Las confesiones, que nunca antes habían sido dadas a conocer, registran los detalles de los delitos perpetrados por los invasores japoneses, incluyendo las matanzas, la esclavitud y el envenenamiento de ciudadanos chinos, así como el uso de armas biológicas y químicas en seres humanos vivos.
La primera confesión hecha pública ha sido la de Kenzo Sugishita, nacido en 1901, que se unió en 1932 a la Guerra de Agresión Japonesa contra China.
El 3 de febrero de 1932, en una aldea ubicada a 8 kilómetros del sur del templo Tianle en Shanghai, su escuadrón dio órdenes de disparar sin previo aviso, causando la muerte de al menos 30 chinos, afirma Kenzo Sugishita en su confesión.
"El 19 de febrero de 1932, atrapé a un niño de unos seis años que estaba escapando del fuego en el puente Lujia, le coloqué sobre una roca frente a la puerta y le apedreé hasta matarlo, y luego arrojé su cuerpo a la casa en llamas", confiesa el ex soldado japonés.