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spanish.china.org.cn | 30. 12. 2013 | Editor: Ara | [A A A] |
Las personas reaccionaron de diferentes maneras ante los cambios, haciendo recordar la proverbial dificultad de complacer con un mismo platodiversos paladares.
Mi valoración del nuevo comedor es variada, aunque desde entonces siento gran satisfacción por un simple plato: un plato de cerdo finamente preparado, suculento, refulgente y listo para derretirse con el contacto de la lengua. Un manjar así, según mi humilde consideración, debe ayudar a las personas a desarrollar una mentalidad más generosa.
Desafortunadamente, la mayoría de los residentes urbanos son incapaces de disfrutar este plato en la actualidad. Algunos de mis colegas han asegurado experimentar un placer indirecto al verme disfrutar del plato, pero son incapaces de vivirlo por ellos mismos. La pérdida general del apetito es realmente un hito en la evolución humana. En mi caso personal siento particular pena por las víctimas más jóvenes, los niños, que han sido criados en la abundancia, cuyos corazones ya no palpitan ante la vista de la comida –la verdadera comida, no la comida chatarra-.
Una señal inequívoca de la “buena vida”
Muy pocas personas se dan cuentan de que merecen recibir las condolencias por la pérdida. Por regla, ellos son reiteradamente elogiados por la pérdida, reconocida como una señal inequívoca de “buena vida”. Cuando llevo a mi hijo a un restaurante, algunas veces pide un cuenco de fideos, servido con una loncha de cerdo grasa. Se lo come todo, la sopa incluida, con sumo deleite, excepto el cerdo, que siempre me lo deja a mí.
Con los adultos la pérdida puede ser aún más destructiva, pues los lleva a buscar la satisfacción en otro sitio. Algunos crecen desdeñando la menor condición biológica, sin siquiera estar corrompidos por la abundancia.
En su obra “The Compleat Angler”, Izaak Walton citó a Lessius diciendo: “Esos pobres hombres, y esos que ayunan regularmente, sienten más placer al comer que ricos y glotones, que siempre comen antes de que sus estómagos estén vacíos después de la última comida, y piden más; de esa manera se privan a sí mismos del placer que el hambre da a los pobres”.
En la era de la industrialización, los seres humanos han evolucionado de una especie que puede satisfacerse en su condición privada a los exhibicionistas que se sienten constantemente incentivados a promocionar el hecho de tener los recursos para satisfacerse a sí mismos.
Nuestra autoestima está mucho más definida hoy por los últimos iPads y automóviles. Esas son las etiquetas que nos certifican como “satisfechos”. Como la satisfacción es abstracta, estimula el consumo hasta la búsqueda espiritual interminable, lo que sería el “crecimiento”. Imperceptiblemente, crecemos distantes de nuestras necesidades instintivas y biológicas, la principal fuerza motriz y los más altos principios.
Hace poco recibí varios mensajes de texto indescifrables de un amigo, y cuando le pregunté por qué, me explicó que tiene lo último de Apple. El único problema es que experimenta dificultades a la hora de realizar llamadas y envías mensajes con su nuevo aparato.
El consumo se ha convertido en un ritual, el propósito, los medios que justifican cualquier resultado.
En la ignorancia de nuestros propios deseos, comúnmente profesamos el conocimiento del deseo de otro.
Varios de mis colegas me han expresado su deseo de irse a vivir algún día a una casa de campo y ganarse la vida cultivando productos orgánicos.
Un hotel moderno nos brinda una vista idílica de la vida rural, pero siempre se deja algo: los enjambres de moscas y mosquitos, la letrina, o la falta de esta, para no hablar ya del alto riesgo de la pérdida de la cosecha ante la ausencia de fertilizantes y pesticidas químicos. La distancia hace que la vista sea encantadora.