Los dais, de la rama zhuang-dong de la familia de lenguas
han-tibetanas, habitan en su mayoría en la prefecturas autónoma de
la etnia dai de Xishuangbanna y la de las etnias dai y jingbo de
Dehong y los distritos autónomos de la etnia dai de Gengma y
Menglian, provincia de Yunnan. Son una etnia que vive a través de
las fronteras nacionales y sus zonas en China limitan con Laos,
Myanmar y Vietnam.
Durante los pasados dos mil años
este grupo tuvo nombres distintos en épocas diferentes. Se llamaba
a sí mismo “daina”, “daiya”, “daibeng”, etc. Del siglo III antes de
nuestra era al siglo IV de nuestra era, el gobierno lo llamaba
“dianyue”, “jiuliao”, “liao” o “shan” por las ubicaciones de sus
comunidades. Después, debido a su costumbre de cubrir los dientes
con oro y plata, teñirlos con tinta negra y tatuar el rostro, los
documentos de la dinastía Tang (618-907) los nombraba “jinchis
(dientes de oro)”, “yinchis (dientes de plata)” o “wenmians (caras
tatuadas)”. Más tarde, el gobierno de la dinastía Qing (1644-1911)
los llamaba “baiyis”. Al proclamarse la Nueva China en 1949, se
designó a esta etnia como “dai” acatando su propia voluntad.
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Los dais profesan el budismo del vehículo menor y la mayoría de sus
fiestas tienen que ver con esta religión. En lo que va de la mitad
del sexto mes a mediados del noveno del calendario dai hay muchas
celebraciones, comenzando por la Fiesta de la Apertura de las
Puertas y terminando por la del cierre de las mismas. La Fiesta del
Arrojamiento de Agua, que dura diez días alrededor del Día de la
Claridad del calendario lunar en abril gregoriano, es el Año Nuevo
de los dais y una de las fiestas más animadas. Las comunidades dais
están situadas en las zonas tropicales y subtropicales, con ríos y
montañas hermosos. El canto y la danza les son indispensables para
desahogar sus sentimientos. Cuando es una fiesta, los que son
versátiles hacen gala del arte tradicional y los que saben cantar y
bailar se ponen a danzar a los acordes de la música.
Los dais tienen una larga historia.
Guardan lazos económicos y culturales estrechos con el interior de
China desde el siglo II antes de nuestra era cuando el Emperador
Wudi de la dinastía Han ordenó explotar el sudoeste del país. En
los siglos I-III, sus jefes dirigieron delegaciones a Luoyang,
capital de Han del Este en la China central, para entretener al
monarca con espectáculos de música, danza y acrobacia. De ahí se
desprende que la música y la danza de los dais tenían ya alto nivel
hace dos mil años.
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Al pueblo dai le encanta el pavo real y lo adora. Muchos los crían
en casa y los consideran símbolos de la bondad, la sabiduría, la
belleza, la armonía y la felicidad. Entre sus numerosas danzas, la
del pavo real es la más conocida, la más desarrollada y que gusta
más a la gente. Esta danza tradicional, de larga data, forma parte
del rito religioso. Debido a ello, se la presenta siempre cuando es
una fiesta budista o Año Nuevo. Pero de su motivación hay una
leyenda amena.
Dicen que en tiempos remotos el pavo
real no tenía plumas de tantos colores ni provistas de “ojos” tan
hermosos como ahora, pero que caía bien a la gente porque era manso
y dócil. Luego, en cierta ceremonia Baipala del budismo del
vehículo menor los asistentes se enteraron de que Sakiamuni había
bajado del cielo aquí una vez. Para ser amparados por la luz de
Buda, acudieron a un monasterio en homenaje a su imagen. Al oír
hablar del descenso del cielo de Buda, un pavo real macho, que se
encontraba en la lejana montaña Tianzhu, se apresuró en venir, mas
ya demasiado tarde para acercarse a la imagen porque el salón
estaba atestado de gente. Al darse cuenta de su devoción, Sakiamuni
le arrojó un haz de luz divina, pero el cual sólo alcanzó a caer en
el rabo del ave que trotaba aquí y allá. De inmediato, las plumas
de su rabo fueron teñidas con anillos dorados (“ojos”), tal como
las vemos hoy. Antes de irse, Buda le dijo al pavo real que
acudiera al Baipala del año próximo. Desde entonces, toda vez que
es la fiesta Baipala, Buda se sentaba en el trono de flores de loto
para recibir las reverencias de los fieles, y luego disfrutaba la
danza del pavo real, que había llegado volando de la montaña
Tianzhu. En la ceremonia esta ave ostentaba el brillo que Buda
había regalado a sus plumas ante los admiradores. De ahí la
conversión de la danza del pavo real en parte imprescindible de las
fiestas y el Año Nuevo para venerar a Buda y pedirle favor.
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La danza del pavo real de la prefectura autónoma de las etnias dai
y jingpo de Dehong y la prefectura autónoma de la etnia dai de
Xishuangbanna, es la más preciada y más clásica. En el libro
Historia no oficial de Nanzhao, de la dinastía Ming (1368-1644), se
lee: “Los mayores y los niños tocan siringas y bailan la danza del
pavo real en las nupcias”. Esta danza, llamada en dai “galuoyong” o
“gananluo”, puede ser ejecutada por una, dos o tres personas.
Anteriormente, la danza del pavo real tradicional era ejecutada
únicamente por los hombres, y éstos usaban cascos de oro y máscaras
y vestían trajes abombados con varillas por dentro y cubiertos de
plumas de pavo real para bailar al compás de los tambores, gongs y
címbalos. La danza obedecían a procedimientos fijos, incluyendo las
manos puestas en formas alegóricas y una serie de saltos y vueltas.
En especial, las “tres curvas” hermosas formadas del cuerpo
representaban cómo los pavos reales “atisbaban a través de los
árboles”, “paseaban por el bosque”, “bebían agua del arroyo” y “se
perseguían retozando”. Aunque los bailarines no danzaban con
ternura sino con virilidad, sus movimientos fluidos e imitaciones
graciosas extasiaban a los espectadores, sin que nadie se fijara en
que eran hombres.
El instrumento musical principal
para acompañar las danzas es el “tambor
pie de elefante”. Todos los dais, desde los niños de tres o cuatro
años hasta los ancianos septuagenarios, saben tocar este tambor. Un
tañedor consumado no sólo debe tocarlo perfectamente sino también
ser un bailarín por excelencia. Así es porque el éxito del bailarín
tiene mucho que ver con la habilidad del tañedor del tambor. En
general, los dos no ensayan juntos antes de la actuación, y el
éxito de la danza depende totalmente de su colaboración tácita
según cómo sienten en la improvisación. Ya que el músico conoce los
detalles de la danza al dedillo, no encuentra difícil elegir el
ritmo y la velocidad del tamboreo adecuados al bailarín para
permitirle dar de sí lo mejor que pueda de su destreza.
En ocasiones el músico también se
suma a la danza, golpeando el tambor con los dedos, las palmas, los
puños, los codos y los pies para producir sonidos similares a los
del mundo natural. Si es lo suficientemente hábil, puede producir
de un mazazo un sonido tan largo que le deja tiempo para
desabrochar la chaqueta, y de otro mazazo tiempo para su cierre. A
veces el músico lleva terciado un tamboril de 80 cm de largo, y lo
toca y baila al mismo tiempo. En resumen, los hombres jóvenes
aprovechan las posturas ágiles, los saltos fuertes y los
movimientos alegres como la mejor forma para exhibir su don y arte
de bailar y tocar el tambor.
(CIIC)
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