de la aldea. Y los vecinos, viejos y niños, hombres y mujeres, hierven como un hormiguero y los siguen hasta la ribera del río congelado cercano. Aquí los wutus, en sitios escogidos, se ponen en cuclillas, rompen el hielo y se lavan el cuerpo de rayas de tigre pintadas para eliminar el olor de los demonios muertos. En medio de los vítores de los vecinos, vuelven en sí y sólo entonces recuperan la “facultad” de hablar.

Hoy día, la aldea Nianduhu es el único lugar donde se practica el tiaowutu. Dicen que anteriormente actuaban dos wutus mayores y seis menores, pero que en cierta ocasión uno de los menores cayó muerto por el fuego de un mosquete. Los vecinos creyeron que era la voluntad de la Providencia, quien lo llevó al cielo. De allí adelante, toda vez que la aldea celebra el tiaowutu, éste tiene sólo dos tigres mayores y cinco menores.

(CIIC)

 
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