Por Leonardo Anoceto Rodríguez
(SPANISH.CHINA.ORG.CN) – Sin lápida ni epitafio sobre su tumba será difícil que la fisonomía cambiante del vasto desierto de Libia revele algún día el lugar exacto en el que fueron sepultados Muamar Gadafi, su hijo Mustasim y su ministro de Defensa, Abu Baker Yunes Jaber.
Pero al menos con esta sepultura express y misteriosa, obligada más que todo por el hedor insoportable de los cuerpos en descomposición expuestos a los “curiosos” que por el tenue reclamo internacional, terminó el patético epílogo de un conflicto armado en el que las flores de la democracia que se abrieron con la primavera árabe terminan marchitas por un otoño sangriento donde el victimario nos revela una naturaleza preocupante, tan macabra como la de la víctima. Esperemos, por el bien de Libia, que solo se trate de hechos aislados, raptos desenfrenados de ira y sed de venganza de unos pocos.
Quería que lo enterrasen en Sirte, su ciudad natal, en el cementerio donde descansan los restos de otros miembros de su familia, con la ropa que llevaba puesta en el momento de su captura. Sin embargo, desde que comenzó su cacería, tras la toma de Trípoli en agosto, resultaba evidente que su suerte, como dijera Julio César, “estaba echada”.
Era fácil suponer que los enardecidos rebeldes, cuya euforia mostrada en televisión se acercaba más a la de una banda de forajidos que a la de una fuerza organizada para llevar a cabo una revolución, no le perdonarían los desmanes cometidos contra su pueblo durante más de cuatro décadas en el poder y cobrarían venganza de inmediato. Bastaba con un empujoncito para dar con su paradero y servirlo en bandeja con un simple bombardeo que cortara su huída. Luego dio la impresión de que la orden de “Nada de juicio” había sido dada y fue cumplida a rajatabla.
Qué más daba si la Corte Penal Internacional lo reclamaba para juzgarlo por crímenes de lesa humanidad por la represión de las manifestaciones antigubernamentales de febrero de 2011. Aunque algunos hablaran de justicia, muchos, en silencio, lo preferían muerto, para ahorrarse el juicio, no por dinero, faltaba más, sino por las incomodidades que supondría escuchar algunas duras revelaciones.
Entre ellos quizás estaban no pocos de los que lideran el Consejo Nacional de Transición (CNT), antiguos aliados de Gadafi, cuyo escaso control sobre los rebeldes, por no decir nulo, ha quedado en evidencia con los sangrientos acontecimientos de los últimos días.
No fueron solo el coronel, Mustasim y el ministro de Defensa (nadie se atreve a cuestionar ya su ejecución sumaria) los que conocieron de inmediato el odio irreprimible y la verdadera naturaleza de los insurgentes. Al igual que en la capital, decenas de cadáveres de leales al antiguo régimen continúan apareciendo con evidentes señales de tortura y ejecución en Sirte.
Después de filmar y colgar en Internet los videos de sus atrocidades tomados con sus propios teléfonos, poniendo en ridículo a un CNT que afirmó una y otra vez que la muerte había tenido lugar en un fuego cruzado y aún no rectifica, varios sublevados llaman la atención de los medios y se identifican con total desfachatez y asombrosa impunidad como autores de los disparos a sangre fría en la cabeza y el pecho de Gadafi.
Lamentablemente, quienes vieron brotes de democracia en la primavera libia, miran hoy con suma preocupación a unos rebeldes no menos letales y despiadados que sus predecesores que firman un triste prólogo de la esperada nueva era.
Occidente, que hasta hace menos de un año arropaba y recibía hipócritamente a Gadafi con todos los honores que corresponden al más legítimo jefe de Estado, y aceptaba sus extravagantes regalos, olvidando con facilidad (milagros que hace el petróleo) todos los actos por los que en el pasado le aisló, ha reaccionado con pasmosa frialdad ante las ejecuciones sumarias que se están produciendo en Libia, cuando lo lógico sería que reaccionase tan enérgicamente como cuando el coronel intentó aplastar a quienes se rebelaron en febrero.
Los llamados de atención de los presidentes de los países miembros de la OTAN, que decisivamente contribuyeron a la caída del régimen, no han sido tan fuertes como los que se emplearon contra Gadafi por atrocidades similares y nadie ha advertido al CNT de que por ese camino su legitimidad internacional podría caer en picada.
Tampoco han reaccionado con la misma indignación los grandes medios de comunicación, para los cuales, desde el comienzo de las revueltas, Gadafi dejó de ser el presidente libio, como le llamaron, por ejemplo, durante su última gira por varios países de Europa, y pasó a ser el dictador, sátrapa o tirano.
Únicamente Human Rights Watch, Naciones Unidas (que ya sabemos cuenta solo en ocasiones muy puntuales) y algunos organismos internacionales más, cuyos reclamos terminarán apagándose, han pedido al CNT que aclare las circunstancias en las que han sido ejecutados Gadafi y sus seguidores.
Los Gobiernos europeos y Estados Unidos se limitan a emplear frívolos lamentos al comentar lo ocurrido. Ni atisbo de presión o condena por lo que internacionalmente está más que reconocido como crímenes de guerra, y así consta en la Convención de Ginebra, ni hablar ya de sanción o congelación de fondos, sino todo lo contrario, para el régimen que supuestamente traerá la democracia a Libia.
Después de muchos días en los que los rebeldes disfrutaron de total libertad para saldar cuentas, el jueves el CNT anunció finalmente que llevará a juicio a los responsables de la muerte de Gadafi. Ni una palabra sobre el resto de los crímenes. Queda por ver hasta dónde llega la honradez política de los nuevos líderes de Libia y si están dispuestos a revelar toda la verdad y pagar el costo político que supondría sentar en el banquillo a los compañeros de armas que los llevaron al poder.
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