Por Klaus F. Zimmermann*
No es sólo Europa, sino todo el mundo el que está situado al borde de un precipicio. Pero debido a la gravedad de la crisis de la eurozona, es la Vieja Europa la que se está convirtiendo en un laboratorio para la economía mundial.
Pero incluso más allá de sus orillas, la cuestión a la que se plantea con el mismo grado de inquietud, desde África del Norte hasta Japón y China, es ésta: ¿podemos crear puestos de trabajo con suficiente rapidez? Con suficiente rapidez no sólo para facilitar la entrada en el mercado laboral productivo de la que es la mejor preparada y más amplia generación de jóvenes nunca vista, sino también para asegurar que el creciente grado de protestas sociales y desánimo no acabe rebosando.
En particular, las manifestaciones en España muestran lo elevada que es la presión. Los líderes del país han intentado con valentía y determinación dar nueva forma a las políticas del mercado laboral de manera radical. Han desmantelado los vestigios de las estructuras de bienestar corporativo construidas bajo el régimen de Francisco Franco. Tal valentía debería se recompensada, y pronto. Pero una cosa es dejar atrás un legado político e histórico desafortunado y otra muy distinta pasar con suavidad hacia una economía nacional que funcione mejor.
Para que esa transformación sea socialmente digerible, deben crearse puestos de trabajo, y rápido. Esa, sin embargo, no es la naturaleza de reformas estructurales. Por muy valiosas que sean a medio y largo plazo, en el horizonde del corto plazo ofrecen poco consuelo en términos de creación de empleo. Mientras que en el mundo desarrollado hace una o dos décadas pasamos mucho tiempo preocupándonos por el “efecto de curva en J”, la demora de tiempo antes de que el cambio de tipos de cambio impacte en la balanza comercial de una nación, ahora es mejor que nos acostumbremos al mismo tipo de retraso en el campo de batalla actual, es decir, los mercados laborales.
El cambio tiene lugar lentamente sólo porque, en parte, la mayor parte del tiempo se ha malgastado. Los gobiernos en el pasado se han mostrado siempre timoratos a la hora de emprender las reformas necesarias. Pero ahora, los mercados, para su confusión, no dejan al gobierno español ni a otros gobiernos europeos ningún margen de maniobra (incluso si exigen un cese de la pérdida de puestos de trabajo como signo de mejores perspectivas de crecimiento).
La UE en su conjunto está comprometida a incrementar la tasa de empleo entre aquellos de edades comprendidas entre 20 y 64 años desde el actual nivel de 69 por ciento a 75 por ciento para 2020. Ello significa que es necesario crear unos 17,6 millones de nuevos puestos de trabajo. Un factor que, de hecho, podría ayudar a los europeos en su misión es que muchas de las áreas donde se planea crear empleo, desde el desarrollo ecológico hasta las soluciones móviles para la sanidad, no son en absoluto objeto de fieras disputas partidistas, como es el caso en EE.UU.
Igualmente importante es dar un paso radical en Europa para aprender de las mejores prácticas. Un ejemplo es Alemania y su sistema dual de formación, que proporciona a los jóvenes capacidades valiosas durante por debajo del nivel terciario de la educación.
Otros países han dudado sobre si adoptar esta idea, por considerarla demasiado compleja para emular o porque piensan que sus frutos tardan demasiado en llegar. El bajo número de jóvenes desempleados que siguen el modelo de formación profesional habla por sí mismo. Sí, establecer dicho sistema tardará en producir efecto, pero retrasar su implementación no es tampoco la solución.
La historia de la urgente atencion en la creación de empleo no está, ni mucho menos, limitada a Europa, incluso si parece ser allí más virulenta que en ningún otro sitio. Esta virulencia, no obstante, es en buena medida resultado de la tradición europea de participar activamente en protestas callejeras, algo que ocurre con poca asiduidad en EE.UU. y mucho menos en China.
Los líderes chinos necesitan emprender reformas profundas, especialmente en las empresas de propiedad estatal, si quieren que la economía china ponga un pie firme en el empleo.
África e India se enfrentan a un desafío distinto. Están experimentando un tremendo crecimiento demográfico, que incrementará la presión para crear más puestos de trabajo durante los próximos 50 años. El dolor de la transición en esos lugares probablemente será mucho más agudo que el que está experimentando Europa.
Por muchos esfuerzos constantes para extraer contrastes positivos con el resto del mundo, la situación en EE.UU. no es mucho más diferente. Para crear el número de puestos de trabajo necesarios para devolver el desempleo a los niveles comunes en EE.UU. de, digamos, 6 por ciento, se necesita la creación de más de 350.000 puestos de trabajo en un mes durnte varios años seguidos.
No sólo la actual recuperación económica no arroja cifras así ni de cerca, sino que, además, incluso en los días de apogeo del boom económico de EE.UU., nunca se creó empleo a tal velocidad durante un periodo prolongado. Esto pone de manifiesto que los problemas a los que se enfrenta EE.UU. van mucho más allá de la elección de un nuevo presidente, como los republicanos suelen argüir.
Lo que todo esto muestra es que la integración económica global expone implacablemente a los países que no han logrado actuar con una perspectiva económica apropiada, cualesquiera que sean y dondequiera que estén, más allá de las meras fronteras de Europa. Pero no es posible retroceder ante el desafío, ya sea en Europa o en cualquier otra parte.
*El autor es director del Instituto de Estudios del Trabajo, en Bonn, Alemania.
Las opiniones expresadas en este artículo corresponden a su autor y no coinciden necsariamente con las de CHINA.ORG.CN. Publicado originalmente en ‘China Daily’.