(SPANISH.CHINA.ORG.CN) – Para todos los que han engendrado la desigualdad, el crecimiento suele ser acreditado con la salida de millones de personas de la pobreza.
El prestigio internacional de China por su contribución a la reducción de la pobreza, en ocasiones nos lleva a dormirnos en la complacencia. Pero una serie de informes dados a conocer a principios de este año por los medios de comunicación sobre la desnutrición grave que aqueja a muchos niños de zonas rurales del país es un recordatorio doloroso de que nuestra lucha contra la pobreza está lejos de terminar.
Este fue uno de los mensajes de la reunión nacional sobre la reducción de la pobreza, celebrada el pasado martes, en la que los principales dirigentes chinos volvieron a definir la dramática línea de la pobreza de China. El nuevo umbral de la pobreza se ha elevado a un ingreso anual de 2.300 yuanes (361 dólares estadounidenses) por persona, un 92 por ciento por encima de la norma establecida en 2009.
Las estadísticas resultantes de la adaptación son impresionantes. El número de personas reconocidas como pobres ha aumentado en 128 millones, lo que representa casi el 8 por ciento de la población nacional.
Pese a que los críticos se quejan de que la nueva norma todavía sigue siendo baja, la audacia del Gobierno sobre la pobreza merece algo de crédito. Basta con tener en cuenta el desafío fiscal que traerá consigo el aumento del 8 por ciento en los niveles de pobreza.
Sin embargo el trabajo de erradicación de la pobreza tiene que involucrar no sólo al Gobierno, sino a la sociedad en su conjunto. Por ejemplo, la población puede ayudar controlando cómo se utiliza la ayuda nacional para las zonas pobres y la exposición a posibles irregularidades.
Aparte de practicar la vigilancia, la gente tiene que ser más tolerante con los inmigrantes rurales y los pobres que se desplazan a las ciudades, donde el menosprecio a los recién llegados es un fenómeno generalizado.
Este esnobismo puede ser atribuido a la ilusión de superioridad entre los habitantes de las ciudades y la situación de los inmigrantes, como privarlos del derecho al voto. Excepto unos pocos profesionales “importados”, la mayoría de los migrantes son excluidos del sistema de bienestar social de las ciudades.
Aunque China tiene un programa de seguro de atención sanitaria para la población rural, la cual antes no tenía cobertura, el programa se queda corto al hacer frente a las dificultades de larga data de los migrantes que buscan tratamiento médico en las ciudades. Incluso, si estos tienen seguro, tienen que regresar a su lugar de origen para recibir un reembolso por los servicios médicos.
Tampoco tienen muchas opciones los inmigrantes del campo en las ciudades en cuanto educación. Pueden enviar a sus hijos a las escuelas suburbanas, a las cuales pocas personas de la ciudad se dignan a asistir y donde la calidad es a menudo pobre si se le compara con los estándares urbanos. Y lo que es peor, las autoridades educativas están cerrando algunos de esos centros de enseñanza por razones de seguridad, sin abrir otras escuelas más seguras.
Sin la garantía de un acceso equitativo al sistema de salud, la educación y la vivienda, los inmigrantes no son más que trabajadores invitados en las ciudades y no sienten que pertenecen a este entorno, por no hablar de la acogida con desprecio que le profesan sus anfitriones por abusar de su hospitalidad.
Actualmente, según Xinhua, 128 millones de migrantes “vagan a las puertas de las ciudades”, lo que significa que aún no se les ha aceptado como habitantes de las ciudades.
Puede ser pura casualidad que este número de personas, más o menos coincida con la cifra que acaba de ser clasificada como pobre, pero lo que sí no es un hecho fortuito es que a menudo tienden a ser ellos los desamparados.
La afluencia de los recién llegados no deseados a la ciudades ha puesto en duda la calidad de la tan cacareada urbanización de China, que oficialmente alcanzó el 46,6 por ciento el año pasado y crece a un ritmo anual del 0,9 por ciento. La urbanización, sin embargo, pierde fuerza o incluso descarrila la ira acumulada de los migrantes, especialmente de las generaciones más jóvenes, que comienzan a mostrarse frías, advierten los observadores.
Conscientes del peligro de la exclusión, las autoridades están tratando de reformar el rígido sistema de bienestar social y hacerlo más flexible. Por ejemplo, Sha Zhongfei, subdirector de la Oficina Municipal de Recursos Humanos y Seguridad Social de Shanghai, dijo en mayo que se está estudiando cómo permitir el ingreso de los inmigrantes en la red de bienestar de la ciudad.
Por su parte, la comisión de educación de Beijing señaló el año pasado que en los próximos tres a cinco años, los hijos de los inmigrantes rurales podrían gozar de los mismos derechos a la educación que los niños locales.
Aunque se están haciendo esfuerzos para convertir las ciudades en lugares que los inmigrantes puedan identificar como su hogar, muchos desean ver el día en que ya no sean llamados “trabajadores campesinos”, un término contradictorio que indica su paradójica identidad – pueden estar viviendo en las ciudades, pero obligados por el hukou, o registro de residencia, son agricultores por nacimiento.
En una entrevista con Xinhua, el profesor Ye Yumin, de la Universidad del Pueblo de Beijing, compara la dicotomía urbano-rural con una “criba”, que “deja a las ciudades el glamour y la fortuna, pero al campo la miseria, el desempleo y los ancianos”.
La urbanización de China sólo puede ser humanizada, si va acompañada por un mejor trato a los inmigrantes que contribuyen al desarrollo de las ciudades, pero pierden la oportunidad de disfrutar de sus frutos.
Es alentador saber que el Gobierno está trabajando con mucha fuerza para liberar hasta el último chino de la pobreza, pero para llevar a cabo la guerra inconclusa contra ese flagelo es imprescindible primero desplegar una campaña contra el prejuicio y la discriminación.
(Por Shanghai Daily)