En la zona altiplánica que comparten Perú y Bolivia ningún paisaje impacta más al turista que el del Titicaca, el lago navegable más alto del mundo, de cuyas espumas, según la leyenda, emergieron Manco Cápac y Mama Ocllo para fundar el imperio de los incas.
Aunque el origen de los fundadores del incanato se pierde en la noche de los tiempos, el Titicaca, como en aquel entonces, sigue siendo un lago sagrado y mágico para las comunidades que habitan en sus alrededores y en las islas naturales y superficiales que hay en sus aguas.
Al turista extranjero, en cambio, le impacta el color azul iridiscente de sus aguas a la luz del sol, su inmensidad y las diferentes expresiones culturales que alberga.
El lago ocupa el centro de la enorme meseta del Collao, a 3.830 metros sobre el nivel del mar, atravesado casi en la mitad por la línea fronteriza que separa a los territorios de Perú y Bolivia.
La superficie del lago está calculada en 8.562 kilómetros cuadrados, con 1.125 kilómetros de costa, por lo que se necesitan siete días para atravesarlo en barco. Su profundidad media es de 107 metros, siendo su parte más honda de 281 metros y la menos profunda de apenas 40 metros.
Los datos técnicos también indican que su volumen total de agua se calcula en 903 kilómetros cúbicos.
De estas cifras se deduce que la influencia geográfica, social y política del Titicaca se proyecta sobre 58.000 kilómetros del altiplano peruano y boliviano, por lo que de él dependen aproximadamente dos millones de personas.
Según la geografía, la presencia del lago regula el clima de su zona circundante, pues absorbe y retiene la energía solar del día para irradiarla en la noche. Esto explicaría por qué a pesar de hallarse a una altura de 3.800 metros sobre el nivel del mar, las zonas circundantes al lago no son extremadamente frías.