Por Manuel Pavón Belizón
Muy probablemente, la actual sea la mejor época para ser niño en China. Los pequeños que nacen y crecen en la China de hoy están rodeados por una sociedad que muy poco o nada tiene que ver con la que vivieron sus padres, y ni decir ya con la de sus abuelos.
El desarrollo económico ha conllevado la mejora del bienestar material de los más pequeños, a pesar de las imperfecciones y los retos pendientes, como en muchos otros lugares del mundo. Esto es especialmente evidente en cuestiones como la asistencia sanitaria o la alimentación.
Los datos oficiales indican que en el periodo que media entre 1990 y 2008, la mortalidad infantil se redujo en un 71 por ciento, pasando de 64,6 muertes por cada 1000 nacimientos a 18,5. La ampliación de la cobertura sanitaria para la mayor parte de los más de 1.300 millones de chinos estará probablemente en el origen. Y a ello hay que unir la implantación de los 9 años de educación obligatoria en China.
Es en las ciudades donde los avances se hacen de forma más rotunda. La clase media urbana emergente tiene a su disposición unos ingresos y unos medios materiales nunca vistos en generaciones anteriores. Y la política de hijo único, unida a esas condiciones de bonanza económica familiar, dan lugar a unas condiciones excepcionales para que los hijos de la clase media crezcan sin saber lo que es carecer de lo más básico.
Una abundancia que, en muchos casos, se lleva al extremo. Muchos padres, marcados por sus experiencias del pasado, quieren que sus hijos no sepan lo que es la falta de medios y abruman a sus hijos con todas las comodidades que pueden permitirse. Al ser hijos únicos, los niños crecen consentidos, siendo el centro de atención y sin saber lo que es el esfuerzo.
Los hijos de las familias más adineradas crecen y pasan a la edad adulta sin saber qué significa trabajar, o con negocios montados por sus progenitores específicamente para ellos, a modo de pasatiempo para ocupar sus muchas horas de ocio y despreocupación. Muchos veinteañeros de hoy día son los primeros frutos de esa generación mimada –los llamados ‘pequeños emperadores’ (Xiao Huangdi); jóvenes que han tenido siempre muchas facilidades, han ido a la universidad a estudiar lo que sus padres les decían y buscan hacerse con una buena posición en la sociedad imbuidos de buenas dosis de materialismo.
El precio que pagan por las atenciones ilimitadas recibidas durante su niñez es una presión familiar incesante que los incita, casi obliga, a llegar a lo más alto y a tomar parte en la feroz competición en la que anda inmersa la sociedad china de hoy. Y cabe esperar que las generaciones de niños que están creciendo en la actualidad vivirán todo esto de forma más acentuada aún.
Frente a los ‘pequeños emperadores’, un fenómeno eminentemente urbano, están los niños de las zonas rurales, el polo opuesto.
Según un estudio publicado en marzo en la revista médica ‘The Lancet’, los pequeños nacidos en las áreas rurales de China triplican o hasta sextiplican la posibilidad de morir antes de los 5 años, en comparación con sus pares urbanos.
En las zonas rurales las mejoras sanitarias y educativas se han hecho también efectivas, pero no alcanzan a compararse con los avances en las condiciones de vida de los niños urbanos. Algo que también influye en el carácter de los pequeños. Los niños de las zonas rurales de China suelen mostrar mucha más entereza y saben valorar mejor el esfuerzo.
Es obvio que, de seguir el ritmo actual, las mejoras llegarán a estas zonas del país, pues es el derecho de sus habitantes y así lo exigen. El proceso de desarrollo de China encontrará su sentido último sólo cuando los menores puedan tomar de forma igualitaria en la sociedad.