Prevista para los días 7 y 8 de junio en el estado de California, en un pintoresco marco, la próxima cumbre informal entre los presidentes Xi Jinping y Barack Obama será un evento sin precedentes en varios aspectos.
Es un gesto poco común que un presidente chino mantenga conversaciones con su homólogo estadounidense menos de tres meses después de asumir el cargo. Por otro lado, el formato informal de la reunión también será una novedad en la historia de los lazos entre China y Estados Unidos.
Dada la complicada relación entre Beijing y Washington, habrá un amplio abanico de cuestiones que tratar durante el primer encuentro entre Xi y Obama desde las últimas transiciones de poder en ambos países.
Como es de esperar, habrá una larga lista de temas bilaterales, regionales y globales, incluidos el comercio, las divisas, la deuda, la península coreana, Siria y la crisis financiera global.
Por encima de todas las cuestiones convencionales entre los dos países, no obstante, los líderes deben hacer frente a una tarea sin precedentes: cómo construir un nuevo paradigma de relación entre dos potencias principales.
La redefinición de la relación entre potencias no será un simple lavado de cara, ya que establecerá las reglas del juego para los lazos entre China y Estados Unidos en la nueva era. También será la clave para resolver cualquier problema que pueda surgir en el futuro entre la mayor nación en vías de desarrollo y la mayor nación desarrollada.
El nuevo concepto de lazos entre potencias está todavía en proceso de desarrollo, pero un principio en el que ambas partes coinciden es que Beijing y Washington necesitan expandir sus intereses comunes y gestionar con eficiencia sus disputas. Esto se deberá realizar con un entendimiento apropiado de las intenciones estratégicas de cada uno y una visión de largo plazo y gran alcance de la relación integral.
Podemos tomar como ejemplo la cuestión de la seguridad cibernética.
Las acusaciones infundadas de Washington de que China ha accedido mediante la piratería a las instalaciones estadounidenses económicas y militares reflejan la profunda desconfianza estratégica del país hacia China. También muestran una ambición de dictar las reglas del juego en el ciberespacio para favorecer los intereses de Estados Unidos.
Es de sentido común que el ciberespacio es, en gran medida, una tierra de nadie y que las direcciones de IP no pueden por sí solas determinar el origen y la identidad de los atacantes.
Por eso, cualquier intento de presentar este tipo de actividades cibernéticas delictivas como una competición tradicional entre estados no es más que un reflejo de un deseo de dominar la esfera virtual.
De hecho, tanto China como Estados Unidos son víctimas de la delincuencia cibernética y como jugadores principales en el nuevo campo, ambos tienen enormes intereses en el mantenimiento del orden en el ciberespacio.
En lugar de señalarse con el dedo el uno al otro, China y Estados Unidos tienen que ponerse a trabajar de verdad y encontrar maneras efectivas para acabar con la delincuencia cibernética, controlar los conflictos, y consultarse el uno al otro con el fin de construir las normas globales del ciberespacio.
Los dos países han establecido mecanismos a nivel de trabajo para abordar el asunto, lo cual es un paso en la dirección correcta. Sin embargo, el esfuerzo aún no es suficiente.
Al igual que en el resto de asuntos, cualquier disputa sobre el ciberespacio entre los dos países podría resolverse y controlarse si ambos fueran capaces de construir la confianza y evitar el conflicto a través de un mejor entendimiento de las intenciones de cada uno.
De hecho, para forjar un nuevo tipo de relación entre potencias entre China y Estados Unidos, los dos países tienen que lidiar apropiadamente con sus relaciones en la región de Asia-Pacífico, donde sus intereses convergen o chocan con más frecuencia.
La cuestión nuclear en la península coreana podría ser un punto de convergencia en sus intereses, ya que ambas naciones respaldan la desnuclearización de la península.
Beijing se ha esforzado durante muchos años para reducir las tensiones y facilitar el diálogo para resolver el asunto. Es justo decir que, sin ese esfuerzo, habría muchas más incertidumbres en la península.
Como parte importante en la cuestión, Washington no puede evitar adoptar medidas para mejorar sus relaciones con Pyongyang y, de este modo, ayudar a resolver la crisis.
Si China y Estados Unidos pueden ampliar su consenso y coordinarse estrechamente en este asunto, aumentarán las posibilidades del regreso de la paz y la estabilidad a la península.
Por supuesto, nadie espera que las conversaciones entre Xi y Obama puedan resolver todos los problemas. Sin embargo, la cumbre de dos días podrá mostrar al mundo una fuerte voluntad y una actitud proactiva por parte de ambos países para construir la confianza y gestionar las disputas. De esta forma, se daría un paso adelante hacia la redefinición de las relaciones bilaterales más importantes del mundo para un futuro mejor.