| spanish.china.org.cn | 14. 11. 2025 | Editor:Teresa Zheng | ![]() |
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COP30: De la promesa a la acción
Por Renato Baumann
Con Brasil como sede de la XXX Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (COP30) en la región amazónica de Belém, los delegados no solo se familiarizan con el lugar, sino que también pueden observar algunas de las necesidades reales de su población. La Amazonia, que abarca 9 países y 12 estados brasileños, es considerada el «pulmón del mundo» por su aporte esencial en la absorción de dióxido de carbono y la liberación de humedad que alimenta las lluvias en gran parte de América del Sur.
La mayoría de los países participantes en ediciones anteriores han confirmado su presencia, pero algunos actores clave, como Estados Unidos y Argentina, no han enviado representantes de alto nivel. Sus gobiernos se muestran escépticos sobre el cambio climático y hay resistencia a financiar planes afines.
La región es rica en recursos naturales y alberga una enorme biodiversidad. Además de madera y frutas tropicales, es una reserva de agua dulce y minerales muy demandados por la industria.
Los debates de la COP30 también deberían tener como objetivo la preservación y el uso óptimo de sus vastos recursos, atrayendo inversiones, innovación y alianzas tecnológicas a partir de su gran diversidad.
Sin embargo, la financiación de esta visión sigue siendo un reto. La COP29, celebrada en Bakú, se comprometió a 300 000 millones de dólares anuales para iniciativas relacionadas con el cambio climático hasta 2035 en países en desarrollo, muy poco y demasiado tarde. Varias proyecciones se inclinan a unos 1,3 billones de dólares al año. Esta enorme brecha se complica aún más por la falta de acuerdo sobre su origen.
El mayor obstáculo es la falta de consenso sobre este tema. Múltiples países ricos se abstienen de contribuir. Asimismo, existe un debate sobre qué proyectos estarían cubiertos.
Brasil tiene previsto proponer dos fuentes. La primera, el Fondo para la Conservación de los Bosques Tropicales, tiene por fin recompensar a los países que los protejan, convirtiendo la conservación en un activo en lugar de una carga. La segunda, el capital catalítico, atraerá capital privado a planes dirigidos a la transición climática.
El Gobierno brasileño también busca crear un mercado de carbono eficiente. De tener éxito, tendrá un impacto de gran alcance, dada la creciente preocupación de los grandes inversores por su huella de carbono.
La agenda de la COP30 debe considerar además la reforma de la gobernanza financiera mundial. Los bancos multilaterales de desarrollo deben adaptarse para reflejar los temores y prioridades de las economías en desarrollo. La adaptación al clima debe integrarse en las políticas industriales y debe desalentarse el uso indebido de argumentos medioambientales para erigir barreras comerciales.
Por ejemplo, la Amazonia ha devenido el blanco de la política comercial mundial. Muchos países exigen ahora pruebas de que los productos no vienen de zonas deforestadas. Esto impone costos titánicos a los productores. Irónicamente, las solicitudes provienen de países que destruyeron sus bosques hace mucho tiempo. El mundo necesita cooperación, no condiciones, para que las metas climáticas sean realistas.
La COP30 también debe fomentar la colaboración en la lucha contra el cambio climático. Las ciudades pueden compartir experiencias en el control de inundaciones, ecología urbana y gestión de la movilidad. Los países pueden desarrollar asociaciones tecnológicas para reducir las emisiones de metano en la ganadería.
La abundancia de agua dulce, minerales y biodiversidad de la región amazónica, así como su potencial en materia de energías renovables, podrían atraer inversiones en sectores como el hidrógeno verde, el acero verde y los productos electrónicos.
Por lo tanto, se espera que la COP30 no sea otra conferencia formal más, sino una instancia que transforme los nobles objetivos en estrategias viables. Debería dar lugar a una serie de acciones con un impacto concreto en la lucha mundial contra el cambio climático.
El autor es execonomista del Instituto Brasileño de Investigación Económica Aplicada y de la CEPAL/ONU.














