China ha sido hecho otra vez el chivo expiatorio por la reducción de la industria manufacturera estadounidense, que en realidad es resultado de amplios factores socioeconómicos, particularmente de problemas en el desarrollo de los recursos humanos.
Esta vez, la vanguardia que está señalando con el dedo a China es la revista Forbes.
Un análisis publicado en la página web de Forbes el lunes culpó a China por "seducir" a compañías estadounidenses para volver a situar sus operaciones manufactureras allí, "ofreciendo subsidios, mano de obra barata y regulaciones laxas y manipulación de su moneda".
Sin embargo, la acusación no es una sorpresa, pues atacar a China se ha convertido en una rutina en el año de elecciones presidenciales en ese país.
Previo al artículo de Forbes, varios congresistas estadounidenses instaron al Comité Olímpico de EEUU quemar los trajes hechos en China para los atletas estadounidenses y vestir ropas hechas domésticamente en vez.
Dichos incidentes están conectados a las políticas del año electoral, pero también muestran la falta de confianza en sí mismo en el sector manufacturero y los crecientes sentimientos proteccionistas.
Toda la histeria refleja las preocupaciones extendidas por el desequilibrio en la economía estadounidense, que depende profundamente de los sectores financieros y el sistema bancario más bien que de la economía real.
El desarrollo desigual se ha convertido en un serio dolor de cabeza para Estados Unidos y causó su crisis hipotecaria durante los últimos años.
La actual administración Obama se está esforzando en salvaguardar el decadente sector manufacturero.
La deficiencia en la mano de obra calificada también obstaculiza la recuperación de la industria manufacturera en EEUU. El país está detrás de muchos países en cuanto a las habilidades y experiencias de su mano de obra. Unos 600.000 empleos de fabricación abandonaron el país en 2011, según un informe de la consultoría Deloitte.
En marzo, un artículo de Washington Post llamó por una revisión del sistema de educación estadounidense para producir trabajadores calificados para manufactura avanzada.
Sin embargo, para los políticos de Washington, esta medida cuesta mucho tiempo y dinero. Culpar a otros por sus propios fallos parece más conveniente y menos arriesgado para atraer a votantes en un año de elecciones.
En realidad, la afluencia de los productos fabricados en China a los mercados de EEUU conduce a una situación de beneficios mutuos, no sólo para cientos de millones de trabajadores chinos, quienes viven de los ingresos de fabricación y procesamiento, sino también para los consumidores estadounidense de bajos ingresos, quienes disfrutan de mercancía barata y de buena calidad.
Los productos hechos en China también permiten a EEUU desarrollar la más lucrativa industria manufacturera de alto nivel y la de servicios.
El mercado global es tan grande como para acomodar a los productos de fabricación tanto de EEUU como de China. Para revitalizar el sector de fabricación en EEUU, Washington debe empezar por hacer autocrítica en vez de culpar a China, un motor clave de la economía mundial y principal socio comercial de EEUU.