Hace más de mil años, debido a su ignorancia de los fenómenos
naturales, algunas de las tribus nómadas de las lenguas altaicas,
que habitaban en el Lejano Oriente, Asia, creían que las cosas del
mundo eran manipuladas por los dioses y disponían la suerte del
hombre. Con el fin de congraciarse con los dioses y tener paz y
prosperidad para las personas y el ganado en el entorno tan adverso
de las regiones norteñas, entre el pueblo fue surgiendo el
chamaísmo, culto primitivo a las deidades del mundo natural, bajo
la promoción de los brujos (llamados “chamanes”), quienes eran
hábiles en cantar y bailar e incluso tenían ciertas capacidades
supranaturales y conocían la astronomía, la historia, la medicina y
la literatura folclórica. Los brujos, sacerdotes a tiempo no
completo, se hacían cargo de las súplicas y los mensajes para la
comunicación entre el hombre y el dios, presidían las ceremonias
con sacrificios para pedir amparo, conjurar las desgracias y
celebrar la buena cosecha, y ayudaban a la gente a ahuyentar a los
diablos y males y curaban sus enfermedades.
Las numerosas tribu norteñas,
creyentes devotos del culto chamaico primitivo y que depositaban
sus esperanzas en él a través de los siglos, contribuyeron a la
prosperidad de su credo en toda el Asia y lo hicieron pasar a
Europa, las Américas precolombinas y otras regiones. Incluso hoy en
día, el chamaísmo sigue vivo en muchos rincones del mundo, y su
influencia es tan grande y profunda que su práctica es infaltable
en las ceremonias de
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otras muchas etnias minoritarias.
Los mongoles, manchúes, oronqens,
ewenkis y daures, que hablan el mongol y el manchú-tungús de las
lenguas altaicas y viven en el nordeste de China, son descendientes
de las antiguas tribus nómadas sushen, mohe y donghu. Ya tiempo
atrás, esas etnias consideraban al águila, el cisne, el oso y la
serpiente como sus antepasados y usaban sus imágenes como tótems y
tenían la tradición de adorar a los dioses del sol, la luna, la
constelación polar y el fuego. El chamaísmo, procedente del Lejano
Oriente, era tan poderoso que bajó al norte de China y empezó a
cundir y medrar entre las etnias locales que vivían en las
praderas.
Con el correr del tiempo, los brujos
tuvieron en más claro que aparte de aprovechar sus conocimientos de
la astronomía, geografía y medicina para ganar la confianza de los
creyentes, la clave para hacer próspero el culto consistía en
atraer a la gente a admirar su magia de comunicación con los dioses
y sus danzas y cantos atractivos en las ceremonias. Por lo tanto,
las ceremonias estilizadas con contenidos ricos y formas diversas,
así como el atuendo adecuado y los instrumentos de efecto,
recibieron mayor atención de los brujos. Así pues, desde la
prosperidad de su culto, toda vez que ofrecen servicios, siempre
tienen puestas la túnica, la saya y la corona, usan un tambor de
piel de oveja y garras de águila y patas de oso a modo de
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guantes para espantar a los demonios y tienen prendidas a la
cintura placas relucientes como el oro, para así invocar a los
dioses en sus actos y transmitirles mensajes, y so pretexto de
atender y entretener a los dioses, recitan sutras y entonan cantos
con voz hechicera y bailan danzas vivaces, humorísticas y
técnicamente difíciles. Todo ello ha formado parte indefectible de
las ceremonias chamaicas.
Con el consentimiento del brujo
anciano, escudriñamos con esmero los instrumentos de uso que
llamaban la atención antes de que empezara la ceremonia con
sacrificios. La preciosidad más admirable son nueve placas de
cintura hechas de cobre, casi de igual tamaño, pero no son una
reliquia antigua de los mongoles sino que unidas con tiras de cuero
de buey a través de los agujeros, componen un espejo terso. Se
trata de un espejo antiguo de las planicies centrales de China, que
tiene en el reverso los doce signos zodiacos, los ocho trigramas,
varios oráculos e inscripciones en chino, y también imágenes de
aves, animales, flores, peces e insectos. El viejo chamán atesoraba
tanto el espejo que lo usaba como su instrumento. Entre los otros
objetos de uso había una saya con cintas de seda de cinco colores
aludiendo a las “nubes auspiciosas” y una corona de “cinco budas”
con plumas de águila, propia del budismo de tradición tibetana. Por
estos objetos se sabe que en su proceso histórico el chamaísmo ha
recibido influencia de varias culturas, sobre todo del budismo
tibetano promovido con energía entre los mongoles por la Corte de
la dinastía Yuan (1206-1368).
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Ahora ataviado por completo, el
chamán encendió las varillas de incienso y bebió vino, y tras un
largo rato de recital y oficio, empezó a bailar e invocar a los
dioses por sus nombres en medio del toque del tambor de piel ovina
aplicado por su ayudante, y saltó y giró en varias direcciones, en
espera de ser poseído por los invocados, entrar en el “estado sin
mí” y cumplir la primera etapa de la ceremonia con sacrificios.
El intento del brujo de entretener a
los dioses y pedir felicidad para todos con su “danza” se traduce
en el proceso entero de la ceremonia. Él mismo decide la velocidad,
el ritmo y la intensidad de la danza, tal como nos dijo: “La
duración de mi servicio y su forma dependen de la voluntad de los
dioses, a veces una sesión puede tomar varios días”. Mientras el
brujo giraba rápido, las campanillas y placas de cobre colgadas de
la cintura de la túnica chocaban y tintineaban y las cintas
policromas de la saya se desplegaban hacia fuera cual si fueran una
sombrilla abierta, de colores brillantes. Después, el brujo, ya
casi septuagenario, daba vueltas vertiginosas y danzaba simulando
pasar un tambor alrededor de la cabeza y tener seis tambores de
piel ovina en las manos. Estos movimientos, ágiles y primorosos, no
solamente demostraban sus sólidas técnicas, sino que hacían pensar
en su atractivo y carisma por los que hizo fama en la estepa cuando
joven. No corremos riesgo de exageración si afirmamos que es un
gran bailarín folclórico.
Después del “alegro” difícil y
deslumbrante, la danza viró al “adagio” lírico en marcado
contraste. Ahora no había muecas y ademanes violentos, estresantes
y horrorosos. El brujo se movía de manera elegante y divertida,
imitando a aves y animales: Ora pegaba brincos ligeros como el
pájaro retozando, ora abría los brazos como el águila volando en el
cielo, ora ponía las manos paradas en la cabeza como la cabra
luchando con los cuernos, ora agitaba los brazos y daba pasos
cortos como la abeja buscando polen en las flores, y de vez en
cuando movía un dedo por detrás del cuerpo para insinuar que la
abeja estaba pinchando con su cola. A través de la ceremonia con
sacrificios ejecutada por el brujo, los espectadores percibieron la
idolatría a los ancestros y el respeto a los dioses, a la vez que
disfrutaron del humor, la euforia y la satisfacción que les dio el
arte.
Ahora que el mundo ha franqueado el
umbral del siglo XXI, la gente va olvidando el culto primitivo a
las deidades. En las estepas de hoy, sin embargo, los brujos de la
nueva generación siguen actuando en las ceremonias en memoria de
los antepasados de sus etnias, y sus danzas y cantos hermosos
siguen apeteciendo a sus congéneres.
(CIIC)
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